El Papa Francisco nos dice cómo
PAPA FRANCISCO
¿Cuántos extranjeros conoces?
¿Cuántos de otra etnia, cultura o religión? En la época de
Internet, de los aviones y de la globalización, nos ha tocado
convivir con personas de todo tipo, algunas muy distintas a nosotros.
En muchos países la convivencia ha estado siempre presente, pero en
el siglo XXI se ha convertido en un fenómeno general del que muy
pocos pueden escapar en Occidente. ¿Cómo convivimos con nuestros
vecinos, amigos, compañeros, conocidos… que no piensan o creen lo
mismo que nosotros, o que no proceden de la misma cultura?
En este marco, el papa Francisco nos
habla de la actitud que debemos adoptar frente a estas diferencias,
“diferentes nacionalidades, credos y realidades”.
El
Papa es muy claro a la hora de acercarse a las otras denominaciones
cristianas e, incluso, a otros credos. Nos centraremos, pues, en la
convivencia con personas de otras religiones.
Frente a la barrera de las
diferencias, también en asuntos de fe, hay una esperanza: sin
sincretismos, sin renunciar a la propia fe, podemos estar
juntos, charlar juntos, aprender unos de otros y, como dice el santo
padre, “jugar”, “soñar despiertos”, amar más allá de lo
que nos separa.
El Santo Padre se preocupa
especialmente por subrayar esta parte: valorar la diversidad de las
culturas y entrar en diálogo con ellas no tiene como objetivo
alcanzar la uniformidad, no se trata de llegar a una especie de
acuerdo sincretista para pertenecer todos a una religión que se
encuentre en el punto medio. Tampoco podemos caer en el relativismo y
decir que todas las religiones son iguales, o que . Las
diferencias seguirán estando ahí porque, como también nos ha dicho
el Papa, la fe no se negocia. Pero, “en un mundo atomizado que
le teme al diferente”, en el que las diferencias sirven como excusa
política para crear colectivos enfrentados y culparse mutuamente,
tenemos la opción de construir la armonía, de convivir en amistad.
Una vez que nos abrimos, se produce
el encuentro, y es entonces cuando nos damos cuenta de que tenemos
algo en común: el sentido de nuestra vida, la búsqueda de Dios.
Ciertamente, cada religión y cada tradición religiosa la habrá
encontrado, con mayor o menor acierto, de manera diferente. Como nos
recuerda el catecismo, los católicos no vivimos diciendo que todas
las demás religiones se equivocan, sino que reconocemos en cada una
lo que tiene de verdad.
La Iglesia reconoce en las otras
religiones la búsqueda, “entre sombras e imágenes”, del Dios
desconocido pero próximo ya que es Él quien da a todos vida, el
aliento y todas las cosas y quiere que todos los hombres se salven.
Así, la Iglesia aprecia todo lo bueno y verdadero, que puede
encontrarse en las diversas religiones, “como una preparación al
Evangelio y como un don de aquel que ilumina a todos los hombres,
para que al fin tengan la vida” (Catecismo de la Iglesia Católica,
843. 1997).
Cada religión tiene una experiencia
de Dios que contar: todas diferentes, con profundidad diferente,
distintos ropajes y diverso grado de acierto doctrinal. No se
trata de caer en un fácil relativismo que nos lleve a negar la
verdad de Cristo y del evangelio, sino de entrar en diálogo y
encuentro real con los creyentes de las otras religiones.Muchas veces
nos hemos encontrado con la cerrazón, con lo que el Papa llama
muros: personas que se asustan porque piensan que acercarse al
diferente, al que no conoce a Jesús, con actitud de diálogo y
encuentro, equivale a negar nuestra fe. Es verdad que para
encontrarnos con el otro necesitamos conocernos antes a nosotros
mismos: de nada sirve que entremos en contacto con creyentes de otras
religiones si no conocemos a fondo nuestra propia fe y no hemos
tenido ya un encuentro maduro con el Señor. Pero si de verdad
sabemos lo que decimos y lo que hacemos, y por qué lo hacemos,
entonces el encuentro es una auténtica maravilla. Puede servir para
que los otros, los que no son cristianos pero sí tienen una
religión, se abran a Cristo y a la Iglesia y empiecen a conocerlos
de primera mano; pero no es este el único beneficio. También
nosotros tenemos algo que aprender de ellos, y podemos dejarnos
sorprender.
