En este tiempo, en el que todos los
futuros son posibles, es necesario trabajar desde una irrenunciable
opción preferencial por los más pobres, para que nuestro continente
se inscriba en otro paradigma, propio, que nos una, que nos reubique
en la fila
Adalid Contreras Baspineiro
1. El mundo está cambiando
Un revelador grafiti leído en una
pared de no recuerdo dónde, decía: “capitalismo, tus siglos están
contados”. El sentido del mensaje guardaba relación con la
creencia generalizada que la globalización había venido al mundo
para quedarse. Los recetarios de los modelos de ajuste estructural,
la liberalización de las economías, la privatización de las
sociedades y la fatalidad sensacionalista de los estilos de
comunicación, parecían confirmarlo.
Pero en los hechos el modelo no
funcionó como motor de la economía; la apertura comercial sin
fronteras y la autorregulación del mercado no resultaron en
crecimiento y pleno empleo; la privatización de la sociedad no
provocó estabilidad, ni el modelo empresarial de los poderes
significó soluciones políticas para las naciones.
Por el contrario,
los efectos reales del modelo se expresaron en un debilitamiento
extremo de los aparatos de Estado; incremento preocupante de los
índices de pobreza; crecimiento de las tasas de desempleo y
precarización del empleo; ampliación de la brecha de desigualdad;
naturalización de las inequidades; estancamiento económico
prolongado; inseguridad ciudadana; inmediatismo con pérdida de
capacidad para planificar el largo plazo; pérdida ciudadana de sus
derechos económicos, sociales y culturales; acelerada depredación
de la naturaleza a costa del crecimiento y reemplazo de las políticas
nacionales por reformas compensatorias transitorias.
En estas condiciones, el modelo
provocó agotamiento ciudadano e inconformidades estatales y se
empieza a desgarrar desde dos fuentes alternativas: i) la emergencia
de gobiernos que buscan alternativas impulsados por las
reivindicaciones de los movimientos sociales; y ii) en la mayor de
las paradojas, el modelo globalizador encuentra trabas en su propio
seno, a tal punto que sus propios gestores plantean cuestionamientos.
En relación a la primera fuente de
desestabilización, diversos países latinoamericanos establecen
democráticamente gobiernos y modelos públicos que se constituyen en
un traspié de la ideología de la globalización, impulsando
opciones constitucionales y programáticas anti o postneoliberales.
Sus gestiones permiten reducir los índices de pobreza y desigualdad
y generar constitucionalismos garantistas de los derechos humanos y
de la naturaleza. Sin embargo, estos esfuerzos no alcanzaron a
desarrollar sistemas de gobernanza sostenible para superar sus
vulnerabilidades frente a factores externos como la disminución de
los precios en las materias primas y commodities, así como la
contracción de los mercados y la crisis financiera internacional.
Pero también factores internos como la corrupción, el desarrollo de
programas extractivistas y desarrollistas, o la lentitud en los
procesos de transformación de la matriz productiva y en la
generación de empleos, además de la persistencia de la pobreza,
contribuyen a situaciones de desencanto con sus posibilidades
reivindicacionistas.
Pero el elemento más llamativo de
desgajamiento de la inmutabilidad de la globalización, es que el
modelo emergente del Consenso de Washington se resiente incluso en
las economías, sociedades y sistemas políticos de los países más
desarrollados que manejan los hilos del mercado y deciden los
destinos de las geopolíticas internacionales. En su pretensión por
concentrar aún más riqueza y poder, empiezan a reacomodar sus
políticas nacionales con medidas proteccionistas, afectando de este
modo el eje motor de la globalización, es decir la economía de
mercado.
Es difícil afirmar que “la
globalización ha muerto”, como lo sugirió Álvaro García Linera,
Vicepresidente del Estado Plurinacional de Bolivia, pero es cierto
que se quedó sin su pretendido horizonte único, victorioso, porque
se diluye en sus propias limitaciones. El mundo entra en una
situación de turbulencia basada en estas características: i)
vivimos una situación de desorden mundial con el ultraproteccionista
modelo Trump; ii) los epicentros mundiales tienden a ser
bireferenciales: Beijing y Washington; iii) el mundo es cada vez más
inseguro e insolidario: el terrorismo se desplaza hacia los centros
metropolitanos; y iv) estamos cada vez más incomunicados.
