Fander Falconí
En noviembre de 2015 ocurrió un atentado terrorista en París,
en víspera de la cumbre climática. El entonces precandidato Trump reaccionó de
inmediato condenando el ataque. Ya de candidato, en junio de 2016, hizo lo
mismo tras la balacera de Orlando. El sábado anterior, 12 de agosto de 2017, el
presidente de Estados Unidos, el mismo Trump, demoró varias horas en
reaccionar, tras los acontecimientos de Charlottesville, Virginia, a menos de
200 kilómetros de la capital estadounidense.
La noche del viernes salieron a las calles decenas de
supremacistas blancos, con antorchas, armados y gritando consignas de odio
racial, como en Alemania, en 1934. Frente a ellos se formó una contramarcha
pacífica, de cientos de habitantes de la localidad. Entonces, un simpatizante
del grupo fascista lanzó su automóvil contra la contramarcha, producto de lo
cual resultaron heridas 19 personas y falleció Heather Heyer, abogada activista
de 32 años.
La idea de una supuesta supremacía blanca se originó en el
siglo XIX, confundiendo la lengua con la raza, con el premeditado fin de
sustentar el nacionalismo en el Reino de Prusia. Esta falacia fue la base
ideológica del nacionalsocialismo de Adolfo Hitler, y una de las causas
fundamentales de los 50 millones de muertes provocadas por la segunda gran
guerra europea del siglo XX, incluidos 20 millones de soviéticos y seis
millones de judíos.
El racismo alemán, producto de la ignorancia y de complejos
psicológicos, ha sido combatido por grandes pensadores. Pero los prejuicios y
la ignorancia persisten, y hoy son explotados por algunas corporaciones de
Occidente.
Esas corporaciones son las mismas que están detrás de la
concepción colonialista del mundo. La idea de una supuesta superioridad racial
que justifica ‘civilizar’ al buen indígena (o reprimir al indígena indócil)
sigue latente en varios grupos políticos y religiosos. Durante décadas, la
clase dirigente norteamericana toleró el apartheid en la República Sudafricana
y Namibia.
En Ecuador, país con altísimo grado de mestizaje, hablar de
razas es más inapropiado todavía. Los conquistadores ibéricos provenían de un
lugar con una población original que no era indoeuropea, como lo confirma la
persistencia del idioma vasco. Esa península fue invadida por indoeuropeos
(griegos, romanos, germanos) y por semitas (fenicios, cartagineses y árabes).
Las crónicas de la conquista cuentan que un primer momento solo llegaron
hombres, y nadie afirma que fueron célibes. El mestizaje iberoamericano fue y
sigue siendo un hecho histórico crucial. Bien afirma el mexicano José
Vasconcelos que somos la raza de bronce, la raza cósmica.
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