en la liturgia de reconciliación en
Colombia
En el Gran encuentro de reconciliación nacional, en el parque Las
Malocas, en Villavicencio
Proponemos a continuación las palabras del papa Francisco en
Colombia, en el parque Las Malocas de la ciudad de Villavicencio,
donde se celebró este viernes una liturgia del título: Gran
encuentro de reconciliación nacional. El Papa invitó a conocer la
verdad, pero no para vengarse, sino para perdonar.
«Queridos hermanos y hermanas: Desde el primer día he
deseado que llegara este momento de nuestro encuentro. Ustedes llevan
en su corazón y en su carne las huellas de la historia viva y
reciente de su pueblo, marcada por eventos trágicos pero también
llena de gestos heroicos, de gran humanidad y de alto valor
espiritual de fe y esperanza. Vengo aquí con respeto y con una
conciencia clara de estar, como Moisés, pisando un terreno sagrado
(cf. Ex 3,5). Una tierra regada con la sangre de miles de víctimas
inocentes y el dolor desgarrador de sus familiares y conocidos.
Heridas que cuesta cicatrizar y que nos duelen a todos, porque
cada violencia cometida contra un ser humano es una herida en la
carne de la humanidad; cada muerte violenta nos disminuye como
personas. Y estoy aquí no tanto para hablar yo sino para estar cerca
de ustedes y mirarlos a los ojos, para escucharlos y abrir mi corazón
a vuestro testimonio de vida y de fe. Y si me lo permiten, desearía
también abrazarlos y llorar con ustedes, quisiera que recemos juntos
y que nos perdonemos ―yo también tengo que pedir perdón― y que
así, todos juntos, podamos mirar y caminar hacia delante con fe y
esperanza.
Nos reunimos a los pies del Crucificado de Bojayá, que el 2 de
mayo de 2002 presenció y sufrió la masacre de decenas de personas
refugiadas en su iglesia. Esta imagen tiene un fuerte valor simbólico
y espiritual. Al mirarla contemplamos no sólo lo que ocurrió aquel
día, sino también tanto dolor, tanta muerte, tantas vidas rotas y
tanta sangre derramada en la Colombia de los últimos decenios. Ver a
Cristo así, mutilado y herido, nos interpela. Ya no tiene brazos y
su cuerpo ya no está, pero conserva su rostro y con él nos mira y
nos ama. Cristo roto y amputado, para nosotros es «más Cristo»
aún, porque nos muestra una vez más que Él vino para sufrir por su
pueblo y con su pueblo; y para enseñarnos también que el odio no
tiene la última palabra, que el amor es más fuerte que la muerte y
la violencia. Nos enseña a transformar el dolor en fuente de vida y
resurrección, para que junto a Él y con Él aprendamos la fuerza
del perdón, la grandeza del amor.
Agradezco a estos hermanos nuestros que han querido compartir su
testimonio, en nombre de tantos otros. ¡Cuánto bien nos hace
escuchar sus historias! Estoy conmovido. Son historias de sufrimiento
y amargura, pero también y, sobre todo, son historias de amor y
perdón que nos hablan de vida y esperanza; de no dejar que el odio,
la venganza o el dolor se apoderen de nuestro corazón. El oráculo
final del Salmo 85: «El amor y la verdad se encontrarán, la
justicia y la paz se abrazarán» (v.11), es posterior a la acción
de gracias y a la súplica donde se le pide a Dios: ¡Restáuranos!
Gracias Señor por el testimonio de los que han infligido dolor y
piden perdón; los que han sufrido injustamente y perdonan. Esto sólo
es posible con tu ayuda y presencia. Eso ya es un signo enorme de que
quieres restaurar la paz y la concordia en esta tierra colombiana.
Pastora Mira, tú lo has dicho muy bien: Quieres poner todo tu
dolor, y el de miles de víctimas, a los pies de Jesús Crucificado,
para que se una al suyo y así sea transformado en bendición y
capacidad de perdón para romper el ciclo de violencia que ha
imperado en Colombia. Tienes razón: la violencia engendra más
violencia, el odio más odio, y la muerte más muerte. Tenemos que
romper esa cadena que se presenta como ineludible, y eso sólo es
posible con el perdón y la reconciliación. Y tú, querida Pastora,
y tantos otros como tú, nos han demostrado que es posible. Sí, con
la ayuda de Cristo vivo en medio de la comunidad es posible vencer el
odio, es posible vencer la muerte, es posible comenzar de nuevo y
alumbrar una Colombia nueva. Gracias, Pastora, qué gran bien nos
haces hoy a todos con el testimonio de tu vida. Es el crucificado de
Bojayá quien te ha dado esa fuerza para perdonar y para amar, y para
ayudarte a ver en la camisa que tu hija Sandra Paola regaló a tu
hijo Jorge Aníbal, no sólo el recuerdo de sus muertes, sino la
esperanza de que la paz triunfe definitivamente en Colombia.
Nos conmueve también lo que ha dicho Luz Dary en su testimonio:
que las heridas del corazón son más profundas y difíciles de curar
que las del cuerpo. Así es. Y lo que es más importante, te has dado
cuenta de que no se puede vivir del rencor, de que sólo el amor
libera y construye. Y de esta manera comenzaste a sanar también las
heridas de otras víctimas, a reconstruir su dignidad. Este salir de
ti misma te ha enriquecido, te ha ayudado a mirar hacia delante, a
encontrar paz y serenidad y un motivo para seguir caminando. Te
agradezco la muleta que me ofreces.
