a
ser creativos y buscar las formas para anunciar a Cristo
A Su Excelencia Mons. Ramón Alfredo
Dus, Arzobispo de Resistencia,
Presidente de la Comisión Episcopal
de Catequesis y Pastoral Bíblica
Vaticano, 5 de julio de 2017
Querido hermano:
Un cordial saludo a vos y a todos los
que participarán en los diferentes encuentros de formación que ha
organizado la Comisión Episcopal de Catequesis y Pastoral Bíblica.
San Francisco de Asís, cuando uno de
sus seguidores le insistía para que le enseñara a predicar, le
respondió de esta manera: «Hermano, [cuando visitamos a los
enfermos, ayudamos a los niños y damos comida a los pobres] ya
estamos predicando». En esta bella lección se encuentra encerrada
la vocación y la tarea del catequista.
De aquí que el catequista deba
volver constantemente a aquel primer anuncio o «kerygma» que es el
don que le cambió la vida. Es el anuncio fundamental que debe
resonar una y otra vez en la vida del cristiano, y más aún en aquel
que está llamado a anunciar y enseñar la fe. «Nada hay más
sólido, más profundo, más seguro, más denso y más sabio que ese
anuncio» (Evangelii Gaudium, 165).
Este anuncio debe acompañar la fe
que está ya presente en la religiosidad de nuestro pueblo. Es
necesario hacerse cargo de todo el potencial de piedad y amor que
encierra la religiosidad popular para que se transmitan no sólo los
contenidos de la fe, sino para que también se cree una verdadera
escuela de formación en la que se cultive el don de la fe que se ha
recibido, a fin de que los actos y las palabras reflejen la gracia de
ser discípulos de Jesús.
El catequista camina desde y con
Cristo, no es una persona que parte de sus propias ideas y gustos,
sino que se deja mirar por él, por esa mirada que hace arder el
corazón. Cuanto más toma Jesús el centro de nuestra vida, tanto
más nos hace salir de nosotros mismos, nos descentra y nos hace ser
próximos a los otros.
Ese dinamismo del amor es como el
movimiento del corazón: «sístole y diástole»; se concentra para
encontrarse con el Señor e inmediatamente se abre, saliendo de sí
por amor, para dar testimonio de Jesús y hablar de Jesús, predicar
a Jesús.
El ejemplo nos lo da él mismo: se
retiraba para rezar al Padre e inmediatamente salía al encuentro de
los hambrientos y sedientos de Dios, para sanarlos y salvarlos. De
aquí nace la importancia de la catequesis «mistagógica» que es el
encuentro constante con la Palabra y con los sacramentos y no algo
meramente ocasional previo a la celebración de los sacramentos de
iniciación cristiana. La vida cristiana es un proceso de crecimiento
y de integración de todas las dimensiones de la persona en un camino
comunitario de escucha y de respuesta (cf. Evangelii Gaudium, 166).
El catequista es además creativo;
busca diferentes medios y formas para anunciar a Cristo. Es bello
creer en Jesús, porque él es «el camino, y la verdad y la vida»
(Jn 14, 6) que colma nuestra existencia de gozo y de alegría. Esta
búsqueda de dar a conocer a Jesús como suma belleza nos lleva a
encontrar nuevos signos y formas para la transmisión de la fe.
Los medios pueden ser diferentes pero
lo importante es tener presente el estilo de Jesús, que se adaptaba
a las personas que tenía ante él para hacerles cercano el amor de
Dios. Hay que saber «cambiar», adaptarse, para hacer el mensaje más
cercano, aun cuando es siempre el mismo, porque Dios no cambia sino
que renueva todas las cosas en él. En la búsqueda creativa de dar a
conocer a Jesús no debemos sentir miedo porque él nos precede en
esa tarea. Él ya está en el hombre de hoy, y allí nos espera.
Queridos catequistas, les doy las
gracias por lo que hacen, pero sobre todo porque caminan con el
Pueblo de Dios. Los animo a que sean alegres mensajeros, custodios
del bien y la belleza que resplandecen en la vida fiel del discípulo
misionero.
Que Jesús los bendiga y la Virgen
santa, verdadera «educadora de la fe», los cuide.
Y, por favor, no se olviden de rezar
por mí.
Francisco.
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