Fander Falconí
La rebeldía se asocia más con la adolescencia, con la rabia
de quien quiere cambiar el mundo, pero su edad no le permite cambiarse ni de
colegio. Algunos docentes, aunque son adultos, suelen sentirse frustrados
porque el sistema los asfixia. Aun así, varios docentes introducen cambios
creativos en la enseñanza.
Hace 50 años se estrenó la película Al maestro con cariño
(1967), con Sidney Poitier. Se trataba de un profesor secundario que hace
cambios en un plantel secundario de un barrio marginal. El tema del docente
rebelde era tan bueno que fue copiado muchas veces en el cine y en la TV. Un
buen representante de este subgénero del drama fue La sociedad de los poetas
muertos (1989), con Robin Williams. Aquí el problema ya no era la falta de
recursos y sentido común, sino la falta de motivaciones y de libertad para
pensar.
Merlí es un profesor de Filosofía para bachillerato que
revoluciona la educación, al obligar a sus alumnos a pensar por sí mismos. Una
pedagogía socrática que contrasta con su conducta epicúrea. Cada episodio lleva
el nombre de un filósofo, a la manera de la novela del noruego Jostein Gaarder
(1991) El Mundo de Sofía. Aparte de ser muy entretenida, Merlí invita a
reflexionar sobre el papel de la educación.
La ciudad donde está ambientada esta serie es la Barcelona de
hoy. Una ciudad linda, pero conflictiva. Gente que le ha tocado vivir al ritmo
acelerado del europeo del Norte, pero que en el fondo no deja de ser
mediterránea. El divorcio es la regla y el trabajo no da tiempo para la
familia. Adolescentes sin brújula, pues los adultos están más desubicados.
Debemos reconocer que la educación mal empleada puede
convertirse en una cadena. Hablando de los niños, Eduardo Galeano dice: “Se los
tiene atados a la pata del televisor, para que desde muy temprano acepten, como
destino, la vida prisionera”. Hace falta una educación crítica, en la cual estudiantes
y docentes dialoguen más. Lo tradicional ha sido que el alumno escuche y solo
el maestro hable.
La educación debe facilitar la comprensión de la realidad, no
darla al estudiante precocida. Solo así se forma la autoconciencia. La
educación debe mostrar la desigualdad social y comprometerse con la equidad.
Debe permitir al docente cierta flexibilización de los programas oficiales,
según los intereses expresados por los alumnos, y no según lo que se supone que
es el educando.
Por cierto, la educación crítica debe ser inclusiva porque
para discutir todos debemos hacerlo en un plano de igualdad. El discrimen por
género, condición social o cualquier otra diferencia convierte al diálogo libre
en una súplica para ser aceptado o aceptada. El debate debe ser parte esencial
de la educación.
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