Leonardo Boff
Hay una falta clamorosa de
solidaridad en el momento actual de nuestra historia. Se nos ha
informado de que en este exacto momento 20 millones de personas están
amenazadas de morir literalmente de hambre en Yemen, Somalia, Sudán
del Sur y Nigeria. El grito de los hambrientos se dirige al cielo y a
todas las direcciones. ¿Quién los escucha? Un poco la ONU y solo
algunas valientes agencias humanitarias.
En nuestro país, por causa de los
ajustes promovidos por los gobernantes actuales, que dieron un golpe
parlamentario, buscando imponer su agenda neoliberal, hay por lo
menos 500 mil familias que han perdido la "bolsa familia".
Los pobres están cayendo en la miseria de la cual habían salido y
los miserables se están volviendo indigentes. No son pocos los que
vienen a nuestra ONG en Petrópolis (Centro de Defensa de los
Derechos Humanos), que existe desde hace 40 años, pidiendo comida.
¿Es posible negar el pan a la mano extendida y a los ojos
suplicantes sin ser inhumano y carente de piedad?
Nos dicen los etnoantropólogos que
la solidaridad nos hizo pasar del orden de los primates al orden de
los humanos. Cuando nuestros antepasados antropoides salían a buscar
sus alimentos, no los comían individualmente. Los llevaban al grupo
para comer juntos. Vivían la comensalidad, propia de los humanos.
Por tanto, la solidaridad está en la raíz de nuestra hominización.
El filósofo francés Pierre Leroux a
mediados del siglo XIX, al surgir las primeras asociaciones de
trabajadores contra el salvajismo del mercado, recuperó
políticamente esta categoría de la solidaridad. Era cristiano y
dijo: «debemos entender la caridad cristiana hoy como solidaridad
mutua entre los seres humanos» (Cf. Jean-Louis Laville, L'économie
solidaire: une perspective internationale, 1994, 25ss).
La solidaridad implica reciprocidad
entre todos, como un hecho social elemental. De ahí nació la
economía del don mutuo, tan bien analizada por Marcel Mauss.
Si miramos bien, la naturaleza no
creó un ser para sí mismo, sino a todos los seres unos para otros.
Estableció entre ellos lazos de mutualidad y redes de relaciones
solidarias. La solidaridad originaria nos hace a todos hermanos y
hermanas dentro de la misma especie.
La solidaridad, por tanto, es
indisociable de la naturaleza humana en cuanto humana. Si no hubiese
solidaridad no tendríamos manera de sobrevivir. No tenemos ningún
órgano especializado (Mangelwesen de A. Gehlen) que garantice
nuestra subsistencia. Para sobrevivir dependemos del cuidado y de la
solidaridad de los otros. Es un hecho innegable de otros tiempos y
también de hoy.
Pero tenemos que ser realistas, nos
advierte E. Morin. Somos simultáneamente sapiens y demens, no como
decadencia de la realidad sino como expresión de nuestra condición
humana. Podemos ser sapientes y solidarios y crear lazos de
humanización. Pero también podemos ser dementes y destruir la
solidaridad, degollar personas como hacen los militantes del Estado
Islámico o quemarlas dentro de una montaña de neumáticos, como
hace la mafia de la droga.
Por causa de nuestro momento demente
Hobbes y Rousseau vieron la necesidad de un contrato social que nos
permitiese convivir y evitar que nos devorásemos recíprocamente.
El contrato social no nos exime de
tener que reactivar continuamente la solidaridad que nos humaniza,
sin la cual el lado demente predominaría sobre el sapiente.
Es lo que estamos viviendo a nivel
mundial y también nacional, pues poquísimos controlan las finanzas
y el acceso a los bienes y servicios naturales, dejando a más de la
mitad de la humanidad en la indigencia. Bien decía el Papa
Francisco: el sistema imperante es asesino y anti-vida.
Entre nosotros, las políticas
actuales de ajustes fiscales están sobrecargando especialmente a los
pobres y beneficiando a los pocos que controlan los flujos
financieros. El Estado debilitado por la corrupción no consigue
frenar la voracidad de la acumulación ilimitada de las oligarquías.
Hubo Alguien que fue solidario con
nosotros. No quiso aprovecharse de su condición divina. Antes "por
solidaridad se presentó como simple hombre" (Flp 2,7) y acabó
crucificado. Esta solidaridad nos devolvió humanidad (nos salvó) y
continúa animándonos a "tener los mismos sentimientos que él
tuvo" (Flp 2,5).
Es urgente que rescatemos el
paradigma básico de nuestra humanidad, tan olvidado, la solidaridad
esencial. Fuera de ella desvirtuamos nuestra humanidad y la de los
otros.
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