DE LA
ECOLOGÍA INTEGRAL
Agustín Ortega.
Se nos presenta pues una
espiritualidad estética en la búsqueda de Dios en todas las cosas,
una mística de la vida, naturaleza e historia. Con la
oración-contemplación de la belleza en la acción de Dios que se
manifiesta y actúa en toda la creación, en esa casa común que
nos ha regalado como es el planeta. Es el Dios que ha destinado
la tierra con sus frutos y bienes para cuidarlos, fecundarlos y que
se compartan entre toda la humanidad de forma justa, con equidad y al
servicio del bien común más universal. Tal como se significa en los
sacramentos, especialmente en la Eucaristía.
“Para la experiencia
cristiana, todas las criaturas del universo material encuentran su
verdadero sentido en el Verbo encarnado, porque el Hijo de Dios ha
incorporado en su persona parte del universo material, donde ha
introducido un germen de transformación definitiva: «el
Cristianismo no rechaza la materia, la corporeidad; al contrario, la
valoriza plenamente en el acto litúrgico, en el que el cuerpo humano
muestra su naturaleza íntima de templo del Espíritu y llega a
unirse al Señor Jesús, hecho también él cuerpo para la salvación
del mundo»” .
En la Eucaristía lo creado encuentra
su mayor elevación. La gracia, que tiende a manifestarse de
modo sensible, logra una expresión asombrosa cuando Dios mismo,
hecho hombre, llega a hacerse comer por su criatura. El Señor, en el
colmo del misterio de la Encarnación, quiso llegar a nuestra
intimidad a través de un pedazo de materia. No desde arriba, sino
desde adentro, para que en nuestro propio mundo pudiéramos
encontrarlo a él. En la Eucaristía ya está realizada la plenitud,
y es el centro vital del universo, el foco desbordante de amor y de
vida inagotable. Unido al Hijo encarnado, presente en la Eucaristía,
todo el cosmos da gracias a Dios. En efecto, la Eucaristía es de por
sí un acto de amor cósmico: «¡Sí, cósmico! Porque también
cuando se celebra sobre el pequeño altar de una iglesia en el campo,
la Eucaristía se celebra, en cierto sentido, sobre el altar del
mundo». La Eucaristía une el cielo y la tierra, abraza y penetra
todo lo creado. El mundo que salió de las manos de Dios vuelve a él
en feliz y plena adoración. En el Pan eucarístico, «la creación
está orientada hacia la divinización, hacia las santas bodas, hacia
la unificación con el Creador mismo». Por eso, la Eucaristía es
también fuente de luz y de motivación para nuestras preocupaciones
por el ambiente, y nos orienta a ser custodios de todo lo creado”
(LS 235-236)
Como se observa, en la línea de la
teología y la filosofía o de las ciencias, como nos transmitió de
forma muy significativa el jesuita T. de Chardin, se visibilizan las
claves para una espiritualidad en una antropología y ecología
integral. Con la ética, principios y valores morales tal como nos
enseña el pensamiento social de la iglesia, expresado por la LS. Tal
como fue anticipado de forma pionera por los santos como San
Francisco o San Ignacio, auténticos maestros y testigos de esta
sabiduría espiritual, mística y ecológica global. Una antropología
y ecología con la ética del cuidado de la vida y de la
justicia en todas sus dimensiones: personal, psicológica, ética,
social, ambiental y espiritual. Una conversión ecológica con
el servicio y compromiso por unas relaciones fraternas, solidarias y
justas con los otros, con los pobres, con esa casa común que es el
planeta y con el Dios de la vida revelado en Jesucristo. Es el Dios
Trinitario, entraña y modelo de estas relaciones fraternas y de
comunión solidaria.
“Las Personas divinas son
relaciones subsistentes, y el mundo, creado según el modelo divino,
es una trama de relaciones. Las criaturas tienden hacia Dios, y a su
vez es propio de todo ser viviente tender hacia otra cosa, de tal
modo que en el seno del universo podemos encontrar un sinnúmero de
constantes relaciones que se entrelazan secretamente. Esto no sólo
nos invita a admirar las múltiples conexiones que existen entre las
criaturas, sino que nos lleva a descubrir una clave de nuestra propia
realización. Porque la persona humana más crece, más madura y más
se santifica a medida que entra en relación, cuando sale de sí
misma para vivir en comunión con Dios, con los demás y con todas
las criaturas. Así asume en su propia existencia ese dinamismo
trinitario que Dios ha impreso en ella desde su creación. Todo está
conectado, y eso nos invita a madurar una espiritualidad de la
solidaridad global que brota del misterio de la Trinidad” (LS 240).
Toda esta espiritualidad y teología
es la base del humanismo ético y cristiano que promueve el
conocimiento de lo real, el desarrollo solidario e integral. Como nos
muestra el jesuita mártir I. Ellacuría y el pensamiento
latinoamericano, se trata de ser honrado con lo real. Haciéndonos
cargo de la realidad, del clamor de los pobres y de la tierra que
impulsa esta ecología integral con el amor civil, caridad
política y justicia socio-ambiental para transformar la realidad con
su cultura, relaciones humanas y estructuras sociales. “El amor,
lleno de pequeños gestos de cuidado mutuo, es también civil y
político, y se manifiesta en todas las acciones que procuran
construir un mundo mejor. El amor a la sociedad y el compromiso por
el bien común son una forma excelente de la caridad, que no sólo
afecta a las relaciones entre los individuos, sino a «las
macro-relaciones, como las relaciones sociales, económicas y
políticas». Por eso, la Iglesia propuso al mundo el ideal de una
«civilización del amor». El amor social es la clave de un
auténtico desarrollo: «Para plasmar una sociedad más humana, más
digna de la persona, es necesario revalorizar el amor en la vida
social –a nivel político, económico, cultural–, haciéndolo la
norma constante y suprema de la acción». En este marco, junto con
la importancia de los pequeños gestos cotidianos, el amor social nos
mueve a pensar en grandes estrategias que detengan eficazmente la
degradación ambiental y alienten una cultura del cuidado que
impregne toda la sociedad. Cuando alguien reconoce el llamado de Dios
a intervenir junto con los demás en estas dinámicas sociales, debe
recordar que eso es parte de su espiritualidad, que es ejercicio de
la caridad y que de ese modo madura y se santifica” (LS 231)
Todo este pensamiento social y ética
con la ecología integral nos transmite los valores y principios del
bien común, del destino universal de los bienes y la dignidad del
trabajo. Con un estilo de vida sobrio, solidario y sostenible con la
pobreza evangélica como iglesia pobre con los pobres; frente al
egoísmo e individualismo insolidario y posesivo con sus ídolos de
la riqueza-ser rico, del poder y del tener, del consumismo y
hedonismo. En contra de la tecnocracia (LS 106-114) que convierte al
mercado, la propiedad y el capital, como es la banca-finanzas, en
falsos dioses que de forma relativista e idolátrica, con su
utilitarismos y competitividad, se imponen sobres estos valores y
principios que, con toda esta ética y ecología integral, es lo más
importante. Una espiritualidad y mística de la ecología integral
que se fecunda en la alegría y en la acción de gracias en la
misericordia y compasión al servicio de la fe, cultura y
justicia con los otros, con los pobres de la tierra y con el planeta.
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