siervos de los oprimidos
Frei Betto
François Houtart trasvivenció el
pasado 6 de junio en Ecuador. Tenía 92 años y el entusiasmo
revolucionario de un joven de 20. Nuestro último encuentro se
produjo en marzo de este año 2017, cuando pronuncié una serie de
charlas en Quito a invitación del presidente Rafael Correa. François
me acompañó todo el tiempo. Fuimos juntos a Pucahuaico, donde está
enterrado el cuerpo de monseñor Leónidas Proaño, obispo indígena
identificado con la Teología de la Liberación. La capilla, a los
pies del volcán Imbabura, estaba repleta de indios y gente del
pueblo. Houtart presidió la celebración eucarística.
En 1975 regresé a Bélgica para
iniciar el doctorado. En la primera reunión de trabajo con Houtart,
mi tutor, me desmontó todo lo que había preparado para la tesis
sobre el catolicismo popular. Me dijo que era insuficiente, porque no
incluía una explicación sociológica. Para aumentar mi sobresalto,
añadió: "Como no debes ignorar, solo la teoría marxista es
realmente explicativa. Las otras son apenas descriptivas". Salí
de allí aturdido, sin entender cómo un padre, que había sido
perito en el Concilio y hasta había colaborado en la redacción de
la Gaudium et Spes se había convertido en un marxista sin abandonar
la Iglesia. Poco a poco fui entendiendo: era un activo opositor a la
guerra de los Estados Unidos contra Vietnam, y fue así que
descubrió, en la teoría de la lucha de clases, un instrumento
teórico capaz de elucidar lo que estaba en juego en aquella guerra,
en los movimientos anticolonialista de África y Asia, y en las
dictaduras latinoamericanas. Lo mejor es que me convenció de una vez
por todas. La última vez que participamos juntos en un congreso de
Sociología de la Religión, éramos los únicos sociólogos que
empleábamos el instrumental marxista para explicar hechos
religiosos. Bromeé con él: le pedí que demorara bastante en
morirse, para no quedarme solo usando a Marx a fin de entender la
religión...
François era alto, tenía los ojos
muy claros y sonreía con facilidad, incluso al expresar, en el Foro
Social Mundial de Porto Alegre de 2005, críticas pertinentes al
gobierno brasileño en presencia del presidente Lula. De hablar
pausado, su razonamiento científico era didáctico, porque abandonó
Europa para vivir en la América Latina y dedicarse a los movimientos
sociales de países de nuestro continente, África y Asia. En 2016
asesoró el congreso nacional del MST celebrado en Brasilia.
Convivimos en varias ocasiones cuando
participamos en eventos en Brasil, Cuba, Nicaragua y Bolivia. Yo
siempre me preguntaba de dónde sacaba tantas fuerzas un hombre de
más de 80 años para viajar por todo el mundo, muchas veces cargado
con una pesada maleta llena de libros de su autoría, sin quejarse
jamás por tener que alojarse en una tienda indígena en lo alto de
los Andes, un asentamiento del MST en Brasil o una cabaña de
cultivadores de arroz en Vietnam.
Durante sus años de estudio en Roma,
François tuvo como colega a un joven llamado Karol Wojtyla. Me contó
que el seminarista polaco estaba obsesionado por el aprendizaje de
los idiomas. Aprovechaba las vacaciones para trasladarse a las
regiones de Europa en las que le podían enseñar una nueva lengua.
En cierta ocasión, acompañó a Houtart a Bélgica, interesado en
mejorar su francés y conocer el flamenco.
Una noche, Wojtyla regresó a la casa
bajo un fuerte aguacero. El agua había deshecho sus zapatos polacos.
François encontró a un seminarista belga que, como calzaba el mismo
número que el polaco, le pudo ceder un nuevo par. Décadas después,
ya sacerdote, el donante de los zapatos quiso que lo recibiera el
papa Juan Pablo II. La burocracia alegó que la agenda del pontífice
estaba llena. Pero cuando le envió una nota recordándole los
zapatos, se abrieron las puertas del Vaticano.
En 2016, Houtart me invitó a Ecuador
para un seminario sobre la encíclica socioambiental Louvado Sejas,
del papa Francisco. El trabajo conjunto durante aquellos días dio
por resultado una publicación, firmada por ambos: Laudato si –
Cambio climático y sistema económico (Quito, Centro de
Publicaciones, Pontificia Universidad Católica del Ecuador, 2016).
