Eduquémonos para dar a la mujer el
lugar que Dios quiere
+ Felipe Arizmendi Esquivel Obispo de
San Cristóbal de Las Casas
VER
Es frecuente escuchar que en la
Iglesia no damos a la mujer el lugar que le corresponde. Y en gran
parte es verdad. Sin embargo, en nuestra catedral, son más las
mujeres que los varones en los diferentes servicios. Son más las que
proclaman las lecturas, hacen las moniciones, cantan en los coros,
sirven al altar como monaguillas, hacen la colecta. Y lo mismo pasa
en mi pueblo, donde estoy unos días de vacaciones. Son mujeres las
sacristanas, las secretarias en la oficina parroquial, las que
organizan las celebraciones. En general, son más las mujeres que
participan en las Misas. En algunos lugares, son sólo mujeres las
catequistas de niños.
En mayo pasado, nuestra diócesis
dedicó su asamblea ordinaria a analizar la identidad y el lugar de
la mujer en la Iglesia y en la sociedad. Se reflexionó sobre la
Biblia, el Magisterio, la Teología y la Historia. Se tomaron
acuerdos. Uno de ellos fue dedicar los tres días de formación
permanente que tenemos cada año, en octubre, a este tema. En las
diferentes instancias diocesanas, se están retomando los acuerdos
alcanzados.
En comunidades
indígenas, es común que sean varones quienes ocupan cargos de
importancia. Sin embargo, hay cambios históricos. Ya hay mujeres
indígenas elegidas para presidentas municipales, diputadas y otros
cargos. Son más y más las mujeres indígenas que cursan estudios
universitarios y las que ocupan cargos en las instancias diocesanas.
Una mujer es canciller de la Curia diocesana, y esto ya es muy
aceptado por todos; no es algo raro.
Con todo, persiste el machismo entre
nosotros. Lo traemos desde el hogar. Dejamos a las mujeres que hagan
muchos de los servicios que podría hacer cualquier persona; pero
somos reacios a aceptar que ocupen cargos de responsabilidad. No
faltan quienes exijan el sacerdocio para ellas, aunque entre nosotros
no es eso lo que ellas ansían. En el Consejo Diocesano de Pastoral,
así como en otras áreas e instancias, su presencia es muy
calificada, pero nos falta aún mucho por avanzar.
PENSAR
Dice el Papa Francisco al respecto:
“Las reivindicaciones de los legítimos derechos de las mujeres, a
partir de la firme convicción de que varón y mujer tienen la misma
dignidad, plantean a la Iglesia profundas preguntas que la desafían
y que no se pueden eludir superficialmente. El sacerdocio reservado a
los varones, como signo de Cristo Esposo que se entrega en la
Eucaristía, es una cuestión que no se pone en discusión, pero
puede volverse particularmente conflictiva si se identifica demasiado
la potestad sacramental con el poder.
No hay que olvidar que cuando
hablamos de la potestad sacerdotal nos encontramos en el ámbito de
la función, no de la dignidad ni de la santidad. El
sacerdocio ministerial es uno de los medios que Jesús utiliza al
servicio de su pueblo, pero la gran dignidad viene del Bautismo, que
es accesible a todos. La configuración del sacerdote con Cristo
Cabeza –es decir, como fuente capital de la gracia– no implica
una exaltación que lo coloque por encima del resto. En la Iglesia
las funciones no dan lugar a la superioridad de los unos sobre
los otros. De hecho, una mujer, María, es más importante que
los obispos. Aun cuando la función del sacerdocio ministerial se
considere jerárquica, hay que tener bien presente que está
ordenada totalmente a la santidad de los miembros del
Cuerpo místico de Cristo. Su clave y su eje no son el poder
entendido como dominio, sino la potestad de administrar el sacramento
de la Eucaristía; de aquí deriva su autoridad, que es siempre un
servicio al pueblo. Aquí hay un gran desafío para los pastores y
para los teólogos, que podrían ayudar a reconocer mejor lo que esto
implica con respecto al posible lugar de la mujer allí donde se
toman decisiones importantes, en los diversos ámbitos de la Iglesia”
(EG 104).
Y decía San Juan Pablo II: “La
estructura jerárquica de la Iglesia está ordenada totalmente a la
santidad de los fieles. Por lo cual, el único carisma superior que
debe ser apetecido es la caridad (cf. 1 Cor 12-13). Los más grandes
en el Reino de los cielos no son los ministros, sino los santos”
(Ordinatio sacerdotalis, 3).
ACTUAR
Eduquémonos para dar a la mujer el
lugar que Dios quiere para ella en la familia, en la sociedad y en la
Iglesia. Desde la casa, hay que evitar toda discriminación por el
hecho de ser mujer. Tienen los mismos derechos que los varones, no
sólo para estudiar y trabajar, sino también para opinar y heredar.
Hay que luchar por la equidad de género. Lo cual no significa que
los dos únicos géneros que hay, masculino y femenino, sean
idénticos e intercambiables, sino que son iguales en dignidad y en
derechos, pero cada cual tiene su especificidad. Sería un
empobrecimiento ignorar sus diferencias y sus aportes diferenciados.
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