Leonardo Boff
Quien observa el panorama brasilero
bajo la óptica de la ética (toda óptica produce su ética) no deja
de quedar desolado y profundamente entristecido. Un presidente no es
solo portador del poder supremo de un país. El cargo posee una carga
ética. Él debe testimoniar, con su vida y actos, los valores que
quiere que su pueblo viva. Aquí tenemos lo contrario: un presidente
tenido por corrupto, no sólo por acusación de políticos, ni
siquiera por delaciones, siempre discutibles, sino por una seria
investigación de la Policía Federal y de otros órganos como el
Ministerio Público. Pero la desmesurada vanidad del cargo y la total
falta de respeto a su propio país, se mantienen a base de corrupción
hecha a la luz del día, comprando votos de diputados y ofreciendo
otros favores. Y esos diputados, alegremente, se dejan corromper,
porque muchos son corruptos y aprovechan la ocasión para conseguir
funciones y otros beneficios. La república ha quedado podrida para
siempre. Tenemos que volver a fundar Brasil sobre otras bases pues
aquellas que lo han sostenido cojeando hasta ahora ya no consiguen
sostenerlo dignamente.
A pesar de la desesperanza y de la
existencia del absurdo ante el cual se rinde la propia razón,
creemos en la bondad fundamental de la vida. La persona común, que
somos la gran mayoría de nosotros, se levanta, pierde un precioso
tiempo de su vida en los autobuses super abarrotados, va al trabajo,
muchas veces duro y mal remunerado, lucha por la familia, se preocupa
por la educación de sus hijos, sueña con un Brasil mejor, es capaz
de gestos generosos auxiliando a un vecino más pobre y, en casos
extremos, arriesga la vida para salvar a una niña inocente amenazada
de estupro. ¿Qué se esconde detrás de estos gestos cotidianos y
banales? Se esconde la confianza de que, a pesar de todo, vale la
pena vivir porque la vida, en su profundidad, es buena y fue hecha
para ser vivida con coraje, que produce autoestima y sentido de
valor.
Hay aquí una sacralidad que no viene
bajo un signo religioso sino bajo la perspectiva de lo ético, de
vivir correctamente y de hacer lo que debe ser hecho. El gran
sociólogo austríaco-norte-americano Peter Berger, fallecido hace
poco, escribió un brillante libro relativizando la tesis de Max
Weber sobre la secularización completa de la vida moderna con el
título: Rumor de ángeles: la sociedad moderna y el
descubrimiento de lo sobrenatural (Herder 1975). En él describe
innumerables señales, que él llama “rumor de ángeles”, que
muestran lo sagrado de la vida y el sentido que ella siempre guarda,
a pesar de todo el caos y de los contrasentidos históricos.
Traigo aquí solo un ejemplo que me
viene a la mente, banal y entendido por todas las madres que duermen
a sus hijos. Uno de ellos despierta sobresaltado en medio de la
noche. Tiene una pesadilla, todo está oscuro, se siente solo, y
lleno de miedo grita llamando a su madre. Esta se levanta, abraza el
niño a su cuello y en un gesto primordial de magna mater lo
rodea de cariño y de besos, le dice cosas dulces y le
susurra: “Mi niño, no tengas miedo; tu madre está aquí. Todo
está en orden, no pasa nada, mi amor”. El niño deja de llorar.
Recobra la confianza en la noche y poco después se duerme de nuevo,
tranquilo y reconciliado con las cosas.
Esta escena tan común esconde algo
radical que se manifiesta en la pregunta: ¿será que la madre está
engañando al niño? El mundo no está en orden, ni todo está bien.
Y sin embargo estamos seguros de que la madre no está engañando a
su hijito. Su gesto y sus palabras revelan que, no obstante el
desorden que la razón práctica percibe, impera un orden más
fundamental. El conocido pensador Eric Voegelin (Order and
History, 1956) mostró magistralmente que todo ser humano posee
una tendencia esencial hacia el orden. Donde quiera que surja el ser
humano, aparece un orden de las cosas, valores y ciertos
comportamientos.
La tendencia hacia el orden implica
la convicción de que la vida tiene sentido. Que en el fondo de la
realidad, no prevalece la mentira, sino la confianza, el consuelo y
la acogida final.
Así creemos que el tiempo de la gran
desolación por causa de la corrupción que destruye el orden pasará,
y volveremos a celebrar y disfrutar el sentido bueno de la
existencia.
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