En el viaje que realizamos el pasado
marzo a la región andina del Ecuador, François me contó su
participación, a los 15 años, en la resistencia contra la ocupación
nazi de Bélgica. Él y un amigo decidieron fabricar una bomba casera
para descarrilar un tren de soldados de Hitler. No tuvieron éxito, y
el atentado le valió un tirón de orejas de su madre. Me dijo,
además, que tenía más de diez hermanos, todos vivos, que se habían
reunido hacía una década para celebrar los 1 000 años de la suma
de sus edades.
Durante la visita de Juan Pablo II a
Cuba, en enero de 1998, Fidel invitó a Houtart a asesorarlo, en
compañía de Pedro Ribeiro de Oliveira, el teólogo italiano Giulio
Girardi y yo. Fueron días de intenso trabajo en común.
Formación obrera
En 2016, François me envió un
interesante relato en español sobre su formación, que transcribo
aquí:
Durante mis años de seminario en
Malinas (Bélgica), participaba en numerosas reuniones de la JOC
(Juventud Obrera Católica) en Valonia y en Bruselas, durante las
vacaciones. Ahí fue donde descubrí la situación de la clase obrera
de esa época (1944-1949). Justo después de la posguerra, el
esfuerzo de reconstrucción de Europa estuvo acompañado por una
sobrexplotación del trabajo, y las condiciones sociales de los
jóvenes eran particularmente escandalosas.
Los congresos de la JOC regionales y
nacionales permitían informarse sobre el marco más general de la
situación económica y social. Además, pude visitar diferentes
fábricas y minas de carbón. La JOC belga me puso en contacto con el
movimiento en Francia, en los Países Bajos, en Inglaterra, en
Alemania, en España, y poco a poco la dimensión internacional se
convirtió también en una parte importante de mi introducción en el
mundo del trabajo.
En numerosas ocasiones, me entrevisté
con Monseñor Cardijn (fundador de la JOC) y estuve muy impresionado
por su combatividad, su insistencia sobre la incompatibilidad entre
la injusticia social y la fe cristiana, y sobre su conocimiento de la
vida de los jóvenes trabajadores. Descubrí también el método
pedagógico, el no partir de arriba imponiendo un saber, sino de
abajo, descubriendo la realidad: ver, juzgar, actuar.
Esta experiencia me incitó a pedir,
después de mi ordenación sacerdotal, iniciar estudios de Ciencias
Sociales y Políticas en la Universidad Católica de Lovaina. Me pasé
3 años ahí, quedándome en permanente contacto con la JOC,
siguiendo ciertas secciones, viajando por Europa para encuentros con
el movimiento. Mi tesis de licenciatura estuvo dedicada al estudio de
las estructuras pastorales de Bruselas, habiendo descubierto, por una
parte, su ausencia en los medios obreros, y por otra la
identificación de la cultura religiosa cristiana con la cultura
burguesa, creando un divorcio con la clase obrera y, particularmente,
los jóvenes.
Durante el último año de mis
estudios en Lovaina, fui el capellán del Hogar de los Jóvenes
Trabajadores en Bruselas, un servicio de la JOC para los jóvenes que
habían estado confrontados a la Justicia de la Juventud.
En el plano europeo, es en Francia
donde tuve más contactos, particularmente en la región parisina: St
Denis y otros suburbios. Me hice amigo de algunos sacerdotes obreros,
e incluso me quedaba a vivir en sus casas.
Después de conseguir una beca por
estudios para la Universidad de Chicago (1952-1953), con el fin de
continuar la Sociología Urbana y la Sociología de la Religión,
residí en una parroquia donde trabajaba al capellán de la JOC de la
ciudad. Fue también la ocasión de bastantes encuentros con la JOC
de los Estados Unidos. Durante las vacaciones de Pascua de 1953, fui
a La Habana para asistir a un Congreso de la JOC de América Central
y del Caribe, donde estuvo presente Cardijn. Pude tener reuniones con
secciones locales y entrevistarme con el capellán nacional de Cuba.
Esto me metió en la problemática latinoamericana, que deseaba
conocer desde hacía tiempo. Después del congreso acompañé al
capellán de la JOC de Haití a Puerto Príncipe, y me pasé una
semana en el país en visitas y reuniones con el movimiento haitiano.
