“Imparcialidad, neutralidad e independencia”
El Papa en III Conferencia de Derecho
Humanitario
ROSA DIE ALCOLEA
Congreso De Derecho Humanitario
“Ojalá las organizaciones
humanitarias actúen siempre en conformidad con los principios
fundamentales de humanidad, imparcialidad, neutralidad e
independencia”, dijo el Papa Francisco.
El tema de la conferencia “La
protección de la población civil en los conflictos- El papel
de las organizaciones humanitarias y de la sociedad
civil”, dedicada al rol de la sociedad civil en general y de
las organizaciones humanitarias en particular en el derecho
internacional y en el derecho internacional humanitario.
Queridos hermanos y hermanas:
Me complace daros la bienvenida
y agradezco a los honorables ministros del Gobierno italiano
las palabras con las que han presentado este encuentro. Saludo
cordialmente a las autoridades presentes y a todos los participantes
en la 3ª Conferencia sobre derecho internacional humanitario, que
tiene como tema “La protección de la población civil en los
conflictos – El papel de las organizaciones humanitarias y de
la sociedad civil”.
Este tema es particularmente significativo en ocasión del 40
aniversario de la adopción de los dos Protocolos adicionales a los
Convenios de Ginebra relativos a la protección de las víctimas de
los conflictos armados. Convencida del carácter esencialmente
negativo de la guerra y de que la aspiración más digna del ser
humano es la abolición de la misma, la Santa Sede ha ratificado
estos acuerdos con el fin de fomentar una “humanización de los
efectos del conflicto armado”. La Santa Sede no ha dejado de
apreciar, en particular, las disposiciones relativas a la
protección de la población civil y de los bienes indispensables
para su supervivencia, al respeto del personal sanitario y religioso,
y a la protección del patrimonio cultural y religioso, así como del
ambiente natural, nuestra casa común. La Santa Sede, sin embargo,
consciente de las omisiones y vacilaciones que caracterizaron
especialmente el segundo Protocolo adicional, es decir, el relativo a
la protección de las víctimas de los conflictos armados no
internacionales, sigue considerando estas herramientas como una
puerta abierta a un mayor desarrollo del derecho internacional
humanitario, que sepan cómo tomar adecuadamente en cuenta las
características de los conflictos armados contemporáneos y el
sufrimiento físico, moral y espiritual que los acompañan.
De hecho, a pesar del loable intento para reducir, a través de la
codificación del derecho humanitario, las consecuencias negativas de
las hostilidades en la población civil, demasiado a menudo llegan
desde diferentes escenarios de guerra, testimonios de
crímenes atroces, de verdaderos y propios ultrajes a la
persona y a su dignidad, cometidos en menosprecio de toda
consideración elemental de la humanidad. Las imágenes de personas
sin vida , de los cuerpos mutilados o decapitados de nuestros
hermanos y hermanas torturados, crucificados, quemados vivos,
insultados incluso en sus despojos, interpelan la conciencia de
la humanidad. Por otra parte, no cesan las noticias de antiguas
ciudades, con sus tesoros culturales milenarios, reducidas a
escombros, de hospitales y escuelas convertidos en objeto de
ataques deliberados y destruidos, privando así enteras generaciones
de su derecho a la vida, a la salud y a la educación. ¡Cuántas
iglesias y otros lugares de culto son objeto de ataques
calculados, a menudo precisamente durante las celebraciones
litúrgicas, con muchas bajas entre los fieles y los ministros
reunidos en oración, en violación del derecho fundamental a la
libertad de religión! A veces, por desgracia, la difusión de estas
noticias puede dar lugar a una saturación que adormece y, en cierta
medida, relativiza la gravedad de los problemas, por lo que es más
difícil sentir compasión y abrir la propia conciencia a
la solidaridad. Para que esto ocurra, es necesario, en
cambio, la conversión del corazón, la apertura a Dios y al prójimo,
que empuja a las personas a superar la indiferencia y vivir la
solidaridad, como una virtud moral y una actitud social, de la
que puede surgir un compromiso a favor de la humanidad que
sufre.
Al mismo tiempo, sin embargo, es alentador ver las muchas muestras de
solidaridad y caridad, que no faltan en tiempos de guerra. Hay muchas
personas , muchos grupos caritativos y organizaciones no
gubernamentales, en la Iglesia y fuera de ella, cuyos miembros se
enfrentan a dificultades y peligros para curar a
los heridos y los enfermos, enterrar a los muertos, para dar de comer
a los hambrientos y de beber a los sediento, para
visitar a los prisioneros. Realmente la ayuda a las
víctimas del conflicto combina varias obras de misericordia, por las
que seremos juzgados al final de la vida. Ojalá las organizaciones
humanitarias actúen siempre en conformidad con los principios
fundamentales de humanidad, imparcialidad, neutralidad e
independencia. Espero, por tanto, que estos principios, que forman el
núcleo del derecho internacional humanitario, encuentren cabida
en las conciencias de los combatientes y de los
trabajadores humanitarios para que se traduzcan en la práctica.
Allí, pues, donde el derecho humanitario sabe de vacilaciones y
omisiones, sepa la conciencia individual reconocer el deber moral de
respetar y proteger la dignidad de la persona humana en todas las
circunstancias, especialmente en situaciones en las que es más
fuertemente amenazada. Para que sea posible, quisiera recordar la
importancia de la oración y la de garantizar, junto a la
educación técnica y jurídica, el acompañamiento espiritual de los
combatientes y trabajadores humanitarios.
Queridos hermanos y hermanas, a todos
aquellos -y entre ellos se encuentran muchos de vosotros- que han
puesto en peligro sus vidas para salvar otra o para aliviar el
sufrimiento de las personas afectadas por el conflicto armado, están
dirigidas las palabras de Jesús en el Evangelio de Mateo:
“Todo lo que le hiciste a uno de estos mis hermanos más pequeños,
a mí lo hicisteis” (Mt 25: 40). Os encomiendo a la intercesión de
la Santísima Virgen María, Reina de la Paz, y mientras os pido por
favor que recéis por mí, os imparto de todo
corazón la bendición apostólicas a vosotros y a vuestras
familias.
Gracias
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