Meterse con Trump es fácil y está
de moda. Pero sería más útil resolver este dilema: ¿es Trump una
especie de Tejero gringo que entra por las puertas de la democracia
gritando: “¡sit down, cunt!”? ¿O es una de esas caricaturas
que, al exagerar algunos rasgos, los pone en evidencia y facilita así
el reconocimiento (como la barbilla de A. Mas en los dibujos de T.
Batllori)?
Un versículo del Apocalipsis dice:
“como no eres frío ni caliente, te vomitaré”. Dejemos ahora la
explicación de algunos exegetas (los romanos en sus comilonas
inacabables ingerían líquidos tibios para provocarse el vómito y
seguir comiendo). Llama la atención que, precisamente al Occidente
tibio, le haya salido un Trump abrasador o gélido.
Más ejemplos: a la “sociedad
líquida” de Z. Bauman le ha salido un Trump sólido y duro; al
mundo neoliberal que enmascara sus vicios con el nombre de grandes
virtudes, le sale un Trump que, tranquilamente, llama virtudes a sus
más crasos vicios; al Occidente que predica la libertad de comercio
pero practica un proteccionismo encubierto, subvencionando sus
productos agrícolas, le sale un Trump descaradamente
proteccionista. Una Europa que se escandalizaba del “muro de
la vergüenza” pero levanta otros muros inmateriales, se encuentra
ahora con un Trump que construye sin reparos muros kilométricos de
ladrillo… A una España que manipula secretamente para ver
cómo controla el poder judicial en nombramientos, etc., le sale un
Trump que pretende controlar ese poder directa y públicamente…
Si fuera ese el significado
de la era Trump, habría que seguir preguntando si en la raíz de
esos contrastes, no estará lo que hemos hecho con la idea de patria:
una Europa que enmascaraba la prepotencia de sus naciones más ricas
(y sobre todo de sus bancos) con un “más allá de las patrias”,
se encuentra ahora con que dentro de ella brotan AfD, Le Pen, FPÖ
(todos ellos amigos de Trump), mientras éste esgrime el más rancio
patrioterismo gritando: “America first” y “el mundo nos roba”.
¡Qué casualidad!
Este parentesco sugiere una reflexión
sobre la verdad oculta de tantos patriotismos. El “ante todo
América” y el victimismo consecuente pueden hacernos caer en la
cuenta de que el amor a la patria es infinidad de veces uno de los
amores más aprovechados y menos limpios: que no busca servir a los
que tiene cerca sino aprovecharse del entorno para engrandecerse uno
mismo. Jean Nabert, en un libro que significativamente se
titula Ensayo sobre el mal, habla de la “corrupción de la
idea de patria” y la define así: “un nosotros que debería
servir para liberar al yo, se convierte en un nosotros que sirve para
afirmar al yo”; el inocente “sabor de la tierruca” (vieja
novela de Pereda) se convierte en un narcisismo combativo.
Lo cual tampoco es nuevo: el dulce
poeta romano Virgilio, en el libro VI de la Eneida, escribió que
otros pueblos podrán hacer monumentos mejores de bronce, o discursos
más sabios o conocer mejor las estrellas, pero “tú romano,
recuerda que lo tuyo es dominar a las gentes” (“te regere imperio
populos oh yanqui memento”, sería una fácil paráfrasis del
hexámetro latino). Primer caso de “destino manifiesto”. Yendo
por ahí, los romanos pervirtieron el comprensible amor a la
madre-tierra, llamándola “patria” en lugar de matria, es decir:
vinculándola al padre pese a que la tierra es femenina. Y, según
los esquemas de la época, evocando dominación en vez de cuidado.
Por estas razones he pensado siempre
que la idea de patria no es cristiana y los años me han ido
confirmando esta opinión. Lo único “patrio” es el género
humano en su conjunto: todos hermanos como hijos de un mismo Padre. Y
la “matria” no es más que la forma elemental de que los prójimos
se nos conviertan en próximos para poder ayudarlos.
Precisamente por ser tan irracional y
manipulable, la apelación a lo patrio se convierte hoy en el mejor
argumento para ganar votos; al cual, por ser nosotros tan
indiferentes (o tan cansados, no sé), se le une la apelación a la
estabilidad: “el pueblo quiere estabilidad” dice nuestro
presidente; pero no añade que querer estabilidad es querer
autoritarismo, pensamiento único y uniformidad. ¿Seguro que
el pueblo quiere eso, o lo quieren más bien los grandes inversores?
Lo verdaderamente deseable es que se
gestionen bien las inestabilidades que cualquier pluralismo genera
pero que, bien gestionadas, son causa de progreso. Nada más
estable que una buena dormida; mientras que los despertares suelen
ser algo inestables.
En total, la pregunta que nos queda
es: Mr. Trump ¿es nuestro enemigo? ¿O es una ecografía de nuestras
interioridades?
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