Señor Director General,
Distinguidas autoridades,
Señoras y Señores:
Agradezco la invitación y las
palabras de bienvenida que me ha dirigido el Director General,
profesor José Graziano da Silva, y saludo con afecto a las
autoridades que nos acompañan, así como a los Representantes de los
Estados Miembros y a cuantos tienen la posibilidad de seguirnos desde
las sedes de la FAO en el mundo.
Dirijo un saludo particular a los
Ministros de agricultura del G7 aquí presentes, que han finalizado
su Cumbre, en la que se han discutido cuestiones que exigen una
responsabilidad no sólo en relación al desarrollo y a la
producción, sino también con respecto a la Comunidad internacional
en su conjunto.
A la luz de esto, reflexionar sobre
los efectos de la seguridad alimentaria en la movilidad humana
significa volver al compromiso del que nació la FAO, para renovarlo.
La realidad actual reclama una mayor responsabilidad a todos los
niveles, no sólo para garantizar la producción necesaria o la
equitativa distribución de los frutos de la tierra ―esto debería
darse por descontado―, sino sobre todo para garantizar el derecho
de todo ser humano a alimentarse según sus propias necesidades,
tomando parte además en las decisiones que lo afectan y en la
realización de las propias aspiraciones, sin tener que separarse de
sus seres queridos.
Ante un objetivo de tal envergadura
lo que está en juego es la credibilidad de todo el sistema
internacional. Sabemos que la cooperación está cada vez más
condicionada por compromisos parciales, llegando incluso a limitar
las ayudas en las emergencias. También las muertes a causa del
hambre o el abandono de la propia tierra son una noticia habitual,
con el peligro de provocar indiferencia. Nos urge pues, encontrar
nuevos caminos para transformar las posibilidades de que disponemos
en una garantía que permita a cada persona encarar el futuro con
fundada confianza, y no sólo con alguna ilusión.
El escenario de las relaciones
internacionales manifiesta una creciente capacidad de dar respuestas
a las expectativas de la familia humana, también con la contribución
de la ciencia y de la técnica, las cuales, estudiando los problemas,
proponen soluciones adecuadas. Sin embargo, estos nuevos logros no
consiguen eliminar la exclusión de gran parte de la población
mundial: cuántas son las víctimas de la desnutrición, de las
guerras, de los cambios climáticos. Cuántos carecen de trabajo o de
los bienes básicos y se ven obligados a dejar su tierra,
exponiéndose a muchas y terribles formas de explotación. Valorizar
la tecnología al servicio del desarrollo es ciertamente un camino a
recorrer, a condición de que se lleguen a concretar acciones
eficaces para disminuir el número de los que pasan hambre o para
controlar el fenómeno de las migraciones forzosas.
2. La relación entre el hambre
y las migraciones sólo se puede afrontar si vamos a la raíz del
problema. A este respecto, los estudios realizados por las Naciones
Unidas, como tantos otros llevados a cabo por Organizaciones de la
sociedad civil, concuerdan en que son dos los principales obstáculos
que hay que superar: los conflictos y los cambios climáticos.
¿Cómo se pueden superar
los conflictos? El derecho internacional nos indica los
medios para prevenirlos o resolverlos rápidamente, evitando que se
prolonguen y produzcan carestías y la destrucción del tejido
social. Pensemos en las poblaciones martirizadas por unas guerras que
duran ya decenas de años, y que se podían haber evitado o al menos
detenido, y sin embargo propagan efectos tan desastrosos y crueles
como la inseguridad alimentaria y el desplazamiento forzoso de
personas. Se necesita buena voluntad y diálogo para frenar los
conflictos y un compromiso total a favor de un desarme gradual y
sistemático, previsto por la Carta de las Naciones Unidas, así como
para remediar la funesta plaga del tráfico de armas. ¿De qué vale
denunciar que a causa de los conflictos millones de personas sean
víctimas del hambre y de la desnutrición, si no se actúa
eficazmente en aras de la paz y el desarme?
