Al contrario del liberalismo el
neoliberalismo defiende la supremacía del mercado y la reducción
del Estado a mero gestor de intereses corporativos privados. La
democracia, entendida como participación popular, es un estorbo para
el neoliberalismo. Como cierto general brasileño, no soporta "el
olor del pueblo".
Ya en 1975, los autores del Informe
Rockefeller, que enunció las bases de la Comisión Trilateral
(Estados Unidos, Europa y Japón), se quejaban del "exceso de
democracia" y admitían, sin ningún pudor, que solo funcionaría
con cierto grado de apatía por parte de la población y desinterés
de individuos y grupos.
En la década de 1960, el hambre, la
devastación ambiental, la corrupción, el desempleo, etc., se
calificaban de (d)efectos del capitalismo. Hoy se atribuyen a la
ineptitud del Estado. Él es el gran villano, responsable de todos
los malestares sociales y económicos. De ahí el apresuramiento para
aprobar la reforma laboral propuesta por Temer para hacer retroceder
los derechos laborales duramente conquistados, anular el papel del
Estado como árbitro de las cuestiones sociales y restringir los
derechos de los trabajadores a las parcas concesiones patronales
formalizadas en acuerdos privados.
El neoliberalismo es la nueva razón
del mundo. Promueve el desmontaje de la democratización, en la misma
medida en que favorece la formación de monopolios y oligopolios.
Desde los bancos hasta los medios de comunicación. La pirámide
social y cultural se estrecha cada vez más.
En el neoliberalismo impera la
teología de la culpa. En teoría, el Dios Mercado les ofrece a todos
iguales oportunidades. Si en la práctica reina una desigualdad
brutal, la culpa es de quienes no han sabido evitar el propio
fracaso...
Pregúntele a un ciudadano corriente
qué es el neoliberalismo. Es probable que no le sepa responder.
Pregúntele entonces qué cree de la vida, del país, del mundo. Sin
duda expresará esa ideología del éxito individual y de la
supremacía de unos sobre otros, que legitima todo tipo de prejuicios
y discriminaciones.
Dos áreas en las que el
neoliberalismo invierte sin tasa son la educación y la cultura. Los
libros didácticos se someten a la lupa censora de lo que hoy se
denomina Escuela Sin Partido. La cultura se reduce a mero
entretenimiento. Los medios masivos exaltan el mercado y execran al
Estado. Si este favorece a la mayoría de la población, es
populismo. La finalidad del Estado es facilitar el crecimiento de las
grandes empresas y la elevación de los índices de la Bolsa de
Valores, engordar a las corporaciones financieras y garantizar la
seguridad del juego mercantil ante el descontento y, quizás, la
revuelta de los excluidos de sus beneficios (huelgas,
manifestaciones, etc.).
El neoliberalismo es una plaga que
solo se puede combatir con un antídoto: el neosocialismo o
ecosocialismo.
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