Frei Betto
Tolerancia no significa aceptar
pasivamente la violencia, la homofobia y el racismo. Frente a tales
actitudes tenemos el deber ético de ser intolerantes- La tolerancia
se sitúa en la esfera de las ideas y opiniones.
En una democracia, cada quien tiene
derecho a tener sus propias convicciones, aun si se contraponen a las
mías. No debo por eso ofenderlo, menospreciarlo, humillarlo. Pero
debo tratar de impedirle ir más allá de sus convicciones
predatorias hasta la violación de la dignidad por actitudes como el
racismo.
La modernidad se funda en la
diversidad. Pero el corazón humano no tiene edad. En todos los
lugares y épocas porta el solidario, el altruista, el generoso, y
también el dictador, el fundamentalista, el fanático que se juzga
dueño de la verdad.
En el terreno de la medicina, la
intolerancia es la de quien sufre de alergia a los camarones o el
ajonjolí y considera insoportables esos alimentos. Lo que no se
puede es transferir ese tipo de reacción a las ideas contrarias a
las mías. Aunque me escandalicen, no debo combatirlas con las armas
del odio y la violencia. Debo recurrir a la razón, al buen sentido,
y empeárme en el que marco legal de la sociedad impida que los
intolerantes pasen de las ideas a los hechos, como el de considerar
que la homosexualidad es una enfermedad y prescribir la "cura
gay".
Gandhi decía que "tolerar no
significa aceptar lo que se tolera". Tolerar viene del latín
tollere, que quiere decir cargar, soportar. En la cultura romana,
tollerantia equivalía a resistencia, que es la cualidad de quien
soporta dignamente dificultades y presiones.
Tolerar no implica concederle a otro
un derecho. El derecho no se tolera: se practica con plena libertad.
En 1789, cuando los diputados franceses debatían en la Asamblea
Constituyente el artículo 10 de la Declaración de los Derechos del
Hombre y del Ciudadano, referido a la libertad religiosa, la mayoría
católica propuso que se tolerara que los protestantes tuvieran sus
propios templos y practicaran su culto.
Saint-Étienne, un diputado
protestante, se mostró en desacuerdo. Dijo que tolerancia era "una
palabra injusta, que nos representa como ciudadanos dignos de piedad,
como culpables que son perdonados". Y exigió la libertad de
culto.
Una libertad no tiene derecho a
pretender cohibir a otra. En Alemania, los nazis tienen derecho a
organizarse en un partido político y ocupar escaños en el Congreso.
Pero no el de querer restringir los derechos de judíos e
inmigrantes.
El ejercicio de los derechos no
depende solo de la letra de la ley. Todos tenemos libertad de
expresión, pero en una sociedad económicamente desigual, quienes
poseen más recursos tienen más condiciones para expresarse que la
población carente. Por tanto, solo hay plena libertad cuando también
hay equidad.
No existen religiones fanáticas o
intolerantes. Hay, sí, individuos y grupos que encarnan esas
actitudes.
El sufrimiento nos puede tornar
tolerantes o intolerantes. En el siglo III a.C., el emperador Ashoka
gobernaba lo que hoy es la India, Paquistán y gran parte de
Afganistán. Cruel, asesinaba a sus rivales. Se cuenta que, después
de una batalla, vio el río anegado en sangre y decidió no volver a
provocar tanto sufrimiento y muerte.
Se dedicó, entonces, a promover la
par entre religiones y personas con diferentes opiniones. En columnas
de piedra dejó grabados sus consejos, como el de que "aquel que
defiende su religión y, debido a un celo excesivo, condena las demás
pensado 'tengo derecho a glorificar mi propia religión', no hace
sino perjudicar la suya, pues debe escuchar y respetar las doctrinas
profesadas por los otros."
Jesús es ejemplo de tolerancia.
Acogió al centurión romano, adepto de la religión pagana (Mateo 8,
5-13) y a la mujer fenicia, que adoraba dioses repudiados por los
judíos (Mateo 15, 22-25). No le dijo una palabra moralista a la
samaritana que había tenido cinco maridos y vivía con el sexto
(Juan 4, 7-26). Impidió que los fariseos apedrearan a la mujer
adúltera (Juan 8, 1-11). Permitió que la mujer pecadora le
perfumara los pies y los enjugara con sus cabellos (Lucas 7, 36-50).
En presencia del teólogo judío, subrayó el gesto solidario del
samaritano como ejemplo de lo que Dios espera de nosotros (Lucas 10,
25-36).
El sabio tolera; el arrogante juzga;
el injusto condena.
(Traducción de Esther Perez)
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