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martes, 24 de octubre de 2017

Iglesia y proceso soberanista

Oriol Trillas 
A nadie se le escapa que, sin el adoctrinamiento de estos colegios religiosos, no se habría alcanzado jamás el delirio independentista del que participan casi la mitad de los habitantes de Cataluña.
No podemos dudar de que el independentismo catalán posee sus divisiones eclesiales. Unas divisiones eclesiales en las que se incluyen los batallones más preciados: las escuelas. Ahí donde se adoctrina a los niños desde su más tierna edad. Esas escuelas cristianas han sido colaboradores eficacísimos de la logística del referéndum del 1-O. Ellas y unas parroquias, capitidisminuidas en su feligresía, pero que todavía conservan un cierto aura de respetabilidad. Siempre ha querido contar el nacionalismo catalán con una pátina eclesial. Aunque ahora aparezca impregnado de laicismo, bebe sus fuentes de un cristianismo, pero jamás puede ocultar esa procedencia, en la que se apoya siempre cuando vienen momentos complicados.
Para el referéndum del 1-O, el Gobierno de la Generalitat había decidido que los locales electorales se establecerían en los centros de educación públicos. Hete aquí, por eso, que el número de colegios de primaria e institutos en Barcelona y algunas otras grandes poblaciones no eran suficientes para garantizar la asistencia de votantes en todos los barrios. En Barcelona existieron 89 centros de educación públicos, cuando en cualquier convocatoria se habilitan 264 colegios electorales. ¿Quién acudió a solucionar el contratiempo? ¿Cuál es la force de frappe que ha venido coadyuvando a la absorción del independentismo? No podían ser otros que los colegios religiosos, representados por la Fundación de Escuelas Cristianas de Cataluña.
La Fundación es un lobby que engloba el 60% de los colegios privados de Cataluña, con 264.000 alumnos y 434 centros; en sus diversas ramas de preescolar, infantil, primaria, ESO, bachillerato y formación profesional. La fundación está dirigida por el jesuita Enric Puig. Este miembro de la Compañía de Jesús fue director general de Juventud de la Generalitat desde 1980 a 1989. Sí, parece mentira, pero un cura era director general de los primeros gobiernos de Pujol. Un sacerdote fue designado por Pujol para cuidarse de la política juvenil. Ese director general pasaría con el tiempo a dirigir la escuela concertada cristiana en Cataluña. Y su número dos, hasta hace casi un año, fue Carles Armengol Siscares. Un pedagogo barcelonés, cuya carrera se desarrolló a la sombra del jesuita. Cuando este fue designado director general de Juventud de la Generalitat en el primer Gobierno convergente, Armengol fue nombrado, con 22 años, jefe de la sección de Comunicación, Relaciones y Estudios. Tras el largo paso de Puig por aquella dirección general (1980-1989), fue designado director de la Escola de l'Esplai del Arzobispado de Barcelona y después director de la Fundación Pere Tarrés y secretario general adjunto de la Fundación de Escuelas Cristianas y vicepresidente de la Fundación de Escuelas Parroquiales. Hoy en día, Armengol es el promotor del grupo Cristians per la Independència, que organizó una velada de oración a favor de la independencia en el Santuario de Pompeya el pasado 28 de septiembre, utilizando la nave central del templo para rezar por el éxito del referéndum.
Tan presto acudió el lobby del padre Puig a solucionar el apuro logístico del 1-0 que aportó, en la ciudad de Barcelona, una veintena de colegios religiosos. Y ahí estuvieron las dominicas de Horta, los jesuitas de Caspe, San Gervasi y el Clot; los escolapios de San Antonio; las Vedrunas de Gracia, el Corazón de María de Nou Barris, el Padre Mañanet de Les Corts, los colegios maristas y los de La Salle.
Una parroquia a la que van cuatro gatos, pero que en ese domingo se reunió la mitad del pueblo, amparados por el párroco Francesc Manresa. Pero no se ha hablado mucho de que hubo urnas que se escondieron en templos y locales parroquiales. Eran los sitios de máxima seguridad y fiabilidad para el independentismo. Y uno de los puntos más estratégicos que no podían fallar era Sant Julià de Ramis, donde se había anunciado que votaría Puigdemont. Allí contaron con la ayuda total del párroco, Sebastià Aupí Escarrà, que además es el delegado episcopal de Pastoral de la Salud del Obispado de Gerona. Lógicamente el sacerdote guardó perfectamente el secreto y las urnas salieron de su parroquia el 1 de octubre con destino al colegio electoral donde tenía que votar Puigdemont.
O la iglesia de Sant Pere i Sant Pau de Canet de Mar (diócesis de Gerona), que no sólo guardó las urnas sino que sacó sus bancos a la calle como barricada para evitar la intervención policial, facilitados, con todas las bendiciones, por el párroco Felip Hereu Pla, después de administrar la Eucaristía. O la de Les Planes d'Hostoles o Pineda de Mar (curiosamente también en la diócesis de Gerona), donde se celebraron las votaciones en los locales parroquiales.
Mientras tanto, los obispos han mirado hacia otro lado y cuando ha arreciado la polémica, como en el caso de Vilarodona, ha tenido que salir el arzobispo de Tarragona, Jaume Pujol, a sacar una nota pidiendo que no se utilicen los lugares sagrados para cuestiones políticas. Han permitido las esteladas en las torres de las iglesias; carteles de democracia y apoyo al referéndum en los atrios; homilías independentistas de sus curas; incluso cantos políticos en sus celebraciones.

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