Leonardo BOFF
Hay una voz dentro de nosotros que
nunca conseguimos acallar. Es la voz de la conciencia. Ella está por
encima del orden establecido y de las leyes vigentes. Hay hechos
delictivos como violar inocentes, quitar de la boca del hambriento el
pan que lo salvaría de la muerte, robar el dinero destinado a la
salud y a la educación, practicar la corrupción como verdadero
pillaje de millones de reales destinados a las infraestructuras y
otros crímenes horrendos. El delincuente puede acostumbrarse a tales
prácticas hasta el punto de crear una segunda naturaleza y pensar:
«como es cosa de todos, y de nadie en particular, puedo
apropiármela». Si ocupa un cargo público dice: «el que se
enriquece en esta posición es un listo, quien no lo hace es tonto».
La corrupción, endémica en Brasil, se rige por tal sofisma.
Las personas de espíritu de ayer y
de hoy dan este testimonio: la conciencia es Dios dentro de nosotros.
Poco importa el nombre que le demos según las diferentes culturas.
Se trata de una instancia que es más alta que nosotros, cuya voz no
consigue ser sofocada por el vocerío humano por fuerte que sea. Con
acierto escribió Séneca: «La conciencia es Dios dentro de ti,
junto a ti y contigo».
Abundan los ejemplos históricos. Voy
a referir uno antiguo y otro moderno. En el año 310 el emperador
romano Maximiliano mandó diezmar a una unidad de soldados cristianos
porque se negaron a matar inocentes. Antes de ser degollados
escribieron al emperador: «Somos tus soldados, emperador, pero antes
somos siervos de Dios. A ti te hicimos el juramento imperial, pero a
Dios prometimos no practicar ningún mal. Preferimos morir a matar.
Elegimos ser muertos como inocentes a vivir con la conciencia
acusándonos siempre» (Passio Agaunensium, n.9).
Mil quinientos años después, el 3
de febrero de 1944, un soldado alemán y cristiano escribió a sus
padres: «Queridos, he sido condenado a muerte porque me he negado a
fusilar a presos rusos indefensos. Prefiero morir a llevar toda mi
vida sobre mi conciencia la sangre de inocentes. Fue usted, querida
madre, quien me enseñó a seguir siempre la conciencia y sólo
después las órdenes de los hombres. Ahora ha llegado la hora de
vivir esta verdad» (P.Malevezzi & G.Pirelli (org), Letzte
Briefe zum Tode Verurteilter, 1955, p.489). Y acabó fusilado.
¿Qué fuerza es ésta que en estos
dos pequeños relatos llenó de valor a los soldados romnos y al
soldado alemán para poder actuar así? ¿Qué voz es la que los
aconsejó antes morir que matar? ¿Qué poder posee esa voz interior
hasta el punto de vencer el miedo natural a morir? Es la voz
imperiosa de la conciencia. Nosotros no la creamos, por eso no
podemos destruirla. Podemos desobedecerla. Negarla. Reprimir los
remordimientos. Pero silenciarla, no podemos.
La conciencia es intocable y suprema.
El respeto que le debemos es tan grande que hasta la conciencia
invenciblemente errónea debe ser escuchada y seguida. Por eso los
obispos reunidos en el Concilio Vaticano II (1962-1965) dejaron
escrito: «La conciencia aun cuando invenciblemente yerra, no pierde
su dignidad» (De dignitate Humana, n. 2).
Tiene una conciencia invenciblemente
errónea la persona que empeña todos sus esfuerzos en buscar
sinceramente la verdad, preguntando, estudiando, dejándose aconsejar
por otros y cuestionándose a sí misma, e incluso así, yerra. Si
alguien hace todo esto y se equivoca, tiene derecho a ser respetado y
oído porque ha sido consecuente con su conciencia.
Toda persona puede errar
trágicamente, con la mejor buena voluntad. Por lo que siempre debe
preguntarse si está escuchando o no la voz interior. Blaise Pascal
ponderaba sabiamente: «Nunca hacemos tan perfectamente el mal como
cuando lo hacemos con buena conciencia». Sólo que esa conciencia no
es buena. Albert Camus refiriéndose a la moral de la obediencia
ciega escribió: «La buena voluntad puede causar tanto mal como la
mala, cuando no está suficientemente bien informada», es decir,
cuando no escucha la voz de la conciencia, llamándola a la buena
acción.
Escribimos todo esto pensando en la
vergonzosa corrupción que ha contaminado nuestra sociedad,
prácticamente en todos los niveles, especialmente a los dueños de
grandes empresas y a políticos del más alto rango, hasta al
desastrado presidente de la república. Son sordos ante su conciencia
que los incrimina. Pero llegará el momento en que tendrán responder
a alguien más Alto.
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