Los
docentes son clave. Es necesario fortalecer sus estudios iniciales y seguir la
formación durante la carrera profesional
JOSÉ ANTONIO
MARINA
Los profesores son
claves para la calidad del sistema educativo. GETTY
Todos los países
están en estado de emergencia educativa.
No sólo los que tienen una escuela de baja calidad, sino también los que la
tienen excelente. Todas ellas están sometidas a la ley de Revans: “Para
sobrevivir, un sistema educativo debe aprender al menos a la misma velocidad
con la que cambia su entorno”. Nuestro entorno lo hace aceleradamente. El
futuro comienza a describirse con el acrónimo VUCA (vulnerabilidad,
incertidumbre, complejidad y ambigüedad, en inglés). Esto nos ha introducido en
la sociedad del aprendizaje, en la que todos —individuos, instituciones y la
sociedad en su conjunto— vamos a tener que seguir aprendiendo continua y
eficientemente.
En Política educativa en perspectiva
2015, la
OCDE estudia 450 reformas educativas, parciales o totales, llevadas a cabo
entre 2008 y 2014, con desigual fortuna. Se empieza a pensar que tenía razón
Doug Ross, secretario de Empleo y Formación del Gobierno de Bill Clinton,
cuando hace años sentenció: “Los nuevos pobres serán aquellos que no puedan o
no quieran aprender”.
En este escenario,
estamos ya presenciando una carrera entre grandes corporaciones para hacerse
con lo que ya se avizora como el próximo negocio del trillón de dólares: la
formación. Tal presión fuerza a los sistemas de enseñanza públicos a aumentar
su conocimiento y calidad. Todos los estudios fiables nos dicen que el factor
determinante de la calidad de un sistema educativo es la calidad de sus
docentes. No es el único: le siguen la calidad de los equipos directivos, la
autonomía de los centros y la colaboración con las familias.
Pero el
protagonismo del profesorado está universalmente aceptado. Hace unos meses, el
ministro de Educación me pidió que elaborara un Libro Blanco sobre la profesión
docente. Con un equipo de expertos y
la colaboración de más de 1.000 personas y colectivos, elaboramos una serie de
propuestas para convertir a la profesión docente en una carrera de élite. La
sociedad encomienda a la escuela cada vez más responsabilidades. Podríamos
negarnos a aceptarlas, pero lo sensato es reclamar las ayudas necesarias para
poderlas atenderlas bien. Por eso, propusimos fortalecer la formación inicial
con la implantación de un MIR educativo que incluyera dos años de formación
práctica, trabajando ya en escuelas seleccionadas, bajo la tutorización de
docentes especialmente preparados.
Hay
que reducir el abandono escolar y elevar el número de alumnos que siguen la
secundaria posobligatoria
No se trata sólo
de formar bien a los nuevos profesores, sino de mantener esa formación a lo
largo de toda su carrera profesional. Además, parece conveniente considerar que
el gran agente educativo es el centro, lo que hace necesario que los docentes
sepan colaborar, elaborar proyectos compartidos convertir el centro en una
organización que aprende. Para conseguirlo, es también necesario mejorar los
equipos de dirección, establecer canales de cooperación con las familias más
fluidas que ahora, y también rediseñar el cuerpo de inspectores.
Es cierto que la
escuela no es el único factor que influye en el éxito educativo de nuestros
alumnos. Estudios solventes indican que el origen socioeconómico determina el 50%
de los resultados escolares. Por eso, una parte importante de las reformas
educativas deben ir enderezadas a apoyar a las familias en peores condiciones
económicas. Para muchos niños, la escuela es el único ámbito protector que
pueden disfrutar. Las escuelas deben ser centros de irradiación que atraigan y
dirijan esfuerzos sociales para ayudar a sus alumnos. Un reciente estudio
publicado por WISE (World Innovation Summit for Education) indica que es necesario
un nuevo tipo de líderes escolares y de políticas públicas para movilizar y
dirigir los esfuerzos sociales a favor de niños y adolescentes.
Creo que en España
nuestra política debe ir dirigida a conseguir lo que he llamado Objetivo 5-5-5.
Convertir nuestro sistema educativo en un sistema de alto rendimiento en cinco
años, con un presupuesto del 5% del PIB (ya sé que sería mejor el 7%, pero el
5% lo hemos tenido ya y es viable para nuestra economía actual), y cumpliendo
cinco metas educativas: 1) reducir el abandono escolar al 10% y elevar al 85%
el número de alumnos que siguen educación secundaria posobligatoria. Ambos son
objetivos señalados por la UE; 2) subir 35 puntos PISA.
Este indicador no es perfecto, pero nos permite hacer comparaciones
interesantes; 3) aumentar el número de alumnos excelentes, y reducir la
distancia con los peores; 4) ayudar eficazmente a niños con dificultades de
aprendizaje y con altas capacidades, para lo cual es necesario fortalecer los
departamentos de orientación, y 5) introducir en los currículos las nuevas
destrezas para el siglo XXI. No sólo es importante conocer, sino saber utilizar
lo que se conoce.
¿Vamos a conseguir
esos objetivos? No, a menos de que se establezca un pacto por la educación, en
el que participen todos los partidos y los agentes sociales implicados. Se
trata de actualizar el pacto constitucional sobre educación, recogido en el
artículo 27 de la Constitución, aprendiendo de la experiencia de estos años.
Los autores de la Carta Magna llegaron a un acuerdo mediante el recurso de
aplazar las discrepancias, que serían resueltas por leyes ordinarias. Esto ha
dado lugar al baile legislativo en educación que todos lamentamos.
Necesitamos
estabilidad porque los planes educativos necesitan tiempo para funcionar. En
este momento, el mismo equipo que redactó el Libro Blanco sobre la profesión
docente está redactando unos Papeles sobre el pacto educativo, haciendo acopio
de toda la documentación que puede facilitar la tarea de quienes deben
firmarlo. Hay muchas cosas claras y algunos puntos que hay que solucionar.
Para antes de las
elecciones, nos hemos atrevido a presentar a los partidos políticos una hoja de
ruta para una nueva ley educativa. Tiene tres fases y cada una de ellas exige
concesiones a los partidos, pero también les ofrece oportunidades. Son las
siguientes: mantener vigente la LOMCE como ley de transición, con algunos
aspectos negociados con la oposición; elaborar un pacto educativo en el plazo
máximo de seis meses, y, a partir de ese pacto, redactar una ley de educación
que sirva al menos para una generación.
La ruta nos parece
clara, lo malo es que no hay camino hasta que no se quiere andar por él.
José
Antonio Marina es filósofo y pedagogo,
autor de Despertad al diplodocus y Objetivo: generar talento
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