Gentileza
Leonardo Boff
Seguramente en Río de Janeiro muchos
habrán conocido aquella figura singular de cabellos largos,
barba blanca, vistiendo una bata albísima con apliques llenos
de mensajes. Cargaba un estandarte en la mano con muchos dichos
en rojo. Desde comienzos de 1970 hasta su muerte en 1996 recorría
toda la ciudad, viajaba en las barcas Rio-Niterói, se subía a
los trenes y autobuses para hacer su predicación.
Como todo profeta sintió también un
llamamiento divino que vino a través de un acontecimiento de
gran densidad trágica: el incendio del circo norteamericano en
Niterói el 17 de diciembre de 1961 en el que murieron calcinadas
unas 400 personas.
Era un pequeño empresario de
transporte de carga en Guadalupe, barrio de la periferia del gran
Río. Sabedor de aquella tragedia, se sintió llamado a ser el
consolador de las familias de estas víctimas.
Dejó todo atrás, tomó uno de sus
camiones, puso sobre él dos pipas de cien litros de vino y se fue
junto a las barcas allí en Niterói. Distribuía el vino en
pequeños vasos de plástico diciendo: “Quien quiera tomar vino
no tiene que pagar nada, sólo pedirlo por gentileza, sólo
decir agradecido”.
José de Trino, ese era su nombre,
comenzó a llamarse José Agradecido o Profeta Gentileza. Interpretó
la quema del circo como una metáfora de la quema del mundo tal
como está organizado: es un circo montado por el
diablo-capital... que vende todo, destruye todo, destruyendo la
propia humanidad.
Hizo una pequeña miniatura del
mundo-Gentileza transformando el lugar del incendio en un
hermoso jardín, llamado Paraíso Gentileza.
El cuarto aplique de su bata decía:
La Gentileza es el remedio de todos los males, amor y libertad. Y
lo fundamentaba así: Dios-Padre es Gentileza que genera al Hijo
por Gentileza... Por eso, Gentileza genera Gentileza.
Enseñaba con insistencia: “en
lugar de muchas gracias deberíamos decir agradecido y en vez de por
favor usar por gentileza, porque nadie está obligado a nada y
debemos ser gentiles unos con otros y relacionarnos por amor y
no por favor”.
Junto con el principio de geometría
(Pascal), típico del pensamiento científico- técnico dominante,
la Gentileza (espíritu de finura de Pascal) funda un principio
alternativo de convivencia civilizada, principio descuidado por
la modernidad y hoy de extrema importancia para humanizar las
relaciones demasiado funcionales y frías y marcadas por la
truculencia.
La crítica de la modernidad no es
monopolio de los maestros de la Escuela de Fráncfort. El
Profeta Gentileza, representante del pensamiento popular y
sapiencial, llegó a la misma conclusión que aquellos maestros.
Pero estuvo más acertado que ellos al proponer la alternativa: la
Gentileza como irradiación del cuidado y de la ternura esencial
hacia los demás y principalmente hacia la naturaleza.
Este paradigma tiene más
posibilidades de humanizarnos y de garantizar la preservación de la
vida amenazada del planeta que el que ardió en el circo de
Niterói.
La cultura del capital es la
principal, no la única, responsable del calentamiento global y de
la insostenibilidad del sistema-Tierra y del sistema-vida.
O damos razón al Profeta Gentileza y
asumimos su propuesta del paradigma de la Gentileza que supone una
relación respetuosa y cuidadosa con la naturaleza, o podremos ir al
encuentro de lo peor. El futuro de la vida y de nuestra
civilización dependen de la Gentileza.
Podemos decir: hubo un hombre simple
y pobre, ignorante de los saberes científicos de nuestro
tiempo, pero portador de una sabiduría cordial y amiga de la
vida, que nos fue enviado por Dios. Nos ofreció la clave para
salir de nuestros impasses actuales: por el paradigma de la
Gentileza.
¿Quién escuchó y siguió al
Profeta Gentileza? Fue una voz proclamada en el desierto de la gran
ciudad.
El Profeta Gentileza nos remite al
relato triste del libro del Eclesiastés en el que se lee: “Había
una pequeña ciudad de pocos habitantes: un rey poderoso marchó
sobre ella, la rodeó y levantó contra ella grandes obras de
asedio. En la ciudad había un hombre pobre, pero sabio, que podría
haber salvado la ciudad con su sabiduría. Pero nadie se acordó
de aquel hombre, porque era pobre. Y la ciudad fue tomada y
destruida” (Ecl 9, 14-16).
Y comenta, apesadumbrado, el
Eclesiastés: “Más vale la sabiduría que el poder, pero la
sabiduría del pobre es menospreciada y sus palabras no se
escuchan” (Ecl 9, 16).
Ojalá esta actitud de
desvalorización de la sabiduría del pobre no se perpetúe. Ella
posee una verdad escondida que, descubierta y acogida, nos puede
proteger de catástrofes altamente destructivas.
Pero si cultivamos la Gentileza que
genera Gentileza, como una relación alternativa hacia la
naturaleza, con seguridad habremos escogido el comportamiento
adecuado que nos podrá salvar.
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