Luego di clases durante un semestre
en la Universidad de Montreal, y también participé en actividades
del movimiento. De ahí me trasladé de nuevo a América Latina y
durante 6 meses recorrí casi todos los países, desde México hasta
Argentina, siempre con la JOC, gracias a los contactos conseguidos
durante los congresos internacionales. Fue una gran escuela el
descubrir el continente desde abajo. Una vez más, descubrí los
abismos entre los ricos y los pobres y la explotación increíble de
los jóvenes urbanos y rurales. Fui golpeado por el papel de los
sacerdotes apegados al movimiento en la renovación de una Iglesia
tan alejada del pueblo y tan próxima a las élites y oligarquías
sociales. Eran activos en todos los campos: social, litúrgico,
pastoral, bíblico. Una gran parte de estos sacerdotes pertenecían a
las órdenes religiosas y bastante de ellos habían estudiado en
Europa.
Este contacto con América Latina fue
el que me hizo iniciar, en 1958, un estudio socio-religioso sobre el
conjunto del continente, con equipos en cada país, varias veces con
miembros de la JOC. Se terminó en 1962 y fue publicado en unos
cuarenta volúmenes, lo que llevó al Consejo Episcopal
Latinoamericano a pedirme una síntesis en tres lenguas para
distribuir en la entrada del Concilio Vaticano II al conjunto de los
obispos, y acompañarle como peritus durante los 4 años del trabajo
conciliar.
El cardenal Cardijn me había pedido,
entre tanto, si aceptaría ser el capellán internacional del
movimiento, lo que evidentemente me interesaba mucho, pero mi obispo,
el cardenal Van Roey, no aprobó esta idea.
Después, habiendo trabajado en Asia,
durante las vacaciones de la Universidad de Lovaina, donde impartía
Sociología de la Religión, me puse en contacto también con la JOC
en Sri Lanka, en la India, en Vietnam, en Corea del Sur, en
Filipinas. Con mi colega, Geneviève Lemercinier, nos hicimos cargo
de un seminario de formación para el análisis social para los
militantes de la JOC de Hong Kong. En África del Sur, en pleno
apartheid, participé durante 3 días en una reunión nacional con
jóvenes trabajadores blancos, negros y mestizos, lo cual en
principio estaba prohibido, en un convento de los Padres Oblatos, en
Bloemfontein.
En cualquier parte de América
Latina, Asia y África, me he reunido en los años siguientes con
antiguos miembros de la JOC, tanto en los sindicatos como en las ONG
de desarrollo, o en el seno de partidos políticos progresistas y
también revolucionarios, como en Nicaragua o en Bolivia.
Las enseñanzas que he sacado de la
JOC han sido numerosas y fundamentales. En primer lugar, fue el
conocimiento del mundo obrero, de sus luchas, de sus organizaciones.
Después, fue el método: ver, juzgar, actuar, que da un marco de
reflexión muy eficaz para el análisis de las realidades y para la
puesta en marcha de una acción que les sea adaptada. Si estudié
Sociología y si continué constantemente el trabajo de
investigación, era para afinar el "ver" en sociedades muy
diferentes y complejas. Esto también me permitió descubrir que se
podía leer la sociedad desde arriba, pero también desde abajo, y
que la opción del Evangelio era leer el mundo con los ojos de los
pobres y de los oprimidos. No existe una ciencia neutra, sobre todo
en el marco de las ciencias humanas.
La pedagogía de la JOC y su
adaptación a un medio específico de jóvenes trabajadores, a menudo
a duras penas alfabetizados, me ha enseñado a utilizar un lenguaje
sencillo, a estructurar correctamente el raciocinio para que sea
comprendido, en una palabra a bajarse del pedestal académico y
también de aprender de los que tienen un saber práctico a menudo
despreciado por el saber llamado "sabio".
Por fin, es también la JOC lo que me
ha llevado a profundizar la dimensión social del Evangelio, y a
comprender que lo que pide el Señor es el amor eficaz. No se trata
únicamente de una actitud personal, sino que este amor implica la
construcción de una sociedad justa y seguir el ejemplo de Jesús en
su sociedad, donde anunció los valores del Reino de Dios, el amor al
prójimo, la justicia, la igualdad, la misericordia, la paz, y
combatió todos los poderes opresores, económicos, sociales,
políticos e incluso religiosos. No en vano murió (ejecutado) sobre
la cruz (Quito, 1ro de marzo de 2016).
La transvivenciación
Nidia Arrobo Rodas, quien trabajaba
con François en la Fundación Pueblo Indígena del Ecuador, relata
sus últimos momentos:
Nuestro querido François se fue como
vivió, con una serenidad total, entero, lúcido, diáfano, de pie...
En la víspera, luego de un Acto de Denuncia en el IAEN (Instituto de
Altos Estudios Nacionales) sobre el genocidio tamil, cenamos como de
costumbre la "sopita" que tanto le gustaba y para él era
imprescindible al caer la tarde tomarla en comunión en nuestra
minirresidencia y, como de costumbre, se fue a dormir... Claro que en
su habitación siguió trabajando... No sabemos hasta qué hora...
