y Refugiado 2018: mensaje del papa Francisco
El Día del migrante y refugiado se celebra el 14 de enero de 2018
Acoger, proteger, promover e integrar a los emigrantes
y refugiados
Queridos hermanos y hermanas: ‘El emigrante que reside entre vosotros será para vosotros como uno de vuestro pueblo: lo amarás como a ti mismo, porque emigrantes fuisteis en Egipto. Yo soy el Señor vuestro Dios’ (Lv 19,34).
Queridos hermanos y hermanas: ‘El emigrante que reside entre vosotros será para vosotros como uno de vuestro pueblo: lo amarás como a ti mismo, porque emigrantes fuisteis en Egipto. Yo soy el Señor vuestro Dios’ (Lv 19,34).
Durante mis primeros años de pontificado he
manifestado en repetidas ocasiones cuánto me preocupa la triste situación de
tantos emigrantes y refugiados que huyen de las guerras, de las persecuciones,
de los desastres naturales y de la pobreza. Se trata indudablemente de un
«signo de los tiempos» que, desde mi visita a Lampedusa el 8 de julio de 2013,
he intentado leer invocando la luz del Espíritu Santo.
Cuando instituí el nuevo Dicasterio para el Servicio
del Desarrollo Humano Integral, quise que una sección especial –dirigida
temporalmente por mí– fuera como una expresión de la solicitud de la Iglesia
hacia los emigrantes, los desplazados, los refugiados y las víctimas de la
trata.
A cada ser humano que se ve obligado a dejar su patria
en busca de un futuro mejor, el Señor lo confía al amor maternal de la Iglesia.
Esta solicitud ha de concretarse en cada etapa de la experiencia migratoria:
desde la salida y a lo largo del viaje, desde la llegada hasta el regreso.
Es una gran responsabilidad que la Iglesia quiere
compartir con todos los creyentes y con todos los hombres y mujeres de buena
voluntad, que están llamados a responder con generosidad, diligencia, sabiduría
y amplitud de miras –cada uno según sus posibilidades– a los numerosos desafíos
planteados por las migraciones contemporáneas.
A este respecto, deseo reafirmar que «nuestra
respuesta común se podría articular en torno a cuatro verbos: acoger, proteger,
promover e integrar».
Acoger
Considerando el escenario actual, acoger significa, ante todo, ampliar las posibilidades para que los emigrantes y refugiados puedan entrar de modo seguro y legal en los países de destino. En ese sentido, sería deseable un compromiso concreto para incrementar y simplificar la concesión de visados por motivos humanitarios y por reunificación familiar.
Considerando el escenario actual, acoger significa, ante todo, ampliar las posibilidades para que los emigrantes y refugiados puedan entrar de modo seguro y legal en los países de destino. En ese sentido, sería deseable un compromiso concreto para incrementar y simplificar la concesión de visados por motivos humanitarios y por reunificación familiar.
Al mismo tiempo, espero que un mayor número de países
adopten programas de patrocinio privado y comunitario, y abran corredores
humanitarios para los refugiados más vulnerables. Sería conveniente, además,
prever visados temporales especiales para las personas que huyen de los
conflictos hacia los países vecinos.
Las expulsiones colectivas y arbitrarias de emigrantes
y refugiados no son una solución idónea, sobre todo cuando se realizan hacia
países que no pueden garantizar el respeto a la dignidad ni a los derechos
fundamentales. Vuelvo a subrayar la importancia de ofrecer a los emigrantes y
refugiados un alojamiento adecuado y decoroso.
«Los programas de acogida extendida, ya iniciados en
diferentes lugares, parecen sin embargo facilitar el encuentro personal,
permitir una mejor calidad de los servicios y ofrecer mayores garantías de
éxito».
El principio de la centralidad de la persona humana,
expresado con firmeza por mi amado predecesor Benedicto XVI, nos obliga a anteponer siempre la seguridad
personal a la nacional. Por tanto, es necesario formar adecuadamente al
personal encargado de los controles de las fronteras. Las condiciones de los
emigrantes, los solicitantes de asilo y los refugiados, requieren que se les
garantice la seguridad personal y el acceso a los servicios básicos. En nombre
de la dignidad fundamental de cada persona, es necesario esforzarse para
preferir soluciones que sean alternativas a la detención de los que entran en
el territorio nacional sin estar autorizados.