Aunque aún te quedan secuelas físicas de tus heridas, tu andar
espiritual es rápido y firme, porque piensas en los demás y quieres
ayudarles. Esta muleta tuya es un símbolo de esa otra muleta más
importante, y que todos necesitamos, que es el amor y el perdón. Con
tu amor y tu perdón estás ayudando a tantas personas a caminar en
la vida. Gracias.
Deseo agradecer también el testimonio elocuente de Deisy y Juan
Carlos. Nos hicieron comprender que todos, al final, de un modo u
otro, también somos víctimas, inocentes o culpables, pero todos
víctimas. Todos unidos en esa pérdida de humanidad que supone la
violencia y la muerte.
Deisy lo ha dicho claro: comprendiste que tú misma habías sido
una víctima y tenías necesidad de que se te concediera una
oportunidad. Y comenzaste a estudiar, y ahora trabajas para ayudar a
las víctimas y para que los jóvenes no caigan en las redes de la
violencia y de la droga. También hay esperanza para quien hizo el
mal; no todo está perdido. Es cierto que en esa regeneración moral
y espiritual del victimario la justicia tiene que cumplirse. Como ha
dicho Deisy, se debe contribuir positivamente a sanar esa sociedad
que ha sido lacerada por la violencia. Resulta difícil aceptar el
cambio de quienes apelaron a la violencia cruel para promover sus
fines, para proteger negocios ilícitos y enriquecerse o para,
engañosamente, creer estar defendiendo la vida de sus hermanos.
Ciertamente es un reto para cada uno de nosotros confiar en que se
pueda dar un paso adelante por parte de aquellos que infligieron
sufrimiento a comunidades y a un país entero. Es cierto que en este
enorme campo que es Colombia todavía hay espacio para la cizaña.
Ustedes estén atentos a los frutos, cuiden el trigo y no pierdan la
paz por la cizaña. El sembrador, cuando ve despuntar la cizaña en
medio del trigo, no tiene reacciones alarmistas. Encuentra la manera
de que la Palabra se encarne en una situación concreta y dé frutos
de vida nueva, aunque en apariencia sean imperfectos o inacabados
(cf. Exhort. ap. Evangelii gaudium, 24).
Aun cuando perduren conflictos, violencia o sentimientos de
venganza, no impidamos que la justicia y la misericordia se
encuentren en un abrazo que asuma la historia de dolor de Colombia.
Sanemos aquel dolor y acojamos a todo ser humano que cometió
delitos, los reconoce, se arrepiente y se compromete a reparar,
contribuyendo a la construcción del orden nuevo donde brille la
justicia y la paz. Como ha dejado entrever en su testimonio Juan
Carlos, en todo este proceso, largo, difícil, pero esperanzador de
la reconciliación, resulta indispensable también asumir la verdad.
Es un desafío grande pero necesario. La verdad es una compañera
inseparable de la justicia y de la misericordia. Juntas son
esenciales para construir la paz y, por otra parte, cada una de ellas
impide que las otras sean alteradas y se transformen en instrumentos
de venganza sobre quien es más débil.
La verdad no debe, de hecho, conducir a la venganza, sino más
bien a la reconciliación y al perdón. Verdad es contar a las
familias desgarradas por el dolor lo que ha ocurrido con sus
parientes desaparecidos. Verdad es confesar qué pasó con los
menores de edad reclutados por los actores violentos. Verdad es
reconocer el dolor de las mujeres víctimas de violencia y de abusos.
Quisiera, finalmente, como hermano y como padre, decir: Colombia,
abre tu corazón de pueblo de Dios y déjate reconciliar. No temas a
la verdad ni a la justicia. Queridos colombianos: No tengan temor a
pedir y a ofrecer el perdón. No se resistan a la reconciliación
para acercarse, reencontrarse como hermanos y superar las
enemistades.
Es hora de sanar heridas, de tender puentes, de limar diferencias.
Es la hora para desactivar los odios, renunciar a las venganzas y
abrirse a la convivencia basada en la justicia, en la verdad y en la
creación de una verdadera cultura del encuentro fraterno. Que
podamos habitar en armonía y fraternidad, como desea el Señor.
Pidamos ser constructores de paz, que allá donde haya odio y
resentimiento, pongamos amor y misericordia. Deseo poner todas estas
intenciones ante la imagen del crucificado, el Cristo negro de
Bojayá:
Oh Cristo negro de Bojayá, que nos recuerdas tu pasión y muerte;
junto con tus brazos y pies te han arrancado a tus hijos que buscaron
refugio en ti.
Oh Cristo negro de Bojayá, que nos miras con ternura y en tu
rostro hay serenidad; palpita también tu corazón para acogernos en
tu amor.
Oh Cristo negro de Bojayá, haz que nos comprometamos a restaurar
tu cuerpo. Que seamos tus pies para salir al encuentro del hermano
necesitado; tus brazos para abrazar al que ha perdido su dignidad;
tus manos para bendecir y consolar al que llora en soledad.
Haz que seamos testigos de tu amor y de tu infinita misericordia».
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