PARA LA 51 JORNADA MUNDIAL DE LAS COMUNICACIONES SOCIALES 2017
«No temas, que yo estoy contigo»
(Is 43,5).
Comunicar esperanza y confianza en
nuestros tiempos
Gracias al desarrollo tecnológico,
el acceso a los medios de comunicación es tal que muchísimos
individuos tienen la posibilidad de compartir inmediatamente noticias
y de difundirlas de manera capilar. Estas noticias pueden ser bonitas
o feas, verdaderas o falsas.
Nuestros padres en la fe ya hablaban de
la mente humana como de una piedra de molino que, movida por el agua,
no se puede detener. Sin embargo, quien se encarga del molino tiene
la posibilidad de decidir si moler trigo o cizaña. La mente del
hombre está siempre en acción y no puede dejar de «moler» lo que
recibe, pero está en nosotros decidir qué material le ofrecemos.
(Casiano el Romano, Carta a Leoncio Igumeno).
Me gustaría con este mensaje llegar
y animar a todos los que, tanto en el ámbito profesional como en el
de las relaciones personales, «muelen» cada día mucha información
para ofrecer un pan tierno y bueno a todos los que se alimentan de
los frutos de su comunicación. Quisiera exhortar a todos a una
comunicación constructiva que, rechazando los prejuicios contra los
demás, fomente una cultura del encuentro que ayude a mirar la
realidad con auténtica confianza.
Creo que es necesario romper el
círculo vicioso de la angustia y frenar la espiral del miedo, fruto
de esa costumbre de centrarse en las «malas noticias» (guerras,
terrorismo, escándalos y cualquier tipo de frustración en el
acontecer humano). Ciertamente, no se trata de favorecer una
desinformación en la que se ignore el drama del sufrimiento, ni de
caer en un optimismo ingenuo que no se deja afectar por el escándalo
del mal. Quisiera, por el contrario, que todos tratemos de superar
ese sentimiento de disgusto y de resignación que con frecuencia se
apodera de nosotros, arrojándonos en la apatía, generando miedos o
dándonos la impresión de que no se puede frenar el mal. Además, en
un sistema comunicativo donde reina la lógica según la cual para
que una noticia sea buena ha de causar un impacto, y donde fácilmente
se hace espectáculo del drama del dolor y del misterio del mal, se
puede caer en la tentación de adormecer la propia conciencia o de
caer en la desesperación.
Por lo tanto, quisiera contribuir a
la búsqueda de un estilo comunicativo abierto y creativo, que no dé
todo el protagonismo al mal, sino que trate de mostrar las posibles
soluciones, favoreciendo una actitud activa y responsable en las
personas a las cuales va dirigida la noticia. Invito a todos a
ofrecer a los hombres y a las mujeres de nuestro tiempo narraciones
marcadas por la lógica de la «buena noticia».
La buena noticia
La vida del hombre no es sólo una
crónica aséptica de acontecimientos, sino que es historia, una
historia que espera ser narrada mediante la elección de una clave
interpretativa que sepa seleccionar y recoger los datos más
importantes. La realidad, en sí misma no tiene un significado
unívoco. Todo depende de la mirada con la cual es percibida del
«cristal» con el que decidimos mirarla: cambiando las lentes,
también la realidad se nos presenta distinta. Entonces, ¿qué hacer
para leer la realidad con «las lentes» adecuadas?
Para los cristianos, las lentes que
nos permiten descifrar la realidad no pueden ser otras que las de la
buena noticia, partiendo de la «Buena Nueva» por excelencia: el
«Evangelio de Jesucristo, Hijo de Dios» (Mc 1,1). Con estas
palabras comienza el evangelista Marcos su narración, anunciando la
«buena noticia» que se refiere a Jesús, pero más que una
información sobre Jesús, se trata de la buena noticia que es Jesús
mismo. En efecto, leyendo las páginas del Evangelio se descubre que
el título de la obra corresponde a su contenido y, sobre todo, que
ese contenido es la persona misma de Jesús.
Esta buena noticia, que es Jesús
mismo, no es buena porque esté exenta de sufrimiento, sino porque
contempla el sufrimiento en una perspectiva más amplia, como parte
integrante de su amor por el Padre y por la humanidad. En Cristo,
Dios se ha hecho solidario con cualquier situación humana,
revelándonos que no estamos solos, porque tenemos un Padre que nunca
olvida a sus hijos. «No temas, que yo estoy contigo» (Is 43,5): es
la palabra consoladora de un Dios que se implica desde siempre en la
historia de su pueblo. Con esta promesa: «estoy contigo», Dios
asume, en su Hijo amado, toda nuestra debilidad hasta morir como
nosotros. En Él también las tinieblas y la muerte se hacen lugar de
comunión con la Luz y la Vida. Precisamente aquí, en el lugar donde
la vida experimenta la amargura del fracaso, nace una esperanza al
alcance de todos. Se trata de una esperanza que no defrauda -porque
el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones (Rm 5,5)- y
que hace que la vida nueva brote como la planta que crece de la
semilla enterrada. Bajo esta luz, cada nuevo drama que sucede en la
historia del mundo se convierte también en el escenario para una
posible buena noticia, desde el momento en que el amor logra
encontrar siempre el camino de la proximidad y suscita corazones
capaces de conmoverse, rostros capaces de no desmoronarse, manos
listas para construir.
