en el
contexto de la nueva guerra fría
Leonardo Boff
El mental de la crisis brasilera
no está en la corrupción, que es endémica y tolerada por las instancias
oficiales, ya que se benefician de ella. Si fuesen recuperados los
millones y millones de reales que anualmente los grandes bancos y
las empresas dejan de entregar al INSS, una reforma de la Seguridad Social
se volvería superflua.
El problema no es apenas Lula o
Dilma y mucho menos Temer. El centro de la cuestión es la disputa en el
marco de la nueva guerra fría entre Estados Unidos y China: quien va a
controlar la séptima economía mundial y cómo alinearla con la lógica del
imperio norteamericano, impidiendo la penetración de China en nuestros países,
especialmente en Brasil, pues ella necesita mantener su crecimiento con
recursos que nosotros tenemos.
Todas estas instancias sirven de
fuerzas auxiliares al proyecto mayor del imperio. Con una ventaja:
ese sometimiento se encuentra con los propósitos de los herederos de la
Casa Grande que jamás tolerarán que alguien de la senzala o hijo de la pobreza
llegue a la presidencia e inaugure políticas sociales de inclusión de las
clases subalternas, capaces de poner en jaque sus privilegios. Prefieren
estar seguros al lado de Estados Unidos, como socios menores, a aceptar
transformaciones del statu quo que les favorece.
Para Estados Unidos, Brasil es un
espacio al descubierto en el Atlántico Sur. No puede continuar así, pues
según una de las ideas-fuerza del Pentágono, el full spectrum
dominance (la dominación de todo el espectro territorial), Brasil
debe estar bajo control. De ahí la presencia de la cuarta flota próxima a
nuestras aguas territoriales y al pré-sal. La visión imperial y belicista
se expresa por las 800 bases militares que tienen por todo el mundo, también
varias en América Latina.
China, en contrapartida, sigue
otra estrategia. Escogió el camino económico y no el belicista. Por ahí piensa
tener oportunidades de triunfar. El gran proyecto de Eurasia, “la ruta de
la seda” que envuelve a 56 países con un presupuesto de ayuda al desarrollo
de 26 billones de dólares, hace patente su presencia también en Brasil y en
América Latina.
En ese juego de titanes, la
estrategia norteamericana cuenta en Brasil con fuertes aliados: los que
perpetraron el golpe parlamentario, jurídico y mediático contra Dilma están
imponiendo un neoliberalismo más radical que en los países centrales. Esto
implica liquidar políticamente el liderazgo popular de Lula a través de los
distintos procesos promovidos contra él por el juez justiciero Sergio Moro
de Lava-Jato. Todos ellos siguen el modelo imperial impuesto. Por eso,
Moro se vio obligado a condenar a Lula, aunque sin base jurídica suficiente,
como lo han revelado eminentes juristas, del quilate de Dalmo Dalari,
Fábio Konder Comparato, y por otra vía, el gran analista político Moniz
Bandeira.
En términos generales, para
Estados Unidos se trata de impedir que gobiernos progresistas lleguen al poder
con un proyecto de soberanía y refuercen un nuevo sujeto político, venido
de abajo, de las periferias, con políticas antisistémicas, pero que
implican la inclusión de millones de personas en la sociedad, antes dirigida
por élites retrógradas, excluyentes y enemigas de cualquier avance que
amenace sus privilegios. Necesitamos tener claridad: partidos
con proyectos claramente neoliberales, que ponen todo el valor en el
mercado y todos los vicios en el Estado, que debe ser disminuido, como ha
mostrado con vigor Jessé Souza, y que frenan hasta con violencia la ascensión
de las clases subalternas, son los representantes subalternos de esa estrategia
imperial norteamericana y contra China, envolviendo a Brasil en esta
trama, que para nosotros, en el fondo, es anti-pueblo y anti-nacional.
A nuestras oligarquías no les
interesa un proyecto de nación soberana con un gobierno que con políticas sociales disminuya
la nefasta desigualdad social (injusticia social) y que aproveche nuestras
virtualidades, sea la riqueza ecológica, la creatividad del pueblo y la
posición estratégica geopolíticamente. Les basta con ser aliados agregados del imperio norteamericano
con el soporte europeo, pues así ven garantizados sus privilegios y
salvaguardada la naturaleza de su acumulación absurdamente concentradora y
antisocial. De ahí que reelegir a Lula sería la mayor desgracia para
el proyecto imperial y los oligopolios nacionales
internacionalizados.
Esa es la lucha real que se traba
por debajo de las luchas político-partidistas, el combate a la corrupción y
el castigo de corruptos y corruptores. Es importante pero no acaba en sí
misma. No podemos ser ingenuos. Es importante tener claro que aquella se ordena
a la alineación con el imperio norteamericano de espaldas al pueblo, negándole
el derecho a construir su propio camino y, junto con otros, dar un
contenido menos malvado a la planetización, imponiendo límites al Gran
Capital a escala mundial.
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