Proteger
El segundo verbo, proteger, se conjuga en toda una serie de acciones en defensa de los derechos y de la dignidad de los emigrantes y refugiados, independientemente de su estatus migratorio. Esta protección comienza en su patria y consiste en dar informaciones veraces y ciertas antes de dejar el país, así como en la defensa ante las prácticas de reclutamiento ilegal.
El segundo verbo, proteger, se conjuga en toda una serie de acciones en defensa de los derechos y de la dignidad de los emigrantes y refugiados, independientemente de su estatus migratorio. Esta protección comienza en su patria y consiste en dar informaciones veraces y ciertas antes de dejar el país, así como en la defensa ante las prácticas de reclutamiento ilegal.
En la medida de lo posible, debería continuar en el
país de inmigración, asegurando a los emigrantes una adecuada asistencia
consular, el derecho a tener siempre consigo los documentos personales de
identidad, un acceso equitativo a la justicia, la posibilidad de abrir cuentas
bancarias y la garantía de lo básico para la subsistencia vital.
Si las capacidades y competencias de los emigrantes,
los solicitantes de asilo y los refugiados son reconocidas y valoradas
oportunamente, constituirán un verdadero recurso para las comunidades que los
acogen.
Por tanto, espero que, en el respeto a su dignidad,
les sea concedida la libertad de movimiento en los países de acogida, la
posibilidad de trabajar y el acceso a los medios de telecomunicación. Para
quienes deciden regresar a su patria, subrayo la conveniencia de desarrollar
programas de reinserción laboral y social.
La Convención internacional sobre los derechos del
niño ofrece una base jurídica universal para la protección de los emigrantes
menores de edad. Es preciso evitarles cualquier forma de detención en razón de
su estatus migratorio y asegurarles el acceso regular a la educación primaria y
secundaria. Igualmente es necesario garantizarles la permanencia regular al
cumplir la mayoría de edad y la posibilidad de continuar sus estudios.
En el caso de los menores no acompañados o separados
de su familia es importante prever programas de custodia temporal o de acogida.
De acuerdo con el derecho universal a una nacionalidad, todos los niños y niñas
la han de tener reconocida y certificada adecuadamente desde el momento del
nacimiento.
La situación de apátridas en la que se encuentran a
veces los emigrantes y refugiados puede evitarse fácilmente por medio de «leyes
relativas a la nacionalidad conformes con los principios fundamentales del
derecho internacional».El estatus migratorio no debería limitar el acceso a la
asistencia sanitaria nacional ni a los sistemas de pensiones, como tampoco a la
transferencia de sus contribuciones en el caso de repatriación.
Promover
Promover quiere decir esencialmente trabajar con el fin de que a todos los emigrantes y refugiados, así como a las comunidades que los acogen, se les dé la posibilidad de realizarse como personas en todas las dimensiones que componen la humanidad querida por el Creador.
Promover quiere decir esencialmente trabajar con el fin de que a todos los emigrantes y refugiados, así como a las comunidades que los acogen, se les dé la posibilidad de realizarse como personas en todas las dimensiones que componen la humanidad querida por el Creador.
Entre estas, la dimensión religiosa ha de ser
reconocida en su justo valor, garantizando a todos los extranjeros presentes en
el territorio la libertad de profesar y practicar la propia fe. Muchos
emigrantes y refugiados tienen grados profesionales que hay que certificar y
valorar convenientemente.
Así como «el trabajo humano está destinado por su naturaleza
a unir a los pueblos», animo a esforzarse en la promoción de la inserción
socio-laboral de los emigrantes y refugiados, garantizando a todos –incluidos
los que solicitan asilo– la posibilidad de trabajar, cursos formativos
lingüísticos y de ciudadanía activa, como también una información adecuada en
sus propias lenguas.
En el caso de los emigrantes menores de edad, su
participación en actividades laborales ha de ser regulada de manera que se
prevengan abusos y riesgos para su crecimiento normal.
En el año 2006, Benedicto XVI subrayaba cómo la
familia es, en el contexto migratorio, «lugar y recurso de la cultura de la
vida y principio de integración de valores».Hay que promover siempre su
integridad, favoreciendo la reagrupación familiar –incluyendo los abuelos,
hermanos y nietos–, sin someterla jamás a requisitos económicos.
Respecto a emigrantes, solicitantes de asilo y
refugiados con discapacidad hay que asegurarles mayores atenciones y ayudas.
