VER
Estamos iniciando un nuevo año. Lo
deseamos lleno de paz, salud, armonía y bienestar. Sin embargo, hay
dudas, temores e incertidumbres, no sólo porque el futuro siempre es
incierto, sino sobre todo porque la violencia se ha desatado por
todas partes, sin control y sin visos de que pueda frenarse y
eliminarse.
Hay violencia dentro de la misma familia, entre vecinos,
en las calles, en los deportes. Las guerras entre cárteles de la
droga son despiadadas; nada les detiene, con tal de eliminar a los
competidores. La agresividad social está a flor de piel.
La comprensible inconformidad por los
aumentos a gasolinas, gas y luz eléctrica, que afectan gravemente a
la economía popular, en varios casos se ha expresado en forma
violenta. A nadie nos gustan esas políticas económicas manejadas
por el gobierno, aunque se intenten justificar por los precios
internacionales del petróleo y de los insumos. Todo esto es fruto de
un sistema económico mundial estructuralmente injusto y excluyente,
que urge revisar, para que no sean sólo los grandes dueños del
dinero los que protejan sus intereses, sino que se salvaguarden ante
todo los derechos de las clases populares. Ante las instancias
gubernamentales es ante quienes hay que expresar las inconformidades,
y no dañar a la ciudadanía inocente e inerme.
Es preocupante que muchos que
reclaman justicia, que en el fondo pueden tener razón, acudan a
métodos violentos. Cierran carreteras, cobran lo que quieren por
dejarnos pasar y amenazan con piedras y palos
a quien les dice algo. Hacen marchas
y mítines destrozando lo que pueden a su paso. Pintarrajean
edificios públicos y propiedades ajenas, con una virulencia tal que
hasta la policía les teme. Queman vehículos y saquean comercios,
para desahogar su enojo e impotencia. Exigen justicia, atropellando
derechos ajenos. ¿Es que no hay otra forma de lograr que las cosas
cambien? ¿No hay otra manera de exigir derechos?
PENSAR
El Papa Francisco, en su mensaje por
los 50 años de la Jornada Mundial por la Paz, nos invita a
asumir “la no violencia como un estilo de política para la
paz. Pido a Dios que se conformen a la no violencia nuestros
sentimientos y valores personales más profundos. Que la caridad y la
no violencia guíen el modo de tratarnos en las relaciones
interpersonales, sociales e internacionales. Cuando las víctimas de
la violencia vencen la tentación de la venganza, se convierten en
los protagonistas más creíbles en los procesos no violentos de
construcción de la paz. Que la no violencia se trasforme, desde el
nivel local y cotidiano hasta el orden mundial, en el estilo
característico de nuestras decisiones, de nuestras relaciones, de
nuestras acciones y de la política en todas sus formas”.
Y con toda claridad advierte: “La
violencia no es la solución para nuestro mundo fragmentado.
Responder con violencia a la violencia lleva, en el mejor de los
casos, a la emigración forzada y a un enorme sufrimiento, ya que las
grandes cantidades de recursos que se destinan a fines militares son
sustraídas de las necesidades cotidianas de los jóvenes, de las
familias en dificultad, de los ancianos, de los enfermos, de la gran
mayoría de los habitantes del mundo. En el peor de los casos, lleva
a la muerte física y espiritual de muchos, si no es de todos”.
Nos recuerda la Buena
Noticia: “También Jesús vivió en tiempos de violencia. Él
enseñó que el verdadero campo de batalla, en el que se enfrentan la
violencia y la paz, es el corazón humano: «Porque de dentro, del
corazón del hombre, salen los pensamientos perversos» (Mc 7,21).
Pero el mensaje de Cristo, ante esta realidad, ofrece una respuesta
radicalmente positiva: él predicó incansablemente el amor
incondicional de Dios que acoge y perdona, y enseñó a sus
discípulos a amar a los enemigos (cf. Mt 5,44) y a poner la otra
mejilla (cf. Mt 5,39). Cuando impidió que la adúltera fuera
lapidada por sus acusadores (cf. Jn 8,1-11) y cuando, la noche antes
de morir, dijo a Pedro que envainara la espada (cf. Mt 26,52), Jesús
trazó el camino de la no violencia, que siguió hasta el final,
hasta la cruz, mediante la cual construyó la paz y destruyó la
enemistad (cf. Ef 2,14-16). Por esto, quien acoge la Buena Noticia de
Jesús reconoce su propia violencia y se deja curar por la
misericordia de Dios, convirtiéndose a su vez en instrumento de
reconciliación. Ser hoy verdaderos discípulos de Jesús significa
también aceptar su propuesta de la no violencia”.
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