Quizás las creencias de mi vecino
judío puedan decirme algo acerca de mi propia fe, como ya decía san
Juan Pablo II.
Meditando en el misterio de Israel y
en su «vocación irrevocable», los cristianos investigan también
el misterio de sus raíces. En las fuentes bíblicas, que comparten
con sus hermanos judíos, encuentran elementos indispensables para
vivir y profundizar en su misma fe. Se ve, por ejemplo, en la
liturgia. Como Jesús, a quien san Lucas nos presenta mientras abre
el libro del profeta Isaías en la sinagoga de Nazaret (cf. Lc 4, 26
ss), también la Iglesia aprovecha la riqueza litúrgica del pueblo
judío. Ordena la liturgia de las Horas, la liturgia de la Palabra e
incluso la estructura de las Plegarias eucarísticas según los
modelos de la tradición judía. Algunas grandes fiestas, como Pascua
y Pentecostés, evocan el año litúrgico judío y constituyen
ocasiones excelentes para recordar en la oración al pueblo que Dios
eligió y sigue amando (cf. Rm 11, 2). Hoy el diálogo implica
que los cristianos sean más conscientes de estos elementos que nos
acercan (Audiencia. Miércoles, 28 de abril de 1999).
Probablemente mi compañera de
trabajo musulmana no sea tan malvada como me han hecho creer mis
prejuicios. Si mi amistad, mi diálogo, mi encuentro con ella me
libran de mis ideas preconcebidas, entonces he logrado acercarme a
ella como quiere el papa Francisco, “libre de prejuicios, es decir,
de ideas previas”.
La Iglesia mira también con aprecio
a los musulmanes que adoran al único Dios, viviente y subsistente,
misericordioso y todo poderoso, Creador del cielo y de la tierra, que
habló a los hombres, a cuyos ocultos designios procuran someterse
con toda el alma como se sometió a Dios Abraham, a quien la fe
islámica mira con complacencia. Veneran a Jesús como profeta,
aunque no lo reconocen como Dios; honran a María, su Madre virginal,
y a veces también la invocan devotamente. Esperan, además, el día
del juicio, cuando Dios remunerará a todos los hombres resucitados
(Pablo VI, declaración Nostra Aetate, 1965).
Y si bien un budista y un cristiano
tenemos pocos puntos teológicos en común, ambos podemos conversar
juntos sobre el sentido de la vida, sobre la trascendencia, sobre la
moral natural que está en los corazones de todos los hombres y, por
lo tanto, se ve reflejada también en sus preceptos religiosos.
No se pueden vivir auténticas
relaciones con Dios ignorando a los demás. Por eso, es
importante intensificar el diálogo entre las distintas religiones
[…]. Y también es importante intensificar la relación con los no
creyentes, para que nunca prevalezcan las diferencias que separan y
laceran, sino que, no obstante la diversidad, predomine el deseo de
construir lazos verdaderos de amistad entre todos los pueblos. (Papa
Francisco, discurso al cuerpo diplomático acreditado ante la Santa
Sede, 2013)
El Papa nos recuerda también la
importancia de la escucha. Este es también un tema interesante. Nos
ocurre no solo en los debates, sino también en muchas conversaciones
cotidianas: no escuchamos al otro. Cuando el otro habla estamos
demasiado ocupados preparando nuestra siguiente intervención, hasta
el punto de que la conversación termina siendo un par de monólogos
entrelazados. No es así como vamos a entendernos y a comprendernos.
Por eso nos recuerda el Papa que“nuestra obligación es escuchar”,
porque de esa manera podremos compartir sueños e inquietudes.
¿Cuántos sueños comunes podemos descubrir los creyentes en una
sociedad ajena a Dios, si renunciamos al enfrentamiento y los
prejuicios? “Un sueño”, nos recuerda el santo padre, “cuando
es compartido, se convierte en la gran utopía de un pueblo”.
Atrevámonos a soñar y a mirar más
allá de las diferencias, sabiendo que con ello no renegamos de
nuestra fe en Cristo, sino que seguimos sus huellas en la
construcción de un mundo más pacífico y fraterno.
Escrito por: Giovanni Martini
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