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lunes, 10 de abril de 2017

¿Es posible ser ético?

Frei Betto
¿Puede impedirse la corrupción creada por la relación promiscua entre el Estado y los intereses privados? Depende. No bastan las leyes. Es necesario crear mecanismos para su rigurosa aplicación. Y aunque existan, sus agentes, como los inspectores de Carne Fraca, pueden pasar por alto muchas cosas gracias a la corrupción.
¿Cuál es la salida? Basta echar una ojeada alrededor. Todos conocemos personas éticas. ¿Qué antídotos tienen contra la corrupción? Otrora, los preceptos religiosos. La noción del pecado. No había forma de que el fiel se escondiera del ojo divino. Sus acciones más íntimas, hasta sus pensamientos, eran contabilizados por la Providencia a favor de su salvación o su perdición.
La sociedad se secularizó. En palabras de Max Weber, se desencantó. Aunque muchos aseguren creer en Dios, hay quienes no le dan la menor importancia a los preceptos religiosos No hay más que ver la América Latina, el más cristiano de todos los continentes. Y, sin embargo, el más desigual e injusto.
Por tanto, no es posible esperar que la sociedad occidental del siglo XXI retorne a la ética basada sobre la noción del pecado. ¿Dónde está la solución?
Sócrates dio la respuesta. Sabía que la ética de todos los pueblos que le eran contemporáneos o que lo habían precedido provenía de oráculos divinos. Como era griego, él también alzó los ojos al cielo de su cultura, el Olimpo. Se dio cuenta que no había manera de derivar de allí principios éticos. El Olimpo era visceralmente antiético. Entonces recurrió a otra fuente: la razón humana. Su osadía se consideró una blasfemia; su ejemplo, una herejía; y su culpa, digna de la pena de muerte. No obstante, hay quienes son socrática y kantianamente coherentes con sus principios éticos.
Hoy nos encontramos en la tercera margen del río. Salimos de la margen de la ética basada sobre la fe y aún no hemos alcanzado la margen de la ética fundada en la razón.
Ese limbo ético se ve agravado por la ideología neoliberal capitalista, que coloca los intereses privados por encima de los derechos colectivos; le da más importancia a la competitividad que a la solidaridad; hace de la apropiación privada de los bienes un derecho, y una aberración de la socialización de los bienes de la Tierra y los frutos del trabajo humano.
¿Podrían ayudar las ciencias? Las ciencias se divorciaron de la ética. El mayor atentado terrorista de todos los tiempos, las bombas atómicas lanzadas sobre Hiroshima y Nagasaki, fueron la obra de científicos altamente calificados. Como los agrotóxicos, que envenenan nuestros alimentos, o la lógica de las ciencias económicas, centrada en la prevalencia del capital privado.
La política también se divorció de la ética. Según Lévinas, la política debería ser controlada por de la ética. Pero se transformó en un negocio. De ahí el pánico de los políticos con las revelaciones de Lava Jato. La cueva de Alí Babá invadida por faroles.
La ética no es una cuestión de moralismo. Es una cuestión de principios y estructuras sociales. Hay quien se educa con el prójimo y, no obstante, busca la manera de pagarles cada vez menos a sus empleados, para acumular más riquezas. Hay quien inyecta recursos en el casino del mercado financiero y es incapaz de socorrer con dinero a un pariente o un amigo enfermo.
No creo en la ética de los políticos (o de los padres, los pastores o cualquier otra condición humana). Todos tenemos un defecto de fábrica, al que la Biblia llama el pecado original. Hay que llegar a la ética de la política, o sea, crear instituciones que a pesar de la flaqueza humana y la voluntad de corromper o ser corrompido, impidan que el deseo se transforme en acto.
Los principios éticos deben estar enraizados en una cultura holística. Una ética sistémica, ambiental, que tenga en cuenta la relación del ser humano con la naturaleza y con sus semejantes. Una ética que resguarde la sacralidad de la Madre tierra y favorezca la ciudadanía de derechos, no la de bienes.
Esa ética solo será posible si tiene sus raíces en la espiritualidad. No me refiero a la religión, sino a la fuente de las religiones: las motivaciones altruistas que rigen nuestra relación con el próximo, la naturaleza, lo Trascendente y uno mismo.
Aunque la persona sea atea, hay en ella un impulso espiritual que orienta sus actitudes. El desafío es evitar que ese impulso sea egocéntrico, y lograr que se vuelque a la solidaridad, el amor, la justicia y la compasión.

Fuera de eso, el proyecto humano puede considerarse un rotundo fracaso.

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