Rocío Lancho García
El papa Francisco ha recibido al
cuerpo diplomático acreditado ante la Santa Sede para el tradicional
saludo al inicio del año, con un discurso dedicado al tema de la
seguridad y de la paz, “porque en el clima general de preocupación
por el presente y de incertidumbre y angustia por el futuro”
considera importante “dirigir una palabra de esperanza, que nos
señale también un posible camino para recorrer”.
El Pontífice ha manifestado la viva
convicción de que “toda expresión religiosa está llamada a
promover la paz”. Sabemos –ha observado– que se ha cometido
violencia por razones religiosas, comenzando precisamente por Europa,
donde las divisiones históricas entre cristianos han durado mucho
tiempo. Por eso ha recordado que en su reciente viaje a Suecia, quiso
recordar que “tenemos una urgente necesidad de sanar las heridas
del pasado y de caminar juntos hacia metas comunes”. En la base de
ese camino “ha de estar el diálogo auténtico entre las diversas
confesiones religiosas”. Un diálogo “posible y necesario”,
como ha tratado de atestiguar en el encuentro que tuvo en Cuba con el
Patriarca Cirilo de Moscú así como en los viajes apostólicos a
Armenia Georgia y Azerbaiyán Al mismo tiempo, Francisco ha pedido
no olvidar las muchas iniciativas, inspiradas en la religión, que
contribuyen, incluso a menudo con el sacrificio de los mártires, “a
la construcción del bien común por medio de la educación y la
asistencia”, sobre todo en las regiones más desfavorecidas y en
las zonas de conflicto.
En concreto, el Santo Padre ha
condenado el terrorismo de matriz fundamentalista, “que en el año
pasado ha segado la vida de numerosas víctimas en todo el mundo”:
en Afganistán, Bangladesh, Bélgica, Burkina Faso, Egipto,
Francia, Alemania, Jordania, Irak, Nigeria, Pakistán, Estados
Unidos de América, Túnez y Turquía. Son –ha subrayado el
Santo Padre– gestos viles, que usan a los niños para asesinar,
como en Nigeria; toman como objetivo a quien reza, como en la
Catedral copta de El Cairo, a quien viaja o trabaja, como en
Bruselas, a quien pasea por las calles de la ciudad, como en Niza o
en Berlín, o sencillamente celebra la llegada del año nuevo, como
en Estambul.
Por esa razón, ha explicado que se
trata de “una locura homicida que usa el nombre de Dios para
sembrar muerte, intentando afirmar una voluntad de dominio y de
poder”. Así, ha hecho un llamamiento a todas las autoridades
religiosas para que unidos “reafirmen con fuerza que nunca se puede
matar en nombre de Dios”. El terrorismo fundamentalista –ha
observado– es fruto de una grave miseria espiritual, vinculada
también a menudo a una considerable pobreza social. Al respecto ha
explicado que sólo podrá ser plenamente vencido con la acción
común de los líderes religiosos y políticos. A los primeros
“les corresponde la tarea de transmitir aquellos valores religiosos
que no admiten una contraposición entre el temor de Dios y el amor
por el prójimo”. A los segundos “garantizar en el espacio
público el derecho a la libertad religiosa, reconociendo la
aportación positiva y constructiva que ésta comporta para la
edificación de la sociedad civil, en donde la pertenencia social,
sancionada por el principio de ciudadanía, y la dimensión
espiritual de la vida no pueden ser concebidas como contrarias”.
Además, les corresponde también “la responsabilidad de
evitar que se den las condiciones favorables para la propagación de
los fundamentalismos”.
A este respecto, ha expresado la
convicción de que la autoridad política no sólo debe garantizar
la seguridad de sus propios ciudadanos “sino que también está
llamada a ser verdadera promotora y constructora de paz”.
Por otro lado, el Santo Padre se ha
mostrado convencido de que para muchos el Jubileo extraordinario de
la Misericordia ha sido una ocasión particularmente propicia para
descubrir también la «incidencia importante y positiva de la
misericordia como valor social”. De este modo ha invitado a
contruir sociedades abiertas y hospitalarias para los extranjeros y,
al mismo tiempo, seguras y pacíficas internamente. Esto es aún
más necesario hoy en día en que siguen aumentando, en diferentes
partes del mundo, los grandes flujos migratorios. Pienso sobre todo
en los numerosos refugiados y desplazados en algunas zonas de
África, en el Sudeste asiático y en aquellos que huyen de las
zonas de conflicto en Oriente Medio. Es necesario –ha subrayado el
Papa– un compromiso común en favor de los inmigrantes, los
refugiados y los desplazados, que haga posible el darles una acogida
digna. Los inmigrantes, ha añadido, “no deben olvidar que tienen
el deber de respetar las leyes, la cultura y las tradiciones de los
países que los acogen”.
