Fander Falconí
Hace 40 años, en el fragor de la
batalla contra regímenes progresistas de Latinoamérica, la CIA
estableció el Plan Cóndor. La ‘Compañía’ ya había dado el
golpe contra de 1973, en Chile, y luego en otros países del Cono
Sur. Pero este plan se estableció en 1975, para coordinar y
sistematizar la represión contra la cantidad de elementos
progresistas en Sudamérica.
Ahora, no se llama así, pero hay una
versión actualizada del plan de 1975. Hoy, sin dejar de utilizar la
violencia física, usan con frecuencia el terrorismo económico. Y
han puesto de moda los golpes de Estado parlamentarios, como se pudo
observar en el caso de Brasil.
A pesar de que hoy los sistemas de
justicia y la acción ciudadana dificultan la impunidad, el
capitalismo supranacional sigue utilizando la violencia.
Naomi Klein, periodista canadiense,
publicó en 2007 el libro La doctrina del shock. El auge del
capitalismo del desastre. Allí argumenta que el neoliberalismo se ha
impuesto en muchos países, pese a ser una doctrina antipopular, si
no asustando a la gente, aprovechando los desastres. Así se han
introducido cambios que afectaban a la mayoría más pobre,
aprovechando desastres naturales, guerras y hasta las crisis
provocadas por el mismo capitalismo.
La conspiración internacional del
capitalismo se comprueba en la calificación que nos dan a los países
latinoamericanos desde organismos oficiales del capitalismo, como el
FMI, hasta instituciones privadas, cobijadas por la misma bandera,
como la publicación periódica The Economist. Ellos dicen con el
mayor descaro quién es bueno y quién es malo, sin explicar que
hablan de bueno para ellos y malo para ellos. Son cifras de la
métrica neoliberal las que se utilizan y los países que no estamos
bajo su paraguas, siempre saldremos mal parados en estas, como en el
caso de la calificación de riesgo país.
No importa, paradójicamente, que
digan que un país está en la miseria, solo porque no sigue los
dictados del FMI, cuando se trata de comerciar. Para colmo,
irrespetando sus propias reglas del juego, el neoliberalismo tolera
la evasión fiscal que desvía recursos a los paraísos fiscales,
aumentando la pobreza y la desigualdad. Los neoliberales y hasta
ciertos banqueros convertidos en mesías aseguran que los paraísos
fiscales protegen a grupos económicos vulnerables de los gobiernos
autoritarios; pero esa justificación del delito es otro delito.
Los países del Sur y los movimientos
progresistas deben unirse para exigir una nueva métrica de la
economía, la justicia social y ambiental, la eliminación
internacional de los paraísos fiscales y el respeto a las normas de
convivencia pacífica, sin injerencia de las grandes potencias. Del
mismo modo, se debe impulsar acuerdos para enfrentar en forma
conjunta los embates del capital financiero, y propiciar acuerdos de
integración política.
El Encuentro Latinoamericano
Progresista (ELAP), que empieza hoy, constituye una gran oportunidad
para impulsar estos acuerdos. (O)
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