“Voy a colaborar en una
cultura de encuentro y diálogo”
Recientemente designado obispo de Mar
del Plata por el Papa, habló con LA CAPITAL de sus grandes desafíos
y preocupaciones. Advirtió que la Iglesia no es un partido político.
Y que le preocupa tanto la droga como la inseguridad y la pobreza.
Con el mate en la mano y
distendido, Gabriel Mestre recibió a LA CAPITAL en
uno de sus días más convulsionados desde que es sacerdote: el que
la Iglesia hizo pública su designación como obispo de Mar del
Plata. Aunque tomará posesión el próximo 26 de agosto, ya empezó
a pensar en los rasgos que tendrá su pastoreo.
– ¿Un sacerdote siempre sueña con
este tipo de designaciones?
– Es algo que se puede dar o no.
Uno, como sacerdote, está para anunciar a Jesucristo donde Dios
quiera. A veces es mucho más santo y mucho más necesario aquel que
está en un lugar oculto y poco reconocido que alguien que tiene un
cargo mucho más visible.
Además, todo cargo, cuanto más visible
es, también es una carga porque implica la conducción de la Iglesia
en todos los aspectos positivos, hermosos, bellos que tiene, pero
también implica estar a la cabeza solucionando problemáticas
diversas. La Iglesia es una institución divina compuesta por seres
humanos santos y pecadores. Por lo cual, hay diversas problemáticas
para arreglar y solucionar.
– ¿Cuánto de su individualidad le
puede poner un obispo a su función en una institución que se rige
por una doctrina como la Iglesia?
– Hay elementos que son esenciales.
La doctrina de la Iglesia Católica es una y ningún obispo católico
puede salirse de los elementos esenciales que están en el Evangelio.
A un obispo no se le puede ocurrir decir: ‘Yo estoy de acuerdo con
el aborto’. Los aspectos particulares, como dónde vivir, cuántas
veces visitar las parroquias, en qué fechas ordenar los sacerdotes,
son una cuestión de impronta. También cuánto te exponés o cuánto
te reservás ante la gente, qué temas dialogás con los medios y
cuáles no. Todos somos hijos de nuestra historia, de nuestro
contexto y de nuestra generación. Entonces, no es lo mismo un
sacerdote de 25 años de edad que un sacerdote de 50 años o uno de
90. Si bien hay gente muy dinámica en todas las edades y puede haber
gente más apocada en todas las edades, todos somos hijos de nuestra
cultura y nuestro tiempo. Entonces, en esos aspectos hay total y
absoluta libertad.
– La preocupación por lo social lo
llevó a adoptar su vocación. ¿Cómo observa la situación del país
y la ciudad en ese aspecto?
– La realidad es compleja, por
muchas causas. No soy simplista en los análisis, no quiero serlo y
trataré de no serlo nunca. El simplismo no ayuda. En esta cuestión
de múltiples causas, lo primero a lo que me veo comprometido es a
seguir dando respuestas. Ya la Iglesia de Mar del Plata la da. A
través de Cáritas, cada parroquia, cada capilla, cada comunidad, el
Hogar Nazaret, la Noche de la Caridad, Dies Domini, los servicios
puntuales en los dos hospitales. Me comprometo como padre y pastor a
seguir alentando y acompañando estas hermosas tareas que aquí se
realizan. Después, colaborando en una cultura del encuentro y del
diálogo.
– ¿De qué forma?
– Creo que el espacio de la Iglesia
no es un espacio partidario particular. Esto es importante siempre
dejarlo en claro: a veces pareciera que, cuando la Iglesia reclama o
plantea un tema social, se ubica como un partido político más o
como una suerte de oposición o de oficialismo según sea el momento
o el tema. O una ONG más. No, la Iglesia ocupa otro lugar. Son muy
importantes los espacios partidarios, los espacios sindicales, del
empresariado, las organizaciones sociales, las ONG. Pero la Iglesia
ocupa un lugar profundamente religioso, comprometido con el tiempo y
con la historia. Entonces, creo que además de plantear el legítimo
reclamo que pueda haber en cualquier ámbito social, también tiene
que hacer un aporte importante en esto de la cultura del diálogo y
el encuentro. La experiencia de la semana de Pastoral Social, que se
realiza en Mar del Plata, es para reflexiones generales. Eso mismo
tiene que ser replicado en todas las iglesias particulares, donde uno
tiene que acercar partes. Ante una problemática social tal vez haya
siete soluciones posibles. Nosotros no tenemos que embanderarnos en
una, sino en poder aunar la mayor cantidad de criterios posibles para
encontrar la solución.
– ¿Ese va a ser su desafío?