Porque hasta las once de la noche aún recibimos sus emails.
Al amanecer, intuimos que se había
levantado para ir a la ducha y las fuerzas le faltaron... Se había
puesto la salida de cama, se había sentado en su sillón relax muy
próximo a su cama, y con su mano en el corazón se quedó durmiendo
el sueño más profundo de su vida, muy plácidamente, sin hacer
ningún ruido, muy calladito. Un infarto masivo... A las siete y
media de la mañana... se despertó en Dios.
Precisamente en el mes de abril
fuimos al cardiólogo, a instancias mías, porque sentía que se
agitaba mucho y como que le faltaba el oxígeno... El cardiólogo le
pidió hacerse una cirugía de la arteria del corazón, pues se había
estrechado, y el marcapasos ya no respondía como hace cuatro años
que se lo puso. Le dije: François, la cirugía es inminente... El
optó por hacérsela en Bélgica por sugerencia del mismo
cardiólogo... Pero por más que le insistía, no tomó la decisión
de viajar enseguida: "Tengo muchos compromisos, tengo que
terminar la cátedra Houtart en el mes de junio y me voy", me
dijo. De nuevo le dije que era mucho tiempo de espera... Pero él era
dueño absoluto de su voluntad y de sus decisiones... Optó por
terminar aquí todo lo previsto y viajar en junio a Bélgica para su
cirugía, que deportivamente decía, es algo muy pequeño.
Con esto, tenía pasajes comprados y
maletas listas para viajar ayer (9 de junio), pero primero a Bogotá,
luego una semana en Cuba, luego una semana en Brasil y llegar a
finales de junio a su Bélgica...
Yo sabía que él libremente optó
por vivir con nosotros, se sentía feliz, vivió feliz... y pienso
que en el fondo de su corazón quiso terminar aquí mismo sus días.
La última celebración tuvo lugar
--a pedido mío-- en el IAEN, el propio miércoles, exactamente a las
cinco de la tarde, día y hora en la que tenía terminar el programa
de su cátedra este año.
Estamos desolados... Fuimos felices
con su presencia jovial, llena de amistad, finura de espíritu,
delicadezas y de detalles increíbles; pero al mismo tiempo sé que
él fue feliz en medio de nosotros... Siempre nos lo decía y esto me
llena de gozo y gratitud.
Sin embargo, a él lo sentimos entre
nosotros, él está vivo y sigue y seguirá vivo y resucitado en las
luchas de liberación de todos los empobrecidos de todo el mundo, y
en los dolores de parto con los que gimen los PUEBLOS INDÍGENAS y
nuestra Pachamama.
Como consta en su testamento, lo
cremamos... y lo más pronto sus cenizas reposarán junto a las de su
madre en su Bélgica natal.
Miguel D'Escoto
Dos días después de que Houtart nos
dejara, perdí a otro amigo, también sacerdote y revolucionario como
él, el padre Miguel D'Escoto, fallecido a los 84 años. Ministro de
Relaciones Exteriores de la Nicaragua sandinista entre 1979 y 1990,
presidió la Asamblea General de la ONU en 2008 y 2009.
Hijo de diplomático, D'Escoto nació
en Los Ángeles en 1933. Se hizo sacerdote por la congregación
Maryknoll y fue uno de los fundadores de la editorial neoyorquina
Orbis Books, que en 1977 publicó en los Estados Unidos mi libro
Cartas da prisão con el título Against Principalities and Powers.
Fue D'Escoto quien nos recibió a
Lula y a mí en Managua en ocasión del primer aniversario de la
Revolución Sandinista, en julio de 1979. Nos llevó la noche del 19
de julio a casa de Sergio Ramírez --entonces vicepresidente del
país-- donde conocimos a Fidel Castro, con quien sostuvimos una
larga conversación.
En enero de 1980 vino a São Paulo en
compañía de Daniel Ortega, presidente de Nicaragua, a participar en
el primer congreso mundial de Teología de la Liberación. Fue uno de
los oradores de la Noche Sandinista en el Teatro de la Universidad
Católica de São Paulo (TUCA).
El domingo 29 de noviembre de 1981,
en Managua, me volví a encontrar con él en su casa, que había
pertenecido al presidente del Banco Central de Nicaragua en la época
de la dictadura de Somoza. Se encontraban allí Daniel Ortega; el
secretario general del Frente Sandinista de Liberación Nacional,
René Núñez: los padres Gustavo Gutiérrez, Pablo Richard, Fernando
Cardenal, Uriel Molina y Edgard Parrales, ministro de Bienestar
Social.