En cuanto a los cambios
climáticos, vemos sus consecuencias todos los días. Gracias a
los conocimientos científicos, sabemos cómo se han de afrontar los
problemas; y la comunidad internacional ha ido elaborando también
los instrumentos jurídicos necesarios, como, por ejemplo, el Acuerdo
de París, del que, por desgracia, algunos se están alejando. Sin
embargo, reaparece la negligencia hacia los delicados equilibrios de
los ecosistemas, la presunción de manipular y controlar los recursos
limitados del planeta, la avidez del beneficio. Por tanto, es
necesario esforzarse en favor de un consenso concreto y práctico si
se quieren evitar los efectos más trágicos, que continuarán
recayendo sobre las personas más pobres e indefensas. Estamos
llamados a proponer un cambio en los estilos de vida, en el uso de
los recursos, en los criterios de producción, hasta en el consumo,
que en lo que respecta a los alimentos, presenta un aumento de las
pérdidas y el desperdicio. No podemos conformarnos con decir «otro
lo hará».
Pienso que estos son los presupuestos
de cualquier discurso serio sobre la seguridad alimentaria
relacionada con el fenómeno de las migraciones. Está claro que las
guerras y los cambios climáticos ocasionan el hambre, evitemos pues
el presentarla como una enfermedad incurable. Las recientes
previsiones formuladas por vuestros expertos contemplan un aumento de
la producción global de cereales, hasta niveles que permiten dar
mayor consistencia a las reservas mundiales. Este dato nos da
esperanza y nos enseña que, si se trabaja prestando atención a
las necesidades y al margen de las especulaciones, los
resultados llegan. En efecto, los recursos alimentarios están
frecuentemente expuestos a la especulación, que los mide solamente
en función del beneficio económico de los grandes productores o en
relación a las estimaciones de consumo, y no a las reales exigencias
de las personas. De esta manera, se favorecen los conflictos y el
despilfarro, y aumenta el número de los últimos de la tierra que
buscan un futuro lejos de sus territorios de origen.
3. Ante esta situación podemos y
debemos cambiar el rumbo (Laudato si’, 53; 61; 163; 202). Frente al
aumento de la demanda de alimentos es preciso que los frutos de la
tierra estén a disposición de todos. Para algunos, bastaría con
disminuir el número de las bocas que alimentar y de esta manera se
resolvería el problema; pero esta es una falsa solución si se tiene
en cuenta el nivel de desperdicio de comida y los modelos de consumo
que malgastan tantos recursos. Reducir es fácil, compartir, en
cambio, implica una conversión, y esto es exigente.
Por eso, me hago a mí mismo, y
también a vosotros, una pregunta: ¿Sería exagerado introducir en
el lenguaje de la cooperación internacional la categoría del amor,
conjugada como gratuidad, igualdad de trato, solidaridad, cultura del
don, fraternidad, misericordia? Estas palabras expresan el contenido
práctico del término «humanitario», tan usado en la actividad
internacional. Amar a los hermanos, tomando la iniciativa, sin
esperar a ser correspondidos, es el principio evangélico que
encuentra también expresión en muchas culturas y religiones,
convirtiéndose en principio de humanidad en el lenguaje de las
relaciones internacionales. Es menester que la diplomacia y las
instituciones multilaterales alimenten y organicen esta capacidad de
amar, porque es la vía maestra que garantiza, no sólo la seguridad
alimentaria, sino la seguridad humana en su aspecto global. No
podemos actuar sólo si los demás lo hacen, ni limitarnos a tener
piedad, porque la piedad se limita a las ayudas de emergencia,
mientras que el amor inspira la justicia y es esencial para llevar a
cabo un orden social justo entre realidades distintas que aspiran al
encuentro recíproco. Amar significa contribuir a que cada país
aumente la producción y llegue a una autosuficiencia alimentaria.
Amar se traduce en pensar en nuevos modelos de desarrollo y
de consumo, y en adoptar políticas que no empeoren la situación
de las poblaciones menos avanzadas o su dependencia externa. Amar
significa no seguir dividiendo a la familia humana entre los que
gozan de lo superfluo y los que carecen de lo necesario.
El compromiso de la diplomacia nos ha
demostrado, también en recientes acontecimientos, que es posible
detener el recurso a las armas de destrucción masiva. Todos somos
conscientes de la capacidad de destrucción de tales instrumentos.
