Loenardo Boff
El día 9 de agosto hubo varias celebraciones por los 20 años de la muerte
del sociólogo y activista social Herbert de Souza, conocido como Betinho. Una
fue la de la UFRJ/Coppe en la Isla del Fundão conjuntamente con la Coep (Comité
de Entidades por el Combate al hambre y por la Vida). Estaba presente su
compañera de vida, María Nakano, además de muchos profesores y alumnos. En el
Jardín de la Ciudadanía fue descubierta una placa de homenaje y se plantaron
dos arbolitos de Manacá, el árbol preferido de Betinho. Hablaron varias
personas, una de ellas yo mismo, y voy a resumir aquí lo que dije.
Hay muertos que recordamos con cariño y hay también muertos a los que
celebramos con júbilo. Estos no están ausentes, son solamente invisibles. Es el
caso de Betinho. En sus propias palabras, su vida fue una sucesión infinita de
suertes: hemofílico, sobrevivió a la tuberculosis y finalmente se enfrentó
valientemente al sida. Militó en la izquierda católica contra la dictadura
militar, vivió exiliado en Chile, Canadá y México.
Regresó en 1997 a Brasil y
fue recibido por una multitud, reconocido como el hermano de Henfil, genial
cartonista. Almir Blanc y João Bosco inmortalizaron a Betinho con la canción
siempre cantada “Esperanza Equilibrista” sobre “la vuelta del hermano de
Henfil”.
Betinho fue un hombre de grandes sueños y de no menores realizaciones: la
Acción de la Ciudadanía contra el Hambre, la Miseria y por la Vida, la Coep en
colaboración con el ingeniero de Furnas André Spitz, con el Coppe (Luiz
Pinguelli Rosa) y el Coep ayudó a formar el Comité de Entidades Públicas en
Combate al Hambre, Comités de Ciudadanía por todo Brasil, Navidad sin hambre,
ABIA para el estudio del sida, entre otras. Entre 1993 y 2005 Acción de la
Ciudadanía distribuyó 30.351 toneladas de alimentos, beneficiando a cerca de 3
millones de familias.
Su prioridad absoluta, verdadera obsesión humanitaria, era combatir el
hambre. A los que le criticaban cierto asistencialismo solía responder que “el
hambre tiene prisa”, no permite esperar la gran revolución. Con razón decía
Gandhi que el hambre es “la forma de violencia más asesina que existe”. Es lo
que Betinho quería evitar a toda costa. Dar de comer nunca puede ser un gesto
solamente asistencialista, sino de humanismo en grado cero. Juntos repetíamos
con frecuencia: “este pan que tengo en mis manos es material; pero el pan que
entrego al hambriento es también espiritual, pues va cargado de amor, de
compasión, de humanidad y salva la vida”.
Al regresar al país, optó por la sociedad civil y no por los partidos y la
participación en el Estado. En la sociedad civil veía la presencia de un
potencial de solidaridad y de creatividad que podía ser movilizado en favor de
las grandes causas nacionales: reclamar ética en la política, reconstruir la
democracia por la base, participativa y popular, la urgencia de la reforma
agraria en tierras del campo y de la ciudad, combatir el hambre, incentivar la
educación en la línea de Paulo Freire, introducir por primera vez internet en
Brasil.
Betinho era un indignado contra la antirrealidad brasilera de los millones
de marginalizados, castigados con el hambre y las enfermedades del hambre. Pero
no era un resignado. Enseguida ideaba proyectos para ponerlos en práctica,
siempre con un sentido de trabajo colectivo y solidario.
Si viviese hoy con el desorden social provocado por el infame golpe
parlamentario, jurídico y mediático, detrás del cual se esconden las clases
oligárquicas, que Darcy Ribeiro consideraba las más insensibles y reaccionarias
del mundo, algo que viene siendo repetido por Jessé de Souza, Betinho estaría
seguramente en la calle movilizando al pueblo, los movimientos, a los que
todavía creen en Brasil, para defender nuestra frágil democracia y salvar los
derechos sustraídos a los trabajadores y a los futuros jubilados, defender las
tierras indígenas e impedir la venta de tierras nacionales a extranjeros.
Los escándalos de la corrupción millonaria, que alcanzan a la mayoría de
los partidos y a las grandes empresas, lo llevarían seguramente a retomar con
vigor el tema sobre el cual tanto se debatía: la ética en la política y la
transparencia en todas las cosas. Qué falta nos hace Betinho, huérfanos de
líderes confiables. El odio que atraviesa nuestro tejido social le sería
incomprensible, él que predicaba el amor a los más invisibles, a los cuales
entregó la poca vida que tenía.
Si alguien quiere saber lo que es espíritu debe mirar aquel cuerpo
consumido y debilitado que, sin embargo, irradiaba vida, valor, esperanza y
sentido de humanidad con todos. Era espíritu puro en su mejor expresión de
inteligencia, creatividad, sueño, compasión.
Nos dejó el desafío de “recrear Brasil y de refundar la nación” a partir
del pueblo cuya solidaridad y alegría de vivir admiraba y de la cual se dejaba
embargar. Repetía: sin sueño y sin esperanza no hay vida ni futuro. Betinho es
una figura de la que Brasil y la humanidad pueden enorgullecerse. Era y es un
Justo entre las naciones, especialmente, entre los pobres. Su inspiración nos
hará salir enriquecidos de la crisis actual.
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