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jueves, 25 de mayo de 2017

TRUMPETERÍAS

J. I. González Faus.
Meterse con Trump es fácil y está de moda. Pero sería más útil resolver este dilema: ¿es Trump una especie de Tejero gringo que entra por las puertas de la democracia gritando: “¡sit down, cunt!”? ¿O es una de esas caricaturas que, al exagerar algunos rasgos, los pone en evidencia y facilita así el reconocimiento (como la barbilla de A. Mas en los dibujos de T. Batllori)?
Según la segunda hipótesis Trump estaría siendo una caricatura deforme de lo que somos nosotros (tal como T. Adorno escribió que el nazismo no era la negación de nuestro sistema, sino una posible consecuencia lógica de él). Quizá pues, al enfadarnos con él, lo que buscamos es defendernos de nosotros mismos. Veamos:
Un versículo del Apocalipsis dice: “como no eres frío ni caliente, te vomitaré”. Dejemos ahora la explicación de algunos exegetas (los romanos en sus comilonas inacabables ingerían líquidos tibios para provocarse el vómito y seguir comiendo). Llama la atención que, precisamente al Occidente tibio, le haya salido un Trump abrasador o gélido.
Más ejemplos: a la “sociedad líquida” de Z. Bauman le ha salido un Trump sólido y duro; al mundo neoliberal que enmascara sus vicios con el nombre de grandes virtudes, le sale un Trump que, tranquilamente, llama virtudes a sus más crasos vicios; al Occidente que predica la libertad de comercio pero practica un proteccionismo encubierto, subvencionando sus productos agrícolas, le sale un Trump descaradamente proteccionista. Una Europa que se escandalizaba del “muro de la vergüenza” pero levanta otros muros inmateriales, se encuentra ahora con un Trump que construye sin reparos muros kilométricos de ladrillo… A una España que manipula secretamente para ver cómo controla el poder judicial en nombramientos, etc., le sale un Trump que pretende controlar ese poder directa y públicamente…
Si fuera ese el significado de la era Trump, habría que seguir preguntando si en la raíz de esos contrastes, no estará lo que hemos hecho con la idea de patria: una Europa que enmascaraba la prepotencia de sus naciones más ricas (y sobre todo de sus bancos) con un “más allá de las patrias”, se encuentra ahora con que dentro de ella brotan AfD, Le Pen, FPÖ (todos ellos amigos de Trump), mientras éste esgrime el más rancio patrioterismo gritando: “America first” y “el mundo nos roba”. ¡Qué casualidad!
Este parentesco sugiere una reflexión sobre la verdad oculta de tantos patriotismos. El “ante todo América” y el victimismo consecuente pueden hacernos caer en la cuenta de que el amor a la patria es infinidad de veces uno de los amores más aprovechados y menos limpios: que no busca servir a los que tiene cerca sino aprovecharse del entorno para engrandecerse uno mismo. Jean Nabert, en un libro que significativamente se titula Ensayo sobre el mal, habla de la “corrupción de la idea de patria” y la define así: “un nosotros que debería servir para liberar al yo, se convierte en un nosotros que sirve para afirmar al yo”; el inocente “sabor de la tierruca” (vieja novela de Pereda) se convierte en un narcisismo combativo.
Lo cual tampoco es nuevo: el dulce poeta romano Virgilio, en el libro VI de la Eneida, escribió que otros pueblos podrán hacer monumentos mejores de bronce, o discursos más sabios o conocer mejor las estrellas, pero “tú romano, recuerda que lo tuyo es dominar a las gentes” (“te regere imperio populos oh yanqui memento”, sería una fácil paráfrasis del hexámetro latino). Primer caso de “destino manifiesto”. Yendo por ahí, los romanos pervirtieron el comprensible amor a la madre-tierra, llamándola “patria” en lugar de matria, es decir: vinculándola al padre pese a que la tierra es femenina. Y, según los esquemas de la época, evocando dominación en vez de cuidado.
Por estas razones he pensado siempre que la idea de patria no es cristiana y los años me han ido confirmando esta opinión. Lo único “patrio” es el género humano en su conjunto: todos hermanos como hijos de un mismo Padre. Y la “matria” no es más que la forma elemental de que los prójimos se nos conviertan en próximos para poder ayudarlos.
Precisamente por ser tan irracional y manipulable, la apelación a lo patrio se convierte hoy en el mejor argumento para ganar votos; al cual, por ser nosotros tan indiferentes (o tan cansados, no sé), se le une la apelación a la estabilidad: “el pueblo quiere estabilidad” dice nuestro presidente; pero no añade que querer estabilidad es querer autoritarismo, pensamiento único  y uniformidad. ¿Seguro que el pueblo quiere eso, o lo quieren más bien los grandes inversores?
Lo verdaderamente deseable es que se gestionen bien las inestabilidades que cualquier pluralismo genera pero que, bien gestionadas, son causa de progreso. Nada más estable que una buena dormida; mientras que los despertares suelen ser algo inestables.

En total, la pregunta que nos queda es: Mr. Trump ¿es nuestro enemigo? ¿O es una ecografía de nuestras interioridades?

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