Considero digno de elogio los esfuerzos desplegados hasta ahora por muchos
países en términos de cooperación internacional y de asistencia humanitaria.
Con todo, espero que en la distribución de esas ayudas se tengan en cuenta las
necesidades –por ejemplo: asistencia médica y social, como también educación–
de los países en vías de desarrollo, que reciben importantes flujos de refugiados
y emigrantes, y se incluyan de igual modo entre los beneficiarios de las mismas
comunidades locales que sufren carestía material y vulnerabilidad.
Integrar
El último verbo, integrar, se pone en el plano de las oportunidades de enriquecimiento intercultural generadas por la presencia de los emigrantes y refugiados. La integración no es «una asimilación, que induce a suprimir o a olvidar la propia identidad cultural. El contacto con el otro lleva, más bien, a descubrir su “secreto”, a abrirse a él para aceptar sus aspectos válidos y contribuir así a un conocimiento mayor de cada uno. Es un proceso largo, encaminado a formar sociedades y culturas, haciendo que sean cada vez más reflejo de los multiformes dones de Dios a los hombres».
El último verbo, integrar, se pone en el plano de las oportunidades de enriquecimiento intercultural generadas por la presencia de los emigrantes y refugiados. La integración no es «una asimilación, que induce a suprimir o a olvidar la propia identidad cultural. El contacto con el otro lleva, más bien, a descubrir su “secreto”, a abrirse a él para aceptar sus aspectos válidos y contribuir así a un conocimiento mayor de cada uno. Es un proceso largo, encaminado a formar sociedades y culturas, haciendo que sean cada vez más reflejo de los multiformes dones de Dios a los hombres».
Este proceso puede acelerarse mediante el ofrecimiento
de la ciudadanía, desligada de los requisitos económicos y lingüísticos, y de
vías de regularización extraordinaria, a los emigrantes que puedan demostrar
una larga permanencia en el país. Insisto una vez más en la necesidad de
favorecer, en cualquier caso, la cultura del encuentro, multiplicando las
oportunidades de intercambio cultural, demostrando y difundiendo las «buenas
prácticas» de integración, y desarrollando programas que preparen a las
comunidades locales para los procesos de integración.
Debo destacar el caso especial de los extranjeros
obligados a abandonar el país de inmigración a causa de crisis humanitarias.
Estas personas necesitan que se les garantice una asistencia adecuada para la
repatriación y programas de reinserción laboral en su patria. De acuerdo con su
tradición pastoral, la Iglesia está dispuesta a comprometerse en primera
persona para que se lleven a cabo todas las iniciativas que se han propuesto
más arriba.
Sin embargo, para obtener los resultados esperados es
imprescindible la contribución de la comunidad política y de la sociedad civil,
cada una según sus propias responsabilidades.
Durante la Cumbre de las Naciones Unidas, celebrada en
Nueva York el 19 de septiembre de 2016, los líderes mundiales han expresado
claramente su voluntad de trabajar a favor de los emigrantes y refugiados para
salvar sus vidas y proteger sus derechos, compartiendo esta responsabilidad a
nivel global. A tal fin, los Estados se comprometieron a elaborar y aprobar antes
de finales de 2018 dos pactos globales (Global Compacts), uno dedicado a los
refugiados y otro a los emigrantes.
Queridos hermanos y hermanas, a la luz de estos
procesos iniciados, los próximos meses representan una oportunidad privilegiada
para presentar y apoyar las acciones específicas, que he querido concretar en
estos cuatro verbos.
Los invito, pues, a aprovechar cualquier oportunidad
para compartir este mensaje con todos los agentes políticos y sociales que
están implicados –o interesados en participar– en el proceso que conducirá a la
aprobación de los dos pactos globales.
Hoy, 15 de agosto, celebramos la solemnidad de la
Asunción de la Bienaventurada Virgen María al Cielo. La Madre de Dios
experimentó en sí la dureza del exilio (cf. Mt 2,13-15), acompañó amorosamente
al Hijo en su camino hasta el Calvario y ahora comparte eternamente su gloria.
A su materna intercesión confiamos las esperanzas de
todos los emigrantes y refugiados del mundo y los anhelos de las comunidades
que los acogen, para que, de acuerdo con el supremo mandamiento divino,
aprendamos todos a amar al otro, al extranjero, como a nosotros mismos.
Vaticano,
FRANCISCO
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