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miércoles, 12 de julio de 2017

Fernando Martínez (1939 – 2017),

mi hermano cubano
Frei Betto
En la mañana del lunes 12 de junio recibí de mi querida amiga Esther Pérez, casada con Fernando Martínez Heredia, traductora de mis textos en Cuba, la triste noticia de que su compañero nos había dejado esa madrugada, víctima de un infarto masivo.
Todos los brasileños y las brasileñas solidarios con la Revolución cubana nos sentimos agradecidos por el testimonio de vida y la brillante obra ensayística de Fernando.
Lo conocí a raíz de la Revolución Sandinista, cuando ambos asesorábamos al Frente Sandinista de Liberación Nacional y, en mi caso, también a las comunidades eclesiales de base de ese país. Científico social altamente calificado, Fernando se sintió impactado, como tantos comunistas cubanos, por el vigor revolucionario de la fe de militantes cristianos hermanados con los sandinistas ateos para derribar, en 1979, la dictadura de la familia Somoza.
"Conocí a Frei Betto", dijo Fernando al hacer mi elogio en ocasión de la entrega del título de Doctor Honoris Causa que recibí en 2015 de la Universidad de La Habana, "una noche de enero de 1980, en un encuentro sandinista de educación popular que se celebraba en una montaña próxima a Managua. Conversamos mucho y nació entre nosotros una amistad (...). A la mañana siguiente, durante el desayuno, me dijo al oído: 'Yo creo en ti'. Nuestra amistad se convirtió en hermandad, y así ha sido hasta el día de hoy".
Militante del Movimiento 26 de Julio, graduado de Derecho, Fernando dirigió a partir de 1966 el Departamento de Filosofía de la Universidad de La Habana, lo que explica que lo hayan escogido para pronunciar el discurso cuando me concedieran el doctorado.
En él se unían el militante y el pensador, el revolucionario y el científico social con criterio propio. Tenía el raro don de unir, en su vida, su gramsciano vínculo orgánico con los movimientos populares y el rigor científico en sus análisis, siempre atento a dejar que la práctica cuestionara y enriqueciera la teoría.
A Fernando le gustaba una buena conversación, y fueron innumerables las que sostuvimos en todas mis decenas de visitas a Cuba y en nuestros encuentros en Brasil y otros países del continente. Miraba a su interlocutor como si se mantuviera atento para no perderlo de vista. Hablaba en tono moderado, pero incisivo, sin proferir jamás una frase impositiva. Nunca expresaba su desacuerdo frontalmente. Prefería abordar la cuestión desde otro ángulo, como quien trata de enriquecer el diálogo y no limitarse a contradecir al interlocutor. Al indignarse, sonreía; y al sonreír, sus ojos parecían agrandarse. Pero al criticar algo contrario a sus principios, hacía con la boca una O muda para manifestar su estupefacción y desacuerdo.
Con la revista Pensamiento Crítico, que fundó y dirigió, supo contribuir a evitar en Cuba el dogmatismo marxista. Además de asesorar a la Revolución Sandinista a raíz de su triunfo, colaboró con la Revolución Bolivariana. Se desplegó por toda la América Latina, socializando sus conocimientos con los movimientos sociales de Brasil --donde se mantuvo muy próximo al MST--, Argentina, El Salvador y muchos otros países.
Fernando ejerció un papel destacado en la construcción del puente que aproximó la Revolución cubana a la Teología de la Liberación y a la obra pedagógica de Paulo Freire, con quien él y Esther crearon lazos de familiaridad.
Al recibir en La Habana en enero de 1989 a un grupo de la Teología de la Liberación, y ante la pregunta de si después de la publicación de Fidel y la religión los comunistas cubanos todavía insistían en el tema del ateísmo, Fernando respondió: "No nos gusta llamarnos ateos, porque parece entre insultante y ridículo."
Cuando asumí la dirección de la revista latinoamericana América Libre junto a Claudia Korol, Fernando se convirtió en uno de nuestros principales colaboradores, al lado de Eduardo Galeano, Atilio Borón, Pablo González Casanova y muchos otros.
Fernando articulaba de manera brillante el pensamiento marxista con la obra de José Martí, y actualizaba ese legado a partir de las experiencias de la Revolución cubana y las prácticas revolucionarias y populares de la América Latina en las últimas cinco décadas. Elegante en el modo de expresar sus ideas, conciso en el discurso oral, profundo en el texto escrito, Fernando desconcertaba a los marxistas ortofónicos que solo saben hacerse eco de la ortodoxia doctrinaria; a los ateos prejuiciosos, ciegos al carácter dialéctico de la religión; a los teóricos y académicos ajenos a la práctica social; y a los activistas entusiastas alejados de la reflexión teórica de sus prácticas.
Aunque nos ha dejado una obra de valor inestimable, toda ella puede resumirse en el título de uno de sus trabajos más importantes, El ejercicio de pensar, que le regalé a Raúl Castro en diciembre de 2008, insistiéndole en la importancia de su lectura ante los nuevos desafíos de la Revolución cubana después de que Fidel dejara el poder.
La Feria del Libro de La Habana homenajeó merecidamente a Fernando en febrero de 2009.

El legado teórico y práctico de nuestro hermano enriquecerá y fortalecerá a las nuevas generaciones de revolucionarios y militantes de la utopía liberadora.

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