2. América Latina se está
desordenando
En este contexto de inestabilidad
prolongada, sistemática, persistente y profunda, también América
Latina y el Caribe se está desordenando. Los giros del desorden del
mundo bipolar están empujando el continente hacia estas situaciones:
i) la reprimarización de sus economías; ii) la erosión de sus
conquistas sociales; iii) una situación de inestabilidad
destituyente; iv) el debilitamiento de los sistemas de integración;
y v) una paz condicionada.
i) Reprimarización de la economía
Ya los procesos aperturistas cerraron
toda posibilidad de inversión en transformación productiva. La
arquitectura de créditos, cooperación e inversión financiera está
dirigida a obras de infraestructura y ampliación de servicios. Los
intentos de transformación de la matriz productiva son resultado
estrictamente de esfuerzos nacionales y de integración regional. La
globalización mantuvo y perfeccionó la función extractora y
exportadora de materias primas de nuestros países, concediendo
algunos espacios para algunos productos industrializados, por lo
general manufacturas baratas, siempre y cuando no afectaran sus
economías internas y sus reglas del juego establecidas en los
Tratados de Libre Comercio (TLCs)
Con el proteccionismo actual, los
procesos de industrialización encarados por nuestros países corren
el riesgo de convertirse en cementerios de maquilas,
desindustrializarse, o subsumirse en capitales mutinacionales, o bien
volcarse hacia el mercado interno y regional en sistemas sur-sur,
organizando economías de escala y fortaleciendo los mercados
subregionales como la CAN, MERCOSUR, SICA y CARICOM. El camino no es
sencillo ni optimista, pues nuestras economías han demostrado su
vulnerabilidad frente a los vaivenes del desorden mundial.
En el Informe sobre Desarrollo 2016,
PNUD destaca los “extraordinarios avances” logrados en los
últimos 25 años por los países latinoamericanos y del Caribe, pero
subraya que éstos “ocultan un progreso lento y desigual en el caso
de ciertos grupos”. En conjunto, los Estados de la región tienen
un Índice de Desarrollo Humano (IDH) de 0,751 -sobre un máximo de
1- y se sitúan por delante de otras áreas como Asia Oriental y el
Pacífico, las naciones árabes, el sur de Asia o el África
Subsahariana.
Dentro del continente, sin embargo,
hay diferencias. Chile en el puesto 38, y Argentina en el 45, son los
únicos países latinoamericanos con un desarrollo humano muy alto.
Uruguay (en el puesto 54), Panamá (60), Costa Rica (66), Cuba (68),
Venezuela (71), México (77), Brasil (79), Perú (87), Ecuador (89),
Colombia (95) o la República Dominicana (99) tienen desarrollo alto.
Por detrás, como países de desarrollo humano medio aparecen
Paraguay (110), El Salvador (117), Bolivia (118), Nicaragua (124),
Guatemala (125) y Honduras (130). Mientras que Haití se sitúa en el
puesto 163 con desarrollo humano bajo. Pero pese a sus diferencias,
los países latinoamericanos comparten de manera generalizada el
problema de la desigualdad.
ii) Erosión de las conquistas
sociales
A título de recomposición y cambio,
las corrientes de neoliberalización en algunos países de la región
están afectando dramáticamente las conquistas sociales, con medidas
basadas en una reprivatización de los servicios básicos, la
educación, la salud y la seguridad social; el desempleo masivo; la
precarización laboral; el encarecimiento del costo de vida y el
estancamiento de los ingresos. En Argentina las tarifas de agua, luz
y gas aumentaron en más del 400%, el costo del transporte duplicó
su precio.
En la medida que éste es un factor
que afecta directamente la vida de los ciudadanos, en particular de
los sectores más empobrecidos, su defensa canaliza formas
organizativas y movilizaciones que se traducen en reivindicaciones no
sólo sectoriales y temáticas, sino relacionadas con la misma
democracia. Veamos tres casos, como ejemplo. En Brasil, las siete
mayores centrales sindicales se movilizaron para resistir las
reformas impulsadas por el gobierno de Michel Temer, particularmente
la aprobación en la Cámara de Diputados del proyecto de ley que
autoriza la tercerización (subcontratación) que sin duda tiene como
destino la precarización del mercado laboral, con lo que empeorará
la situación de los trabajadores brasileños, con subcontratos sin
responsabilidades sociales que podrían incrementarse de 13 a más de
52 millones.
Otro caso representativo es el que
está ocurriendo en Chile, con el rechazo al sistema de AFP y la
exigencia de un sistema “de reparto, tripartito y solidario” para
las pensiones. Multitudinarias manifestaciones respaldan el
movimiento “No+AFP”, para la eliminación del sistema porque los
retornos de las aseguradoras a los trabajadores y a los jubilados son
bajos en relación a los aportes, además de su marcada desigualdad
en materia de equidad de género.
