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miércoles, 20 de septiembre de 2017

La ciudadanía, desafiada por el golpe parlamentario

Leonardo Boff 
Entendemos por «ciudadanía» el proceso histórico-social que capacita a la masa humana para forjar condiciones de conciencia, de organización, de elaboración de un proyecto y de prácticas en el sentido de dejar de ser masa y de pasar a ser pueblo, como sujeto histórico plasmador de su propio destino. El gran desafío histórico es seguramente este: cómo hacer de las masas anónimas, desheredadas y manipulables, un pueblo brasileño de ciudadanos conscientes y organizados. Y cómo situarse hoy ante el proyecto de los golpistas de 2016.
Veo seis dimensiones de una ciudadanía plena:
-La dimensión económico-productiva: la pobreza material y política entre nosotros es producida y cultivada por las oligarquías, pues así pueden dominar y explotar mejor a las masas. Esto es profundamente injusto.
El pobre que no tiene conciencia de que las causas de su pobreza son debidas a la explotación no tiene condiciones para realizar su emancipación.
- La dimensión político-participativa: si las personas mismas no luchan en pro de su autonomía y de su participación social nunca serán ciudadanos plenos. No tanto el Estado cuanto la sociedade, debe, en sus diversas formas de organización y de lucha, asumir esta tarea.
- La dimensión popular: el tipo de ciudadanía vigente es de corte liberal-burgués, por lo que incluye a los que forman parte del sistema productivo y margina a los demás. Es una ciudadanía reducida. No se reconoce todavía el carácter incondicional de los derechos independientemente de sus posesiones, instrucción y condición social.
La construcción de la ciudadanía debe comenzar desde abajo y estar abierta a todos. Se ejerce a través de los innumerables movimientos sociales y en las asociaciones comunitarias donde los excluidos construyen un nuevo tipo de ciudadanía y de democracia participativa.
-La dimensión de conciudadanía: la ciudadanía no define sólo la posición del ciudadano frente al Estado, como sujeto de derechos y no como un mendigo (no se ha de pedir nada al Estado sino reivindicar, los ciudadanos deben organizarse no para sustituir al Estado sino para hacerlo funcionar). La conciudadanía define al ciudadano frente a otro ciudadano, mediante la solidaridad y la cooperación, como paradigmáticamente ha sido mostrado en la Campaña contra el Hambre, la Miseria y a favor de la Vida, herencia inmortal de Herbert de Souza, Betinho.
- La ciudadanía ecológica: cada ciudadano y toda la sociedad tienen derecho a gozar de una calidad de vida decente. Esto sólo es posible si hay una relación de cuidado y de respeto hacia la naturaleza. Y se muestra por la no contaminación del aire, de las aguas, de los suelos y la no quimicalización de los alimentos. Cada ciudadano debe concienciarse de garantizar un futuro a la Casa Común y legarla habitable a las generaciones futuras.
- La ciudadanía terrenal: la conciudadanía se abre hoy a la dimensión planetaria, incorporando cuidado para con la única Casa Común, con bienes y servicios limitados. Es importante vivir las varias erres (r) del pensamiento ecológico: reducir, reutilizar, reciclar, rearborizar, rechazar la propaganda engañosa, respetar a todos los seres, etc. No sólo somos ciudadanos nacionales, sino también planetarios, responsables de la Tierra, como Casa Común.
En este momento, tras el golpe jurídico-parlamentario de 2016, la ciudadanía está siendo desafiada a confrontarse con dos proyectos antagónicos que se disputan la hegemonía: el proyecto de los adinerados, antiguos y nuevos, articulados con las corporaciones transnacionales quieren un Brasil menor, de un máximo de 120 millones, pues así, creen, sería posible administrarlo en su beneficio, sin mayores preocupaciones; los restantes millones... que se fastidien, pues se habituaron desde siempre a vivir en la necesidad y a sobrevivir como puedan.
El otro proyecto, asumido por la ciudadanía, quiere construir un Brasil para todos, pujante, autónomo, y soberano frente a las presiones de las potencias militaristas, técnica y económicamente poderosas, que pretenden establecer un imperio del tamaño del planeta y vivir de la rapiña de las riquezas de los otros países. Esas potencias se asocian con las élites nacionales brasileñas, que están detrás del golpe de 2016. Ellas aceptan ser socios menores, a cambio de ventajas por su alineamiento con el proyecto-mundo. Así lo hicieron en el golpe civil-militar de 1964, y en el actual jurídico-parlamentario de 2016.
La correlación de fuerzas es muy desigual y se inclina a favor de las oligarquías adineradas. Pero éstas no tienen nada que ofrecer a los millones de brasileños, especialmente a los pobres, excepto más empobrecimiento. Estas élites no son portadoras de esperanza y, por eso, están condenadas a vivir bajo el miedo permanente a que, un día, esta situación pueda revertirse y perder su situación de opulencia y de privilegios. Ese día llegará.

El futuro pertenece especialmente a los humillados y ofendidos de nuestra historia, que heredarán las bondades que la Madre Tierra-Brasil destino a todos. Valió la pena su resistencia, su indignación y su coraje por cambiar en dirección hacia un Brasil del que podamos estar orgullosos.

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