y el tráfico ilegal de drogas
Mensaje del Prefecto del Dicasterio para el Servicio del Desarrollo Humano
Integral
El prefecto del dicasterio vaticano, para el Servicio
del Desarrollo Humano Integral, el cardenal Peter Turkson, ha escrito un
mensaje con motivo del Día Internacional contra el abuso y el tráfico ilegal de
drogas..
El purpurado ha indicado que la actual jornada es una
oportunidad para sensibilizar a las conciencias, sobre los estragos que la
droga hace. Un mercado vergonzoso en el que se confunde criminalidad y
narcotráfico, que ha cambiado debido a legalizaciones y drogas sintéticas.
El mensaje del Cardenal Peter Kodwo Appiah
Turkson
La Jornada Internacional contra el abuso y el tráfico
ilegal de drogas, instituida por las Naciones Unidas, es una oportunidad
importante para sensibilizar a las conciencias sobre el hecho de que las
sustancias estupefacientes siguen “haciendo estragos en formas y dimensiones
impresionantes”
Es un fenómeno impulsado -no sin cedimientos y
compromisos por las instituciones- por un mercado vergonzoso que cruza las
fronteras nacionales y continentales,’ entrelazado con la mafia y el
narcotráfico.
Ahora nos enfrentamos a un escenario de dependencias
cambiado profundamente con respecto al pasado; la droga se ha convertido en un
producto de consumo compatible con la vida diaria, con la actividad recreativa
e incluso con la búsqueda del bienestar.
Al consumo de cocaína se asocia una mayor difusión de la heroína, que “todavía representa el porcentaje más alto (80%) de nuevas solicitudes de tratamiento asociados a los opiáceos en Europa”.
Al consumo de cocaína se asocia una mayor difusión de la heroína, que “todavía representa el porcentaje más alto (80%) de nuevas solicitudes de tratamiento asociados a los opiáceos en Europa”.
Además, las nuevas sustancias psicoactivas
intoxicadoras -disponibles, baratas y anónimas, en el mercado a través de
Internet- se insinúan también en los lugares de detención y movilizan en
la actividad de la venta a muchas personas reclutadas en las periferias del
malestar donde encuentran a nuevos consumidores.
La primacía del consumo corresponde, sin embargo, al
cannabis, sobre el que hay un debate en curso a nivel internacional, que tiende
a descuidar el juicio ético sobre la sustancia, de por sí negativo como con
cualquier otra droga, en favor de los posibles usos terapéuticos, un terreno en
el que se está a la espera de la evidencia científica respaldada por
periodos de monitoreo, como debe hacerse para cada experimento digno de
consideración pública.
Antes de la sentencia sobre estos temas, partiendo de
varios tipos de prejuicios, sería mejor comprender las tendencias en el uso del
cannabis, los daños relacionados con su consumo y el impacto de las políticas
de regulación en los distintos países, que empujan el mercado ilegal a
desarrollar productos destinados a repercutir sobre los modelos de consumo y a
reafirmar la primacía del deseo que se satisfaga con la sustancia de forma
compulsiva.
También la ludopatía o juego compulsivo constituye
desde hace tiempo una plaga que diversifica más dependencias. La legalización
del juego de azar, incluso cuando se justifica con la intención de
desenmascarar la gestión criminal aumenta el número de jugadores patológicos de
forma exponencial.
Por otra parte, la contribución impuesta por el estado
se considera éticamente incompatible y contradictoria en el terreno de la
prevención. La definición de modelos de intervención y sistemas de control
adecuados, asociado con la asignación de fondos, es muy deseable para hacer
frente a este fenómeno.
Mientras se diversifica el panorama de las
dependencias, la indiferencia y a veces la complicidad indirecta ante el
fenómeno de las mismas contribuye a desviar la atención de la opinión pública y
de los gobiernos, centrados en otras situaciones de emergencia.
Pero en vista de los acontecimientos que sorprenden
nuestros días y requieren esfuerzos, recursos y respuestas imprevistas , a
menudo es precisamente la solución de emergencia la que se impone, en lugar de
una cultura de la prevención seria, capaz de dotarse de objetivos, herramientas
y recursos para asegurar consistencia y durabilidad a la asunción de
responsabilidad de los problemas.
De ello da prueba en muchos países, la caída de los
compromisos programáticos, de los servicios institucionales y de los recursos;
la oferta que por décadas ha presidido el progreso de las adicciones ha sido,
en muchos casos, reducida a un baluarte marginal, encargado de poner freno en
soledad a la desertificación causada por años de abandono.
La imagen actual de las dependencias muestra, en
muchos casos, lagunas en la planificación, en las políticas y las perspectivas,
tiene un paso cansado e inadecuado frente a un mercado de drogas muy
competitivo y flexible respecto a la demanda, siempre disponible para nuevas
ofertas por ejemplo opiáceos sintéticos extremadamente potentes de nueva
creación, éxtasis y anfetaminas.
Precisamente el creciente y generalizado uso de
éxtasis puede servir como un indicador de como el uso de sustancias ilícitas
haya invadido los espacios cotidianos y de cómo los tóxico-dependientes ya no
se identifiquen con el adicto a la heroína, sino con el nuevo perfil de
poli-consumidor, que hace uso contextualmente de sustancias y alcohol.
Por lo tanto, las estrategias de intervención no
pueden ser solo especializadas o de reducción de los daños, ni tampoco pueden
considerar las drogas como fenómeno de colusión con los problemas sociales y la
desviación.
