Discurso en el Simposio sobre el
desarme nuclear
El Papa Francisco Con 11 Premios Nobel De La Paz
ROSA DIE ALCOLEA
Queridos amigos,
Saludo cordialmente a cada uno de
vosotros y expreso mi gratitud por vuestra presencia y vuestra
actividad al servicio del bien común. Agradezco al cardenal Turkson
las palabras de saludo y presentación.
Habéis venido a este Simposio para
abordar cuestiones cruciales, tanto en sí mismas como a la luz de la
complejidad de los desafíos políticos del escenario internacional
actual, caracterizado por un clima inestable de conflictividad. Un
obscuro pesimismo podría llevarnos a creer que “las perspectivas
para un mundo libre de armas nucleares y para un desarme completo”,
como dice el título de vuestro encuentro, parezcan cada vez más
remotas.
Es un hecho que la espiral de la carrera armamentista no se detiene y que los costos de modernización y desarrollo de las armas, no solamente las nucleares, representan un gasto considerable para las naciones, hasta el punto de dejar en segundo plano las prioridades reales de la humanidad que sufre: la lucha contra la pobreza, la promoción de la paz, la realización de proyectos educativos, ecológicos y sanitarios y el desarrollo de los derechos humanos.
Es un hecho que la espiral de la carrera armamentista no se detiene y que los costos de modernización y desarrollo de las armas, no solamente las nucleares, representan un gasto considerable para las naciones, hasta el punto de dejar en segundo plano las prioridades reales de la humanidad que sufre: la lucha contra la pobreza, la promoción de la paz, la realización de proyectos educativos, ecológicos y sanitarios y el desarrollo de los derechos humanos.
Insustituible desde este punto de
vista es el testimonio de los hibakusha, es decir, las personas
afectadas por las explosiones de Hiroshima y Nagasaki, así como el
de las otras víctimas de los experimentos de armas nucleares: ¡Que
su voz profética sea una advertencia especialmente para las nuevas
generaciones!
Además, los armamentos que tienen
como efecto la destrucción del género humano son incluso ilógicos
a nivel militar. Por otra parte, la verdadera ciencia está siempre
al servicio del hombre, mientras la sociedad contemporánea parece
como aturdida por las desviaciones de los proyectos concebidos en su
seno y tal vez en su origen por una buena causa. Baste pensar que hoy
las tecnologías nucleares se difunden incluso a través de
comunicaciones telemáticas y que los instrumentos de derecho
internacional no han impedido que nuevos estados se sumen al grupo de
poseedores de armas atómicas. Son escenarios inquietantes si se
tienen en cuenta los desafíos de la geopolítica contemporánea como
el terrorismo o los conflictos asimétricos.
Y sin embargo, un realismo saludable
no deja de encender en nuestro mundo desordenado las luces de la
esperanza. Recientemente, por ejemplo, a través de un voto histórico
de la ONU, la mayoría de los miembros de la Comunidad Internacional
han dictaminado que las armas nucleares no solo son inmorales, sino
que también deben considerarse como un instrumento ilegítimo de
guerra. Se ha colmado así un vacío jurídico importante ya que las
armas químicas, las biológicas, las minas antipersona y las bombas
de racimo son armas expresamente prohibidas según las convenciones
internacionales. Aún más significativo es el hecho de que estos
resultados se deban principalmente a una “iniciativa humanitaria”
promovida por una alianza válida entre la sociedad civil, los
Estados, las organizaciones internacionales, las Iglesias, las
academias y los grupos de expertos. En este contexto se coloca
también el documento que vosotros, los galardonados con el Premio
Nobel de la Paz, me habéis entregado y por el que os expreso mi
agradecimiento.
Precisamente en este 2017 se celebra
el 50° aniversario de la encíclica Populorum Progressio de Pablo
VI. La encíclica, explicando la visión cristiana de la persona,
resalta la noción de desarrollo humano integral y la propone como
nuevo nombre de la paz. En este documento memorable y actualísimo,
el Papa brindaba la fórmula sintética y feliz de que “el
desarrollo no se reduce al simple crecimiento económico. Para ser
auténtico, debe ser integral, es decir, promover a todos los hombres
y a todo el hombre. “(n. ° 14).
Es necesario, pues, en primer lugar
rechazar la cultura del descarte y ocuparse de las personas y de los
pueblos que sufren las desigualdades más dolorosas, a través de una
labor que dé prioridad, con paciencia, a los procesos solidarios en
vez de al egoísmo de los intereses contingentes. Se trata, al mismo
tiempo, de integrar la dimensión individual y la social mediante el
despliegue del principio de subsidiariedad, favoreciendo la
contribución de todos como individuos y grupos. Por último, debemos
promover lo humano en su unidad inseparable de cuerpo y alma, de
contemplación y acción.
Así es como un progreso eficaz e
inclusivo puede hacer posible la utopía de un mundo libre de
terribles instrumentos mortales, a pesar de las críticas de aquellos
que consideran que los procesos de desmantelamiento de los arsenales
son idealistas. Es siempre válido el magisterio de Juan XXIII, que
indicaba con claridad el objetivo de un desarme integral, cuando
afirmaba: ” Ni el cese en la carrera de armamentos, ni la reducción
de las armas, ni, lo que es fundamental, el desarme general son
posibles si este desarme no es absolutamente completo y llega hasta
las mismas conciencias; es decir, si no se esfuerzan todos por
colaborar cordial y sinceramente en eliminar de los corazones el
temor y la angustiosa perspectiva de la guerra. (Enc. Lett. Pacem in
Terris, 11 de abril de 1963, 61)
La Iglesia no se cansa de ofrecer al
mundo esta sabiduría y las obras que la misma inspira, consciente de
que el desarrollo integral es el camino del bien que la familia
humana está llamada a seguir. Os animo a continuar esta acción con
paciencia y constancia, confiados en que el Señor nos acompañará.
Él bendiga a cada uno de vosotros y la tarea que lleváis a cabo al
servicio de la justicia y la paz. Gracias.
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