Leonardo Boff
Lo que vivimos actualmente en Brasil
no puede ni siquiera ser llamado democracia de bajísima intensidad.
Si tomamos como referencia mínima de una democracia su relación con
el pueblo, el portador originario del poder, ella se niega a sí
misma y se muestra como una farsa.
Para las decisiones que afectan
profundamente a todos, no se discutió con la sociedad civil, ni
siquiera se escuchó a los movimientos sociales ni a los cuerpos de
saber especializado: el salario mínimo, la legislación
laboral, la previsión social, las nuevas reglas para la salud y la
educación, las privatizaciones de bienes públicos
fundamentales como es, por ejemplo, Electrobrás y campos importantes
de petróleo del pre-sal, así como las leyes que definen la
demarcación de las tierras indígenas y, lo que es un verdadero
atentado a la soberanía nacional, el permiso de vender tierras
amazónicas a extranjeros así como la entrega de una vasta
región de la Amazonia para la explotación de variados minerales
a empresas extranjeras.
¿Qué significa tal situación sino
la vigencia de un Estado de excepción, o incluso más, de una
verdadera dictadura civil? Un gobierno que gobierna sin el pueblo y
contra el pueblo, ha abandonado el estatuto de la democracia y
ha instado claramente a una dictadura civil. Es lo que estamos
viviendo en este momento en Brasil. Bajo la perspectiva de quien
ve la realidad política desde abajo, desde las víctimas de
este nuevo tipo de violencia, el país se asemeja a un avión sin
piloto en vuelo ciego. ¿Hacia dónde vamos? Nosotros no lo
sabemos. Pero los golpistas lo saben: a crear las condiciones
políticas para traspasar gran parte de la riqueza nacional a un
pequeño grupo de empresas que, según el IPEA, no pasan del
0,05 de la población brasileña (un poco más de 70 mil
multimillonarios), que constituyen las élites adineradas,
insaciables y representantes de la Casa Grande, asociadas a otros
grupos de poder antipueblo, especialmente a unos medios de
comunicación que siempre apoyaron los golpes y no aprecian la
democracia.
Transcribo un artículo de un atento
observador de la realidad brasileña, que vive en el semiárido
y participa de la pasión de las víctimas de una de las mayores
sequías de nuestra historia: Roberto Malvezzi. Su artículo es
una denuncia y una alarma: De la dictadura civil a la militar.
«Antes del golpe de 2016 sobre la
mayoría del pueblo brasileño trabajador o excluido, ya comentábamos
en Brasilia, en un grupo de asesores, sobre la posibilidad de una
nueva dictadura en Brasil. Y nos quedaba claro que podría ser
simplemente una “dictadura civil”, sin ser
necesariamente militar. Sin embargo, igual que en 1964, ella
podría evolucionar hacia una dictadura militar. En aquel momento
muy pocos creían que el gobierno podría ser derribado.
Para mí no hay duda alguna de que
estamos en plena dictadura civil. Son un grupo de 350 diputados 60
senadores, 11 ministros del Supremo, algunas entidades empresariales
y las familias dueñas de los medios de comunicación
tradicionales los que han impuesto una dictadura sobre el pueblo. Las
instituciones funcionan, como dicen ellos, pero contra el
pueblo y sólo a favor de una reducidísima clase de
privilegiados brasileños. Claro que conectados siempre con las
transnacionales y los poderes económicos que dominan el mundo.
Por lo tanto, nosotros, el pueblo,
hemos sido dejados fuera, excluidos). Todo es decidido por un
grupo de personas que, contadas con los dedos, no deben llegar a mil
en el mando, con un grupo un poco mayor participando
indirectamente.
Sucede que el golpe no se cierra, no
se concluye, porque la corrupción, vieja fórmula para aplicar
golpes en este país, es visible hoy gracias a los medios de
comunicación alternativos presentes y cada vez más poderosos.
La corrupción está en todos los niveles de la sociedad brasileña,
sobre todo en los hipócritas que levantan esa bandera para
imponer sus intereses.
Pero la corrupción es sólo el
pretexto. Según la visión de Leonardo Boff, el objetivo del golpe
es reducir Brasil, que funcione sólo para 120 millones de
brasileños. Los 100 millones restantes tendrán que buscar cómo
sobrevivir con apaños, limosnas, participando en pandillas, y en
tráfico de armas y drogas.
En este momento comienzan a aparecer
señales del verdadero pensamiento de quien está en el mando: una
reunión de la Masonería, un general contando lo que anda entre
bastidores, los viejos medios con la opinión de
“especialistas”, los nostálgicos de la antigua dictadura
diciendo en los medios sociales que “quien no es corrupto no
debe tener miedo de los militares”.
En fin, están planteando la
posibilidad de la dictadura militar. Para el pequeño grupo que ha
dado el golpe es excelente, la mejor de las salidas. Nunca
fueron demócratas. No les gusta el pueblo. Incluso en esta
Cámara y en este Senado pocos van a perder sus cargos o ir a la
cárcel.
Lo peor de una dictadura civil o
militar es siempre para el pueblo. Las nuevas generaciones no conocen
la crueldad de una dictadura total. Hiela el alma el silencio de la
sociedad ante las declaraciones del mencionado general».
Que Dios y el pueblo organizado nos
salven.
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