La reducción del daño debe implicar necesariamente
tanto la asunción de responsabilidad toxicología como la integración con los
programas terapéuticos personalizados, de carácter psicosocial, sin dar lugar a
formas de cronicidad, nocivas para la persona y éticamente reprobables.
Destinada a evitar los daños colaterales de la
adicción, la reducción de riesgos expresa sin embargo, instancias de naturaleza
más epidemiológica que terapéutica configurándose como una estrategia de
control social y profilaxis higiénica. El riesgo real es que conduzca de forma
más aséptica y menos visible, a la muerte psicológica y social del adicto,
retardando la física.
Considerar a las personas como irrecuperables es un
acto de rendición que contrasta con la dinámica psicológica responsable del
cambio y ofrece coartadas a la falta de esfuerzos del adicto y a las
instituciones que tienen la tarea de prevenir y curar.
En otras palabras, no se puede aceptar que la sociedad
metabolice el consumo de drogas como si fuera un rasgo crónico de la época,
similar al alcoholismo y la adicción al tabaco, evitando así el debate sobre
los límites de la libertad del estado y del ciudadano frente al uso de
sustancias.
Análogamente no se deben minimizar las dependencias
que nacen y se desarrollan con características complejas, relacionadas con la
pre-existente evidencia clínica o como consecuencia del uso de sustancias
psicoactivas: es el caso del llamado ‘diagnóstico dual’, terreno del trastorno
psiquiátrico, que exige mucho en fase de tratamiento.
“Es evidente que no existe una causa única que conduce
a la adicción a las drogas, pero hay muchos factores involucrados, incluyendo
la falta de una familia, la presión social, la propaganda de los traficantes,
el deseo de nuevas experiencias. Cada adicto a las drogas tiene una
historia personal diferente que necesita ser escuchada, comprendida, amada, y
siempre que sea posible, recuperada y purificada. No podemos caer en la
injusticia de catalogar al tóxico-dependiente como si fuera un objeto o un
mecanismo roto ; cada persona necesita ser valorada y apreciada en su dignidad
con el fin de ser curada”.
Las “buenas prácticas” en contra de la estandarización
resignada o el delegar en unos pocos con buena voluntad, nos llaman al deber de
prevención, actitud de solicitud encaminada a “cuidar” en términos de promoción
de la salud en el sentido más amplio y más completo. Políticas y estrategias de
amplia visión basadas en la prevención primaria, no pueden por menos que llamar
a todos los agentes sociales, a partir del compromiso de educar.
El escenario al que todos nos enfrentamos está marcado
por la pérdida de los antiguos primados por parte de la familia y la escuela,
por la ausencia de autoridad de las figuras adultas y por las dificultades que
se registran en ámbito parental; esto demuestra que este no es momento de
protagonismos, sino más bien de “redes”, capaces de reactivar las sinapsis
sociales educativos superación las competiciones inútiles, el delegar y las
formas de irresponsabilidad.
Para evitar que los jóvenes crezcan sin “cuidado”, más
criados que educados, atraídos por “prótesis curativas” como saben aparentar
muy bien las drogas, cada actor social debe conectarse e invertir en un terreno
compartido de valores educativos básicos e imprescindibles orientados a la
formación integral de la persona.
Es notable en este sentido, el compromiso y la
perseverancia de los profesionales de los servicios sociales privados y
de los voluntarios que, desde la aparición del problema de las drogas,
han puesto a punto las primeras respuestas. Su trabajo, a menudo infravalorado,
merece la debida atención y apoyo práctico. De las comunidades terapéuticas,
entre otras, vienen señales de cambio de alto valor educativo, útiles en
los programas de rehabilitación y aún más en el campo de la prevención.
El aspecto educativo es fundamental, especialmente en
el momento vulnerable e inacabado de la adolescencia,cuando se alternan
intensos momentos de descubrimiento y curiosidad, pero también de depresión,
apatía y comportamientoss que ponen simbólica o realmente en peligro la vida.
Estas conductas, deliberadamente transgresoras, están encaminadas a derribar el
sufrimiento causado por la sensación de estar frente al muro infranqueable de
un presente que nunca termina y un futuro que no se puede entrever. Son
llamadas a vivir, pero también llamadas de ayuda y apoyo dirigidas a los
adultos capaces de transmitir el sabor de la vida y el sentido de cuanta sea
preciosa.
Los jóvenes, ha dicho Francisco, “buscan de muchas
maneras el” vértigo “que les haga sentirse vivos. ¡Vamos a dárselo! Estimulemos
todo lo que les ayuda a convertir sus sueños en proyectos, y que puedan
descubrir que todo el potencial que tienen es un puente, un pasaje a una
vocación (en el sentido más amplio y bello de la palabra).
Propongámosles metas amplias, grandes desafíos y
ayudémoslos a realizarlos, a alcanzar sus metas. No los dejemos solos. Por lo
tanto, desafiémosles más de lo que nos desafían. No dejemos que el “vértigo” la
reciban de otros, que no hacen más que poner en peligro sus vidas: ¡Démosla
nosotros! Pero el vértigo justo, que satisfaga este deseo de moverse, de seguir
adelante” .
Para contrarrestar la felicidad efímera de
dependencias hace falta amor creativo y adultos capaces de enseñar y practicar
un saludable cuidado de sí mismos. Una visión espiritual de la existencia, se
proyectada en busca de sentido, abierta al encuentro con los demás, es el más
grande legado educativo que hoy más que nunca debe pasar de generación en
generación.
Si no es así, las dependencias contribuirán a matar a
la humanidad, porque sabemos bien que el que no se ama ni siquiera es capaz de
amar a su prójimo.
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