Pero, ¿somos igualmente conscientes de los efectos de la pobreza y
de la exclusión? ¿Cómo detener a personas dispuestas a arriesgarlo
todo, a generaciones enteras que pueden desaparecer porque carecen
del pan cotidiano, o son víctimas de la violencia o de los cambios
climáticos? Se desplazan hacia donde ven una luz o perciben una
esperanza de vida. No podrán ser detenidas por barreras físicas,
económicas, legislativas, ideológicas, Sólo una aplicación
coherente del principio de humanidad lo puede conseguir. En cambio,
vemos que se disminuye la ayuda pública al desarrollo y se limita la
actividad de las Instituciones multilaterales, mientras se recurre a
acuerdos bilaterales que subordinan la cooperación al cumplimiento
de agendas y alianzas particulares o, sencillamente, a una momentánea
tranquilidad. Por el contrario, la gestión de la movilidad humana
requiere una acción intergubernamental coordinada y sistemática de
acuerdo con las normas internacionales existentes, e impregnada de
amor e inteligencia. Su objetivo es un encuentro de pueblos que
enriquezca a todos y genere unión y diálogo, no exclusión ni
vulnerabilidad.
Aquí permitidme que me una al debate
sobre la vulnerabilidad, que causa división a nivel internacional
cuando se habla de inmigrantes. Vulnerable es el que está en
situación de inferioridad y no puede defenderse, no tiene medios, es
decir sufre una exclusión. Y lo está obligado por la violencia, por
las situaciones naturales o, aún peor, por la indiferencia, la
intolerancia e incluso por el odio. Ante esta situación, es justo
identificar las causas para actuar con la competencia necesaria.
Pero no es aceptable que, para evitar
el compromiso, se tienda a atrincherarse detrás de sofismas
lingüísticos que no hacen honor a la diplomacia, reduciéndola del
«arte de lo posible» a un ejercicio estéril para justificar los
egoísmos y la inactividad.
Lo deseable es que todo esto se tenga
en cuenta a la hora de elaborar el Pacto mundial para una migración
segura, regular y ordenada, que se está realizando actualmente en el
seno de las Naciones Unidas.
4. Prestemos oído al grito de tantos
hermanos nuestros marginados y excluidos: «Tengo hambre, soy
extranjero, estoy desnudo, enfermo, recluido en un campo de
refugiados». Es una petición de justicia, no una súplica o una
llamada de emergencia. Es necesario que a todos los niveles se
dialogue de manera amplia y sincera, para que se encuentren las
mejores soluciones y se madure una nueva relación entre los diversos
actores del escenario internacional, caracterizada por la
responsabilidad recíproca, la solidaridad y la comunión.
El yugo de la miseria generado por
los desplazamientos muchas veces trágicos de los emigrantes puede
ser eliminado mediante una prevención consistente en proyectos de
desarrollo que creen trabajo y capacidad de respuesta a las crisis
medioambientales. Es verdad, la prevención cuesta mucho menos que
los efectos provocados por la degradación de las tierras o la
contaminación de las aguas, flagelos que azotan las zonas
neurálgicas del planeta, en donde la pobreza es la única ley, las
enfermedades aumentan y la esperanza de vida disminuye. Son muchas y
dignas de alabanza las iniciativas que se están poniendo en marcha.
Sin embargo, no bastan, urge la necesidad de seguir impulsando nuevas
acciones y financiando programas que combatan el hambre y la miseria
estructural con más eficacia y esperanzas de éxito. Pero si el
objetivo es el de favorecer una agricultura diversificada y
productiva, que tenga en cuenta las exigencias efectivas de un país,
entonces no es lícito sustraer las tierras cultivables a la
población, dejando que el land grabbing (acaparamiento de tierras)
siga realizando sus intereses, a veces con la complicidad de
quien debería defender los intereses del pueblo. Es necesario alejar
la tentación de actuar en favor de grupos reducidos de la población,
como también de utilizar las ayudas externas de modo inadecuado,
favoreciendo la corrupción, o la ausencia de legalidad.
La Iglesia Católica, con sus
instituciones, teniendo directo y concreto conocimiento de las
situaciones que se deben afrontar o de las necesidades a satisfacer,
quiere participar directamente en este esfuerzo en virtud de su
misión, que la lleva a amar a todos y le obliga también a recordar,
a cuantos tienen responsabilidad nacional o internacional, el gran
deber de afrontar las necesidades de los más pobres.
Deseo que cada uno descubra, en el
silencio de la propia fe o de las propias convicciones, las
motivaciones, los principios y las aportaciones para infundir en la
FAO, y en las demás Instituciones intergubernamentales, el valor de
mejorar y trabajar infatigablemente por el bien de la familia humana.
Muchas gracias.
No hay comentarios:
Publicar un comentario