También las movilizaciones
ciudadanas en la Argentina son paradigmáticas del descontento y de
la acumulación de protestas, que podrían ser la base para diseñar
alternativas organizadas de recuperación de una democracia, con
atención prioritaria a los ciudadanos. En una reciente movilización
contra las dictaduras y el gobierno antipopular de Macri, miles de
ciudadanos de todos los sectores y organizaciones recorrieron las
calles haciendo sentir su descontento y la rearticulación de su
fortaleza. Como dicen sus dirigentes “nos dimos cuenta de que somos
más de lo que creemos, y que si nos uniéramos por encima de las
siglas estaríamos construyendo un germen de poder popular
imparable”. Lo están intentando, de a poquito.
Iii) Inestabilidad destituyente
Dinámicas internas y externas
presionan para desestabilizar las democracias nacionales,
cuestionándolas en sus esquemas de gobernabilidad, liderazgos y
control social. Es evidente el propósito de inestabilidad
destituyente para el retorno de políticas aperturistas que hoy
quedan sin techo ni piso, dado el proteccionismo de los países más
desarrollados que incentivaban el libre comercio. Nuestros países
son clasificados como preferenciales o descartables en función de su
acomodo y conveniencia a las economías centrales y a sus sistemas de
hostilidad xenofóbica hacia nuestros ciudadanos.
Una de las expresiones más
representativas de desestabilización del orden democrático es el
golpe parlamentario a Dilma Rousseff, en un inédito impeachment sin
demostración de elementos de violación a la ley por parte de la ex
presidenta, y con una sucesión de evidencias de un juicio por parte
de quienes deberían ser los condenados.
Otro referente es el incesante y
sistemático atosigamiento desde distintos frentes internos y
externos en Venezuela, amparados en la situación de crisis
estructural que vive ese país. Son conocidas ya las intervenciones
concertadas entre los grupos de poder venezolanos, sus medios de
comunicación, crecientes movilizaciones ciudadanas de oposición, y
una más evidente posición internacional de posiciones divididas
entre quienes abogan en la OEA por la aplicación de la Carta
Democrática Americana, so pretexto de una pretendida situación de
crisis humanitaria, y quienes recomiendan medidas de diálogo y
resolución nacional de la crisis.
Con otras características, los
procesos destituyentes afectan con rigurosos esquemas de descrédito
gubernamental, desde dinámicas nacionales e internacionales que se
amparan en denuncias sobre actos de corrupción que en realidad no
buscan ser esclarecidos, sino activados como detonantes de
desestabilización.
Una forma de desestabilización
propiciada por las propias medidas gubernamentales, son las que rayan
en la línea de afectación de las reglas democráticas,
especialmente con los propósitos de ampliación de los mandatos
constitucionales, que en la generalidad de los países obligan a
realizar modificaciones en las cartas magnas, en las que se establece
como límite máximo una reelección. Dependiendo de los países,
estas medidas confrontan a los poderes ejecutivos con las
ciudadanías, especialmente de oposición, o, en otros, a los
legislativos con la ciudadanía. El caso de Paraguay, que deriva en
una movilización ciudadana y la desaprobación en el Congreso de un
proyecto de ley que abre la puerta a la re postulación de Cartes, es
representativo de lo dicho. También las tensiones que genera la
posibilidad de la re postulación de Evo Morales en Bolivia,
desconociendo los resultados de un referéndum nacional, es otro caso
representativo.
Se podría decir que el acumulado de
estas y otras formas de inestabilidad, abona el terreno para fórmulas
que están latentes en los esquemas de guerra sucia, de baja
intensidad, que se manejan a nivel mediático, económico y político.
Su insistencia en una región segmentada en tendencias que lejos de
buscar puntos de convergencia se fanatizan y polarizan, busca
provocar la explosión de indeseados desbordes de violencia que se
convertirían en la razón y motivo para un intervencionismo
diplomático y militar.
iv) Intentos de debilitamiento
integracionista
En otro tema, con el proteccionismo
en las economías centrales y la neoliberalización en las nuestras,
el mundo de las interconexiones está pasando de la extroversión a
la introversión, afectando los sistemas de integración pluralistas
por un retorno a republiquetas aggiornadas en prácticas
exclusivistas, como, por ejemplo, la pretensión de un Mercosur
acortado.
Carlos “Chacho Álvarez”,
Secretario General de ALADI, se pregunta ¿está Latinoamérica
preparada o tiene la suficiente identidad para generar una acción de
conjunto, frente a una coyuntura que por lo menos podemos definir
como desafiante? Y a contracorriente de los propósitos de
debilitamiento de nuestros procesos de integración, sugiriere un
tratado de nueva generación que ayude a fortalecer el mercado
ampliado, permita aumentar el comercio intrarregional, potencie las
complementariedades productivas y sectoriales e incorpore todos los
avances que se han llevado adelante en los organismos subregionales
en términos políticos, económicos, comerciales, sociales y
culturales.