La confianza en la semilla del Reino
Para iniciar a sus discípulos y a la
multitud en esta mentalidad evangélica, y entregarles «las gafas»
adecuadas con las que acercarse a la lógica del amor que muere y
resucita, Jesús recurría a las parábolas, en las que el Reino de
Dios se compara, a menudo, con la semilla que desata su fuerza vital
justo cuando muere en la tierra (Mc 4,1-34). Recurrir a imágenes y
metáforas para comunicar la humilde potencia del Reino, no es un
manera de restarle importancia y urgencia, sino una forma
misericordiosa para dejar a quien escucha el «espacio» de libertad
para acogerla y referirla incluso a sí mismo. Además, es el camino
privilegiado para expresar la inmensa dignidad del misterio pascual,
dejando que sean las imágenes ―más que los conceptos― las que
comuniquen la paradójica belleza de la vida nueva en Cristo, donde
las hostilidades y la cruz no impiden, sino que cumplen la salvación
de Dios, donde la debilidad es más fuerte que toda potencia humana,
donde el fracaso puede ser el preludio del cumplimiento más grande
de todas las cosas en el amor. En efecto, así es como madura y se
profundiza la esperanza del Reino de Dios: «Como un hombre que echa
el grano en la tierra; duerma o se levante, de noche o de día, el
grano brota y crece» (Mc 4,26-27).
El Reino de Dios está ya entre
nosotros, como una semilla oculta a una mirada superficial y cuyo
crecimiento tiene lugar en el silencio. Quien tiene los ojos límpidos
por la gracia del Espíritu Santo lo ve brotar y no deja que la
cizaña, que siempre está presente, le robe la alegría del Reino.
Los horizontes del Espíritu
La esperanza fundada sobre la buena
noticia que es Jesús nos hace elevar la mirada y nos impulsa a
contemplarlo en el marco litúrgico de la fiesta de la Ascensión.
Aunque parece que el Señor se aleja de nosotros, en realidad, se
ensanchan los horizontes de la esperanza. En efecto, en Cristo, que
eleva nuestra humanidad hasta el Cielo, cada hombre y cada mujer
puede tener la plena libertad de «entrar en el santuario en virtud
de la sangre de Jesús, por este camino nuevo y vivo, inaugurado por
él para nosotros, a través del velo, es decir, de su propia carne»
(Hb 10,19-20). Por medio de «la fuerza del Espíritu Santo» podemos
ser «testigos» y comunicadores de una humanidad nueva, redimida,
«hasta los confines de la tierra» (cf. Hb 1,7-8).
La confianza en la semilla del Reino
de Dios y en la lógica de la Pascua configura también nuestra
manera de comunicar. Esa confianza nos hace capaces de trabajar ―en
las múltiples formas en que se lleva a cabo hoy la comunicación―
con la convicción de que es posible descubrir e iluminar la buena
noticia presente en la realidad de cada historia y en el rostro de
cada persona.
Quien se deja guiar con fe por el
Espíritu Santo es capaz de discernir en cada acontecimiento lo que
ocurre entre Dios y la humanidad, reconociendo cómo él mismo, en el
escenario dramático de este mundo, está tejiendo la trama de una
historia de salvación. El hilo con el que se teje esta historia
sacra es la esperanza y su tejedor no es otro que el Espíritu
Consolador. La esperanza es la más humilde de las virtudes, porque
permanece escondida en los pliegues de la vida, pero es similar a la
levadura que hace fermentar toda la masa. Nosotros la alimentamos
leyendo de nuevo la Buena Nueva, ese Evangelio que ha sido muchas
veces «reeditado» en las vidas de los santos, hombres y mujeres
convertidos en iconos del amor de Dios. También hoy el Espíritu
siembra en nosotros el deseo del Reino, a través de muchos «canales»
vivientes, a través de las personas que se dejan conducir por la
Buena Nueva en medio del drama de la historia, y son como faros en la
oscuridad de este mundo, que iluminan el camino y abren nuevos
senderos de confianza y esperanza.
Vaticano, 24 de enero de 2017
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