D'Escoto acababa de regresar de
México y describió en detalle las recientes conversaciones sobre
América Central entre el presidente López Portillo y el general
Alexander Haig, secretario de Estado de los Estados Unidos. Los
asistentes mostraban una indisimulable satisfacción por la
eficiencia del espionaje sandinista al interior del gobierno
mexicano.
Hablamos de la coyuntura de la
Iglesia, de la campaña internacional contra la Revolución y de la
Juventud Sandinista, ahora al cuidado de Fernando Cardenal. Me
preocupaba el carácter mecanicista del marxismo divulgado entre los
jóvenes sandinistas, mera apologética de antiguos manuales rusos.
Insistí en la importancia de que los sacerdotes en el poder
–D'Escoto, Parrales y los hermanos Cardenal—explicitaran
públicamente su vida de fe. Temía que proyectaran una imagen más
política que cristiana.
El sábado 16 de noviembre de 1984,
en Managua, regresé a casa de D'Escoto. Le pregunté por qué no
había ido a la reunión de la OEA en Brasilia. "Para no darle
valor a la OEA, que sigue siendo un instrumento en manos de los
Estados Unidos contra la soberanía de los pueblos de la América
Central", me respondió.
Celebramos la eucaristía bajo el
cobertizo de mimbre del patio. Leímos el evangelio de Mateo 4, 25
ss, y meditamos sobre la lectura. D'Escoto se desahogó: "Tengo
el cuerpo y la mente cansados, porque ya no logran seguir el ritmo
acelerado que me imponen las circunstancias. Sueño con disfrutar de
la soledad, con disponer de tiempo para mí y no tener que estar
siempre atento al teléfono. Pero sé que eso es solo un sueño. Mi
intimidad con Jesús me da la fuerza que me sustenta."
Al final de la celebración, me dijo:
"Quiero que me hagas dos favores: estoy leyendo con mucho gusto
el último libro de Don Pedro Casaldáliga. Supe que pronto irá a
España. Pídele que pase antes por Nicaragua. E insístele a Don
Paulo Evaristo Arns en que venga a la toma de posesión de Daniel el
próximo 10 de enero."
"¿Por qué no llamas por
teléfono ahora a Don Paulo?", le sugerí.
Lo intentamos, pero el cardenal de
São Paulo no se encontraba en su casa.
Once días después le di el recado
personalmente a Don Paulo Evaristo Arns. Al año siguiente, Don Pedro
Casaldáliga visitó Nicaragua.
En marzo de 1986 me lo volví a
encontrar en La Habana, en compañía de Rosario Murillo --actual
vicepresidenta de Nicaragua y esposa de Daniel Ortega— y de Manuel
Piñeiro, jefe del Departamento de América del Comité Central del
Partido Comunista de Cuba. Hablamos largo y tendido sobre la
situación de Nicaragua y el apoyo explícito que los obispos Obando
y Vega le daban a la política agresiva de Reagan. D'Escoto era de la
opinión de que adres, religiosos y laicos debían enfrentarse
valientemente al arzobispo de Managua, apelando, de ser necesario, a
la desobediencia eclesiástica. Eso le valió la posterior suspensión
del ejercicio de su sacerdocio por parte del papa Juan Pablo II,
medida que revocó el papa Francisco.
En enero de 1989, en La Habana, nos
vimos en la conmemoración de los 30 años de la Revolución cubana.
Sostuvo una larga conversación con Leonardo Boff sobre la teología
de la Trinidad: "Es la base de mi espiritualidad", le oí
decir. Y lamentó la situación de su país: "Lo más duro para
el pueblo de Nicaragua no es la agresión norteamericana, sino la
falta de apoyo de la Iglesia".
Tuvimos otros encuentros en períodos
posteriores, como en la época en que presidía la Asamblea General
de la ONU, experiencia que lo llevó a dejar de creer por completo en
la eficacia de esa importante institución, manipulada por los
intereses de la Casa Blanca.
Con la desaparición de François
Houtart y Miguel D'Escoto pierden la América Latina, la causa de los
pobres y la Teología de la Liberación. Nos dejan un legado de cómo
vivir la fe cristiana en un mundo dividido entre pocos
multimillonarios y multitud de miserables, y de lo que significa ser
discípulo de Jesús en este convulso inicio del siglo XXI.
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