Se trata de reducir vulnerabilidades,
cumpliendo dos objetivos: conformar un mercado latinoamericano y
dotar a la región de un mayor protagonismo político global con una
sola voz, articulando una mirada común sobre los grandes temas de la
agenda global.
v) La paz condicionada
La seguridad sigue siendo “un
problema acuciante” en el continente, con tasas de homicidios y de
encarcelamiento muy altas en comparación con otras regiones, y con
afectaciones especiales en países de América Central, por efecto de
factores sociales y económicos asociados al pasado de conflictos
armados que son base de una especie de “cultura de la violencia”
urbana y actividades criminales no exentas de vinculaciones de las
Maras y pandillas con el narcotráfico y el tráfico de armas.
En otro orden, el femicidio es una
expresión de violencia no superada y que requiere que los esfuerzos
que realizan los países para controlarlo sean más certeros y
efectivos, tanto en el campo de la prevención como en el de la
aplicación de las leyes.
Un caso reciente que ha conmovido al
mundo es el denominado “femicidio institucional” atribuido al
Estado de Guatemala por la muerte de niñas en un orfanato, que se
destapó, gozaba de la tolerancia de funcionarios para el
cometimiento de abusos, torturas y violaciones sexuales contra niñas,
niños y jóvenes.
La búsqueda de paz en Colombia sigue
un escabroso y complejo recorrido. Después de aproximadamente cuatro
años de intensa negociación y consensos sobre puntos base para la
paz, el plebiscito del 21 de octubre de 2016 decidió no respaldar
las fórmulas propuestas para su superación. Esta paradójica
decisión fue enmendada luego por nuevos acuerdos que visibilizan una
voluntad de solución del conflicto armado, al mismo tiempo que
dibujan luces de esperanza. El proceso está encaminado.
3. Los caminos de la esperanza
Sería dramático si decidiéramos
marchar al compás del desorden mundial y de la pretensión
desaceleradora de nuestro continente. Los pueblos están tejiendo
esperanzas, recorriendo otros caminos que sugieren activar la
geopolítica integracionista solidaria sur-sur; recoger los sentidos
de las movilizaciones ciudadanas contra la regresión empobrecedora;
fortalecer nuestros sistemas políticos y económicos plurales; y
asumir el momento de desorden como un territorio de fertilidad para
crear y construir proyectos que no se aferren a las certezas
heredadas y aplicadas ortodoxamente como recetarios.
En este tiempo, en el que todos los
futuros son posibles, es necesario trabajar desde una irrenunciable
opción preferencial por los más pobres, para que nuestro continente
se inscriba en otro paradigma, propio, que nos una, que nos reubique
en la fila de países con futuro, y que canalice las utopías y
realizaciones cotidianas de otro mundo posible.
¿Dónde están los caminos de la
esperanza? Sin duda que en las historias de resistencia y proyección
de nuestros pueblos. En sus experiencias comunitarias de organización
y de vida, en sus emprendimientos de sistemas de economía solidaria
y comercio justo, en los que se prioriza al ser humano y la
naturaleza por sobre el capital. Los caminos de esperanza están
en las luchas de los defensores de los derechos de las mujeres,
laborales, ambientales, de la salud, la educación, las culturas y
tantos otros que dignifican las sociedades. También en las
experiencias de comunicación comunitaria, popular, educativa y
evangelizadora que reivindican el derecho a la democratización de la
palabra, la comunicación y las sociedades, son señales de
esperanza.
En estos tiempos no se pueden dejar
de valorar, como caminos para construir sociedades de solidaridad,
los avances constitucionales logrados en diversos países,
reivindicando la vigencia de los derechos humanos integrales y de la
naturaleza como normas exigibles y justiciables. Estos
constitucionalismos garantistas son conquistas de las
reivindicaciones ciudadanas expresadas en el ámbito político.
Nuestro destino está en la sociedad
del Vivir Bien / Buen Vivir, o sociedad de la vida buena en plenitud,
convivencia comunitaria y armonía individual, social y con la
naturaleza, para que vivamos todos y todas en situaciones de vida
digna, sin carencias ni acumulaciones que generen asimetrías. La
sociedad del Vivir Bien/Buen Vivir es la búsqueda permanente de
equilibrio en relaciones incluyentes con justicia y primacía de los
derechos humanos y de la naturaleza; es la integridad en los valores
y comportamientos para la relación fraterna, la equidad, inclusión
e igualdad y el reconocimiento afectivo y solidario; es una sociedad
con acceso directo a los bienes comunes de la humanidad (vivienda,
salud, educación, seguridad alimentaria, comunicación) y de los
bienes de la naturaleza (agua, tierra, aire, ecosistemas); es
participación y diálogo entre los múltiples actores en una
relación democrática donde la ciudadanía alimenta las políticas
públicas y los Estados promueven mecanismos de una vida equitativa y
solidaria.
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