Oriol Trillas
A nadie se le escapa que, sin el
adoctrinamiento de estos colegios religiosos, no se habría alcanzado
jamás el delirio independentista del que participan casi la mitad de
los habitantes de Cataluña.
No podemos dudar de que el
independentismo catalán posee sus divisiones eclesiales. Unas
divisiones eclesiales en las que se incluyen los batallones más
preciados: las escuelas. Ahí donde se adoctrina a los niños
desde su más tierna edad. Esas escuelas cristianas han sido
colaboradores eficacísimos de la logística del referéndum del 1-O.
Ellas y unas parroquias, capitidisminuidas en su feligresía, pero
que todavía conservan un cierto aura de respetabilidad. Siempre ha
querido contar el nacionalismo catalán con una pátina eclesial.
Aunque ahora aparezca impregnado de laicismo, bebe sus fuentes de un
cristianismo, pero jamás puede ocultar esa procedencia, en la que se
apoya siempre cuando vienen momentos complicados.
La Fundación es un lobby que
engloba el 60% de los colegios privados de Cataluña, con 264.000
alumnos y 434 centros; en sus diversas ramas de preescolar, infantil,
primaria, ESO, bachillerato y formación profesional. La
fundación está dirigida por el jesuita Enric Puig. Este
miembro de la Compañía de Jesús fue director general de Juventud
de la Generalitat desde 1980 a 1989. Sí, parece mentira, pero un
cura era director general de los primeros gobiernos de Pujol. Un
sacerdote fue designado por Pujol para cuidarse de la política
juvenil. Ese director general pasaría con el tiempo a dirigir la
escuela concertada cristiana en Cataluña. Y su número
dos, hasta hace casi un año, fue Carles Armengol Siscares. Un
pedagogo barcelonés, cuya carrera se desarrolló a la sombra del
jesuita. Cuando este fue designado director general de Juventud de la
Generalitat en el primer Gobierno convergente, Armengol fue nombrado,
con 22 años, jefe de la sección de Comunicación, Relaciones y
Estudios. Tras el largo paso de Puig por aquella dirección general
(1980-1989), fue designado director de la Escola de l'Esplai del
Arzobispado de Barcelona y después director de la Fundación Pere
Tarrés y secretario general adjunto de la Fundación de Escuelas
Cristianas y vicepresidente de la Fundación de Escuelas
Parroquiales. Hoy en día, Armengol es el promotor del grupo
Cristians per la Independència, que organizó una velada de
oración a favor de la independencia en el Santuario de Pompeya
el pasado 28 de septiembre, utilizando la nave central del templo
para rezar por el éxito del referéndum.
Tan presto acudió el lobby del
padre Puig a solucionar el apuro logístico del 1-0 que aportó, en
la ciudad de Barcelona, una veintena de colegios religiosos. Y
ahí estuvieron las dominicas de Horta, los jesuitas de Caspe, San
Gervasi y el Clot; los escolapios de San Antonio; las Vedrunas de
Gracia, el Corazón de María de Nou Barris, el Padre Mañanet de Les
Corts, los colegios maristas y los de La Salle.
Una parroquia a la que van cuatro
gatos, pero que en ese domingo se reunió la mitad del pueblo,
amparados por el párroco Francesc Manresa. Pero no se ha
hablado mucho de que hubo urnas que se escondieron en templos y
locales parroquiales. Eran los sitios de máxima seguridad y
fiabilidad para el independentismo. Y uno de los puntos más
estratégicos que no podían fallar era Sant Julià de Ramis, donde
se había anunciado que votaría Puigdemont. Allí contaron
con la ayuda total del párroco, Sebastià Aupí Escarrà, que
además es el delegado episcopal de Pastoral de la Salud del Obispado
de Gerona. Lógicamente el sacerdote guardó perfectamente el secreto
y las urnas salieron de su parroquia el 1 de octubre con destino al
colegio electoral donde tenía que votar Puigdemont.
O la iglesia de Sant Pere i Sant Pau
de Canet de Mar (diócesis de Gerona), que no sólo guardó las
urnas sino que sacó sus bancos a la calle como barricada para evitar
la intervención policial, facilitados, con todas las bendiciones,
por el párroco Felip Hereu Pla, después de administrar la
Eucaristía. O la de Les Planes d'Hostoles o Pineda de Mar
(curiosamente también en la diócesis de Gerona), donde se
celebraron las votaciones en los locales parroquiales.
Mientras tanto, los obispos han
mirado hacia otro lado y cuando ha arreciado la polémica, como
en el caso de Vilarodona, ha tenido que salir el arzobispo de
Tarragona, Jaume Pujol, a sacar una nota pidiendo que no se
utilicen los lugares sagrados para cuestiones políticas. Han
permitido las esteladas en las torres de las iglesias; carteles de
democracia y apoyo al referéndum en los atrios; homilías
independentistas de sus curas; incluso cantos políticos en sus
celebraciones.
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