– Ese es el espacio que siempre
traté de ocupar como sacerdote joven, como párroco en las tres
comunidades en que estuve, como vicario general acompañando a
monseñor Marino, y va a ser mi lugar como obispo. No le tengo miedo
a una sociedad pluralista. Voy a colaborar en una cultura del
encuentro. Mi lema episcopal va a ser: “Cristo es nuestra paz”. Y
ahí me juego un poco todo. Yo tengo que colaborar por la paz. Desde
la de un matrimonio que está peleado y tengo que aconsejar para que
se reconcilie hasta la de dos grupos antagónicos que a nivel
político y social están enfrentados. Yo tengo que hacer mi pequeño
aporte.
– ¿Cree que esta necesidad del
encuentro se profundizó a partir de que la política ha generado
desencuentros en los últimos años?
– Creo que en parte sí. Son como
los tiempos psicológicos. Toda esta cuestión de la virulencia. Uno
puede hacer un análisis ante una protesta, si es más o menos justa;
ante un accionar de la policía, si es más o menos justo, pero se
repite esta cuestión de falta de tolerancia, de respeto, de cuidado,
hasta en las cuestiones básicas. Entonces, creo que se ha
acrecentado en el último tiempo por esta suerte de virulencia
interior más fuerte y un exceso de falta de filtro. Limitar lo que
uno piensa no es bueno, pero a veces se dice con virulencia y un alto
grado de enfrentamiento. No sólo en los temas políticos de agenda
nacional o ciudadana, sino que acontece en la cola del supermercado o
del banco.
– ¿Cómo puede ayudar usted a
modificarlo?
– Unidad en la diversidad. Por
ejemplo, el tema del aborto. La Iglesia tiene una postura, la de
Jesucristo y el Evangelio: la defensa de la vida es absoluta. Ahora,
yo me puedo sentar con una persona que es abortista y no me tengo por
qué pelear a priori. Yo tengo que exponer mis razones, que son
absolutas y claras, que no van a cambiar nunca, y él, ella o ellos
tendrán sus razones. No por eso nos vamos a pelear.
– Si tuviera que mencionar las dos
o tres razones que más te preocupan del aspecto social, ¿cuáles
señalaría?
– Yo diría la droga, que es
transversal, la seguridad y la inclusión social de los más pobres,
débiles y sufrientes. No sabría en qué orden. Detrás hay un tema
que nos compromete a nosotros como hombres religiosos: el tema de la
falta de sentido, la falta de Dios. Yo como hombre de fe, hombre
creyente, veo con claridad que la falta de sentido a la vida muchas
veces surge por la falta de presencia de Dios. Si Dios está
presente, estas tres realidades del ámbito social adquirirían otro
matiz, otro sentido.
– En sus primeras declaraciones
luego de que lo nombraran obispo dijo que quería estar cerca de la
gente. ¿Cómo lo va a poner en práctica cuando debe encargarse
también de otros asuntos?
– Mis colaboradores directos son
los sacerdotes. El latido de la realidad me lo van a ir planteando
ellos; los equipos pastorales de la diócesis, donde hay muchísimos
laicos trabajando y tratando de solucionar los problemas. Mi contacto
con ellos tiene que ser fluido. Y después, en las visitas de cada
una de las comunidades que voy haciendo. Lo hice en las tres
parroquias en que fui párroco, lo hice hasta el fin de semana pasado
en la Iglesia Catedral. Yo termino la misa y estoy afuera. Se acerca
desde el que me viene a pedir plata hasta el que tiene un enfermo en
el hospital y me pregunta si puedo ir. Después, de cara a la
sociedad civil, están los organismos particulares: Cáritas,
Pastoral Social, el equipo de medios de comunicación social del
Obispado, que me permiten tener contacto con el resto de los agentes.
– ¿Usa redes sociales?
– No tengo Facebook, por opción.
Uso teléfono, Whatsapp. No me daría el tiempo para usar Twitter.
Pero lo tengo que repensar con el equipo de comunicación, para ver
cómo poder optimizar la comunicación.
– ¿Cómo repercuten en las
distintas diócesis los escándalos sexuales con religiosos de la
Iglesia Católica?
– Es fuerte y es negativo. Ya el
papa Benedicto calificó la pedofilia de “crimen horrible”. Esto
repercute de manera negativa por el escándalo en sí y en algunos
casos por el manejo de la situación. Hoy en día tenemos
procedimientos bien claros y precisos para llevar adelante. Es un
tema complejo. En algunos casos en que se ha acusado a algún
sacerdote o a algún docente, lamentablemente ha sido verdad; en
otros casos no. Entonces, es complejo manejarlo por el estallido que
a veces se genera. Cuando es verdad, repercute en la credibilidad; la
institución de la Iglesia queda debilitada por el escándalo que
provoca. Lamentablemente, por el crimen horrendo, por el pecado
gravísimo de unos pocos, quedamos empañados todos los sacerdotes y
eventualmente todos los docentes de nuestros colegios.
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