Estimados Señores
Candidatos a la Presidencia de la
República del Ecuador
Miembros electos de la Asamblea
Nacional
Actores sociales y políticos
Con el saludo de Paz y Bien de San
Francisco de Asís –quien solía escribir a los gobernantes de su
época–, me dirijo a cada uno de ustedes, de una manera fraterna y
cordial.
La paz personal y social, bien lo
sabemos, se sustenta sobre la libertad, la verdad, la equidad y la
justicia. La paz, en estas condiciones, nos permite reflexionar y
decidir sin fanatismos ideológicos. Además, aleja de nuestros
discursos y acciones toda forma de violencia, cargada, con
frecuencia, de resentimientos, difamaciones y calumnias, que no
conduce a nada saludable.
El respeto ante lo diferente,
asimismo, se constituye en el punto de partida de una auténtica
convivencia humana. Este valor, igualmente, nos compromete a no
imponer nuestras ideas a los demás, por muy buenas y legítimas que
nos parezcan, ni tampoco a descalificar a nadie. El respeto a la otra
persona, sin embargo, no significa encerrarnos en nuestro propio
mundo; una sana convivencia humana nos exige entrar en un proceso de
búsqueda de la verdad, donde lo diverso es entendido como una
riqueza para todos.
El diálogo abierto es imprescindible
en un sistema democrático. Esta actitud nos ayuda a conocer, con
mayor realismo, las verdaderas posibilidades y limitaciones de las
promesas de campaña. El diálogo sincero, además, garantiza tanto
la credibilidad de las autoridades como la confianza de los
ciudadanos. Sería frustrante y muy peligroso que se recurra al
engaño tan sólo para obtener el número de votos exigido.
Consideramos que no basta ganar las
elecciones; es importante saber gobernar y legislar. Para ello es
necesario asumir algunas actitudes permanentes como la cercanía, la
escucha y el servicio, independientemente de nuestra posición
política o religiosa.
La cercanía hace posible que las
autoridades puedan compartir con nuestra gente –especialmente la
más vulnerable– sus alegrías y tristezas, sus anhelos y
realizaciones; y juntos encontrar, con creatividad y audacia, las
mejores soluciones a los problemas comunes. Sin la cercanía, se
corre el riesgo de repetir modelos sociales, políticos o económicos
que nacieron en otros contextos históricos o en otras sociedades y
culturas. Los seres humanos no somos frías estadísticas, sino
personas con nombres e historias, con pensamientos, sentimientos y
grandes posibilidades de superación.
La escucha nos permite descubrir lo
que las personas viven, quieren y esperan; y no exactamente sólo lo
que nos gustaría oír. Saber escuchar no es fácil; pues estamos
acostumbrados a hablar demasiado o a responder antes de que nos
pregunten. La escucha si bien es un camino más largo; sin embargo,
es la habilidad lingüística más segura y eficiente para
identificar mejor las posibilidades y las dificultades propias y de
nuestro entorno. Necesitamos promover una pedagogía de la escucha,
de tal modo que nadie se arrogue el derecho de pensar y de decidir
por el otro.
El servicio es el principio rector de
todo proyecto y programa social, político o económico. El poder,
visto como un servicio a la comunidad, deja de ser un fin en sí
mismo o un instrumento de dominación, de prestigio social o de
obtención de privilegios personales o partidistas; y se transforma
en el sustento de las grandes causas humanas y ecológicas. Las
instituciones públicas y privadas tienen sentido si están al
servicio de los derechos fundamentales de las personas y no
viceversa.
El poder como servicio, además,
impide la manipulación de los pobres, tanto para conquistar los
cargos públicos como para mantenerse en ellos. Los excluidos no son
objetos ni medios para tales fines, sino sujetos y protagonistas de
su propia historia. Esta convicción exige su reconocimiento, respeto
y promoción. Sin esta visión, se puede fácilmente sucumbir en el
enriquecimiento ilícito e inmoral de los bienes públicos.
Estimados candidatos, autoridades
electas y actores sociales y políticos, reiterándoles mi pedido e
invitación a priorizar, en la campaña electoral, los valores de la
paz, del respeto y del diálogo, como también a considerar, en el
ejercicio del poder, las actitudes de la cercanía, de la escucha y
del servicio, me suscribo de ustedes no sin antes comprometerles mi
oración por cada uno de sus proyectos en beneficio de los
ecuatorianos.
Fraternalmente,
+ Luis Cabrera Herrera, ofm
Arzobispo de Guayaquil
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