¿Puede impedirse la corrupción
creada por la relación promiscua entre el Estado y los intereses
privados? Depende. No bastan las leyes. Es necesario crear mecanismos
para su rigurosa aplicación. Y aunque existan, sus agentes, como los
inspectores de Carne Fraca, pueden pasar por alto muchas cosas
gracias a la corrupción.
La sociedad se secularizó. En
palabras de Max Weber, se desencantó. Aunque muchos aseguren creer
en Dios, hay quienes no le dan la menor importancia a los preceptos
religiosos No hay más que ver la América Latina, el más cristiano
de todos los continentes. Y, sin embargo, el más desigual e injusto.
Por tanto, no es posible esperar que
la sociedad occidental del siglo XXI retorne a la ética basada sobre
la noción del pecado. ¿Dónde está la solución?
Sócrates dio la respuesta. Sabía
que la ética de todos los pueblos que le eran contemporáneos o que
lo habían precedido provenía de oráculos divinos. Como era griego,
él también alzó los ojos al cielo de su cultura, el Olimpo. Se dio
cuenta que no había manera de derivar de allí principios éticos.
El Olimpo era visceralmente antiético. Entonces recurrió a otra
fuente: la razón humana. Su osadía se consideró una blasfemia; su
ejemplo, una herejía; y su culpa, digna de la pena de muerte. No
obstante, hay quienes son socrática y kantianamente coherentes con
sus principios éticos.
Hoy nos encontramos en la tercera
margen del río. Salimos de la margen de la ética basada sobre la fe
y aún no hemos alcanzado la margen de la ética fundada en la razón.
Ese limbo ético se ve agravado por
la ideología neoliberal capitalista, que coloca los intereses
privados por encima de los derechos colectivos; le da más
importancia a la competitividad que a la solidaridad; hace de la
apropiación privada de los bienes un derecho, y una aberración de
la socialización de los bienes de la Tierra y los frutos del trabajo
humano.
¿Podrían ayudar las ciencias? Las
ciencias se divorciaron de la ética. El mayor atentado terrorista de
todos los tiempos, las bombas atómicas lanzadas sobre Hiroshima y
Nagasaki, fueron la obra de científicos altamente calificados. Como
los agrotóxicos, que envenenan nuestros alimentos, o la lógica de
las ciencias económicas, centrada en la prevalencia del capital
privado.
La política también se divorció de
la ética. Según Lévinas, la política debería ser controlada por
de la ética. Pero se transformó en un negocio. De ahí el pánico
de los políticos con las revelaciones de Lava Jato. La cueva de Alí
Babá invadida por faroles.
La ética no es una cuestión de
moralismo. Es una cuestión de principios y estructuras sociales. Hay
quien se educa con el prójimo y, no obstante, busca la manera de
pagarles cada vez menos a sus empleados, para acumular más riquezas.
Hay quien inyecta recursos en el casino del mercado financiero y es
incapaz de socorrer con dinero a un pariente o un amigo enfermo.
No creo en la ética de los políticos
(o de los padres, los pastores o cualquier otra condición humana).
Todos tenemos un defecto de fábrica, al que la Biblia llama el
pecado original. Hay que llegar a la ética de la política, o sea,
crear instituciones que a pesar de la flaqueza humana y la voluntad
de corromper o ser corrompido, impidan que el deseo se transforme en
acto.
Los principios éticos deben estar
enraizados en una cultura holística. Una ética sistémica,
ambiental, que tenga en cuenta la relación del ser humano con la
naturaleza y con sus semejantes. Una ética que resguarde la
sacralidad de la Madre tierra y favorezca la ciudadanía de derechos,
no la de bienes.
Esa ética solo será posible si
tiene sus raíces en la espiritualidad. No me refiero a la religión,
sino a la fuente de las religiones: las motivaciones altruistas que
rigen nuestra relación con el próximo, la naturaleza, lo
Trascendente y uno mismo.
Aunque la persona sea atea, hay en
ella un impulso espiritual que orienta sus actitudes. El desafío es
evitar que ese impulso sea egocéntrico, y lograr que se vuelque a la
solidaridad, el amor, la justicia y la compasión.
Fuera de eso, el proyecto humano
puede considerarse un rotundo fracaso.
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