falta de conciencia de los corruptos?
Leonardo Boff
¿Cómo queda la conciencia de los
corruptos que roban millones de las arcas públicas o la de los
empresarios que inflan las facturas de los proyectos en millones de
reales y pagan propinas millonarias a agentes del Estado? Peor aún:
¿cómo queda la conciencia de los malvados que desvían de la
atención sanitaria cientos de millones de reales? ¿Y la de los
inhumanos que falsifican remedios y condenan a muerte a los que
los necesitan, sin olvidar a los desvergonzados que roban la merienda
de la boca de los escolares, que para innumerables pobres representa
la única comida del día?
Muchos de esos corruptos solo son
denunciados. Y por eso se ríen. No es raro que sean cristianos
y católicos que, con sus crímenes, continúan manteniendo a
Cristo en la cruz en los cuerpos de los crucificados de este mundo.
Para entender esta maldad tenemos que
considerar de manera realista la condición humana: ella es
simultáneamente dia-bólica y sim-bólica, compasiva y perversa.
En el lenguaje concreto de San Agustín en cada uno de nosotros hay
una porción de Cristo, el hombre nuevo, y una porción de Adán,
el hombre viejo. Depende del proyecto de nuestra libertad dar
más espacio a uno o a otro. Así puede surgir una persona
honesta, justa, amante de la verdad y del bien. Y puede
crecer también una persona malvada, corrupta y distante de todo
lo que es bueno y justo.
Pero no es necesario que sea así. En
lo más profundo de nosotros mismos, no obstante la ambigüedad
mencionada, hay una primera naturaleza que se expresa
por una bondad fontal, por una tendencia hacia lo justo y lo
verdadero. Cuanto más penetramos en nuestra radicalidad, más
nos damos cuenta de que esa es nuestra verdadera esencia,
nuestra naturaleza primera. Pero sin que sepamos cómo ni por
qué, sucedió algo en nuestro proceso antropogénico –desafío
permanente para los pensadores religiosos y los filósofos de
todas las tradiciones– que hizo que nuestra naturaleza primera
decayese y se pervirtiese. Immanuel Kant constataba que somos un
leño torcido del cual no se consigue sacar una tabla recta.
Como consecuencia, creamos
una segunda naturaleza hecha de maldades de todo tipo.
Esta terminología se encuentra ya en san Agustín, en santo Tomás
de Aquino y posteriormente será retomada por Pascal y Hegel.
Está presente en todos los pueblos e instituciones y, a cierto
nivel, en cada uno de nosotros. Es el resultado de la secuencia
continuada y uniforme de nuestros malos hábitos, que generan
una verdadera cultura de distorsiones. Es la cultura de lo
negativo en nosotros. Es el reino de la corrupción que se ha
naturalizado.
Personalicemos esta segunda
naturaleza. Si alguien se habitúa a mentir, a engañar, a
robar, a corromper activamente y a dejarse corromper pasivamente,
acaba creando en sí esta segunda naturaleza. Roba sin darse
cuenta de que esta práctica suya es perversa y anti-ética
porque perjudica a los otros o al bien común. Practica todo
eso sin culpa y sin remordimientos porque la corrupción en él
se volvió natural una segunda naturaleza. Siguen con su
caradura como se ve en nuestros corruptos que adelgazan, no por
la mala conciencia que los corroe por dentro, sino por las pésimas
condiciones de las cárceles.
Además de este dato de la condition
humaine decadente, el sociólogo Jessé Souza en el libro que va
a salir publicado La élite del atraso: de la esclavitud al
Lava-Jato nos proporciona un dato de nuestra propia
historia: la esclavitud. Esta cosificaba a los esclavos
considerándolos “piezas”, objeto de violencia y de desprecio.
«Su función era vender energía muscular, como animales»
(J.Souza). Ese desprecio ha sido transferido a los nordestinos,
a los pobres en general y a los LGBT entre otros discriminados.
En tiempos recientes, buena parte de
los adinerados se sintió amenazada por la ascensión de estos
condenados de la tierra. Empezó a irritarse porque los veían en los
centros comerciales y en los aeropuertos; para ellos bastaba el
autobús, jamás el avión. Aquí ya no se trata de corrupción
financiera, sino de la corrupción de las mentes y de los
corazones, haciendo a las personas inhumanas.
Finalmente, por un cambio de rumbo de
nuestra política ante los crímenes de cuello blanco, los
dueños de grandes empresas y otros políticos que hicieron, en gran
parte, sus fortunas mediante la corrupción, están sintiendo el peso
de la justicia, el rigor de las prisiones y el escarnio público.
Están detrás de las rejas, hecho inédito en nuestra
historia.
El sufrimiento siempre da duras
lecciones. Ojalá, por los padecimientos, la primera naturaleza,
la conciencia, salga a la superficie y se descubran rehenes de
la segunda naturaleza decadente que ellos mismos crearon.
Cambien el sentido de su vida y devuelvan el dinero robado. Y
como teólogo digo: en el momento supremo de sus vidas, se
enfrentarán, trémulos, a los rostros de las víctimas que hicieron
por causa de sus corrupciones y que murieron antes de tiempo, en
realidad fueron asesinados por ellos. Sus fortunas no los
salvarán. ¿Y entonces qué será de ellos?
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