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lunes, 13 de noviembre de 2017

Otra vez el arte de la tolerancia

Frei Betto
Mientras los pueblos vivieron distantes uno de otro, cada uno con sus creencias y costumbres, la intolerancia no se evidenciaba. Su inicio tuvo lugar con la ruptura provocada en la Iglesia por el surgimiento del protestantismo. Entones, personas de una misma aldea, barrio o familia se dividieron en católicos y protestantes. El conflicto se desencadenó, e incluso hizo correr la sangre.
La reforma luterana rompió la unidad religiosa del Sacro Imperio Germánico y, en consecuencia, la unidad de toda Europa Occidental.
Fue necesario encontrar nuevos criterios para la paz. No mediante el sometimiento forzado de unos a otros. Y sí por la vía del entendimiento y el buen sentido.
En 1686, Pierre Bayle escribió que era absurdo querer forzar a alguien a pensar de determinada manera. Lo máximo que se logra es obligarlo a fingir. Como ya había señalado santo Tomás de Aquino en el siglo XIII, la conciencia de cada persona es irreductiblemente libre. Hasta el punto de poder incluso rechazar la idea de Dios.
La obra de Bayle sentó las bases la libertad de conciencia. Tres años después, en 1689, John Locke, un filósofo inglés, publicó su Carta sobre la tolerancia, en la que defiende que el Estado no debe interferir en las convicciones religiosas, sino garantizar la libertad de creencias. Se daba inicio a la laicización del Estado y la sociedad.
Entre los siglos XVII e inicios del siglo XVIII, se levantaron muchas voces contra la intolerancia, como las de Baruch Spinoza, Jonathan Swift, John Toland, John Locke y Shaftesbury. A ellas se sumaron las de Montesquieu, Voltaire, Diderot, Rousseau, y D'Holbach, entre otras.
En 1763, Voltaire publicó el Tratado sobre la tolerancia en ocasión de la muerte de Jean Calas. Ese comerciante de Toulouse era protestante. Su hijo, Marc-Antoine, de 20 años, apareció ahorcado en el sótano de la casa. Como había manifestado su voluntad de convertirse al catolicismo, se acusó al padre de matarlo, y fue condenado a muerte y ejecutado.
Voltaire alzó su voz contra el fanatismo. Exigió la revisión del caso. Se halló que el muchacho sufría una depresión. Declarada su inocencia, el padre fue rehabilitado después de su muerte.
Voltaire subrayó que existe una solidaridad fraternal entre los seres humanos. Todos se movilizan cuando ocurre una catástrofe: un incendio, una inundación, un terremoto, un huracán, etc. Como se comprobó hace apenas unos días tras el terremoto en México y la masacre en Las Vegas, cuando multitud de personas se dispusieron a donar sangre y socorrer a las víctimas. ¿Por qué la intolerancia cuando se trata de pensar o creer de modo diferente?
La intolerancia solo es aplicable a las ciencias exactas. Es inútil querer que el agua hierva antes de alcanzar los 100 grados centígrados. O insistir en que 2 + 2 son 5...
En el terreno científico, la tolerancia solo resulta aceptable cuando se trata de hipótesis. Antes de llegar al dato científico se proponen varias hipótesis hasta que se comprueba empíricamente que la molécula de agua es resultado de la unión de dos átomos de hidrógeno con uno de oxigeno.
Eso es imposible cuando se trata de creencias religiosas. Las diferentes religiones o tendencias confesionales jamás llegarán a un acuerdo en cuanto a sus convicciones de fe. Quedan, por tanto, dos alternativas: la guerra o la tolerancia. Y el pasado demuestra que la guerra es inútil y que solo deja un rastro de odio y de sangre.
Fuera del ámbito de las ciencias, la tolerancia resulta deseable. Si alguien cree que todos venimos de la unión de Adán y Eva y no de la evolución de los simios, su creencia es tolerable, porque no le hace mal a nadie. Aunque los creacionistas no logren explicar cómo estamos aquí, en este planeta superpoblado, si Adán y Eva tuvieron dos hijos varones, Caín y Abel. A menos que admitan el incesto con la madre...
No siempre resulta fácil trazar la frontera entre lo tolerable y lo intolerable. Depende de cada cultura. Para muchos es inconcebible que en pleno siglo XXI una sociedad exija por ley que la mujer se someta al hombre, como ocurre en Arabia Saudita. Aunque un extranjero que viva en ese país sea tolerante frente a ese absurdo, ello no significa que esté de acuerdo con tal violación de los derechos humanos.
Ante opiniones y actitudes diferentes, como las observadas en recientes exposiciones artísticas en Brasil, el tolerante se alegra y celebra la diversidad; el intolerante se llena de odio y apela a la violencia. (Traducción de Esther Perez)

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