Por eso mismo ha advertido de que
“no se puede de ningún modo reducir la actual crisis
dramática a un simple recuento numérico”. Los inmigrantes “son
personas con nombres, historias y familias”, y “no podrá haber
nunca verdadera paz mientras quede un solo ser humano al que se le
vulnere la propia identidad personal y se le reduzca a una mera cifra
estadística o a objeto de interés económico”. Así, se ha
mostrado agradecido a todos los países que acogen generosamente a
los necesitados, comenzando por algunas naciones europeas,
especialmente Italia, Alemania, Grecia y Suecia. Aunque no se puede
olvidar “la hospitalidad ofrecida por otros países europeos y de
Oriente Medio, como Líbano, Jordania y Turquía”, así como el
compromiso de diferentes países de África y Asia. A este punto ha
recordado su viaje a México donde se sintió cerca de los miles de
inmigrantes centroamericanos “que sufren terribles injusticias y
peligros en su intento de alcanzar un futuro mejor”, y que “son
víctimas de extorsión y objeto de ese despreciable comercio
―horrible forma de esclavitud moderna― que es la trata de
personas”.
Enemiga de la paz es una “visión
reductiva” del hombre, que abre el camino a la propagación de la
iniquidad, las desigualdades sociales y la corrupción, ha
reconocido el Papa.
Prosiguiendo el discurso, el Santo
Padre ha subrayado que los niños y los jóvenes son el futuro, se
trabaja y se construye para ellos. “No podemos descuidarlos y
olvidarlos egoístamente”, ha precisado. Por esta razón,
considera prioritaria “la defensa de los niños” cuya inocencia
ha sido frecuentemente rota, bajo el peso de la explotación, del
trabajo clandestino y esclavo, de la prostitución o de los abusos
de los adultos, de los pandilleros y de los mercaderes de muerte.
Y en esta línea, a los jóvenes y
toda la población Siria dirige constantemente su pensamiento, a la
vez que hace un llamamiento a la comunidad internacional “para que
trabaje con diligencia para poner en marcha una seria negociación,
que ponga definitivamente fin a un conflicto que está provocando un
verdadero desastre humanitario”. El deseo común –ha indicado–
es que la tregua que se ha firmado recientemente sea para todo el
pueblo sirio un signo de la esperanza que tanto necesita.
También ha lanzado una invitación
para erradicar “el despreciable tráfico de armas y la continua
carrera para producir y distribuir armas cada vez más
sofisticadas”. Causan un gran desconcierto –ha observado– las
pruebas llevadas a cabo en la Península coreana, que desestabilizan
a la región y plantean a la comunidad internacional unos
inquietantes interrogantes acerca del riesgo de una nueva carrera de
armamentos nucleares.
Enemiga de la paz es también “la
ideología, que se sirve de los problemas sociales para fomentar el
desprecio y el odio y ve al otro como un enemigo que hay que
destruir”. Por eso, el Santo Padre ha advertido de que
desafortunadamente, nuevas formas de ideología aparecen
constantemente en el horizonte de la humanidad. Y ha señalado que
haciéndose pasar por portadoras de beneficios para el pueblo, dejan
en cambio detrás de sí “pobreza, divisiones, tensiones
sociales, sufrimiento y con frecuencia incluso la muerte”. La paz,
sin embargo, “se conquista con la solidaridad”.
La misericordia y la solidaridad –ha
asegurado el Pontífice– es lo que mueve a la Santa Sede y a la
Iglesia Católica en su compromiso decidido por solucionar los
conflictos o seguir los procesos de paz, de reconciliación y la
búsqueda de soluciones negociadas a los mismos. Así ha mencionado
el acercamiento entre Cuba y los Estados Unidos y el esfuerzo para
terminar con años de conflicto en Colombia. Este planteamiento
busca fomentar la confianza mutua, mantener caminos de diálogo y
hacer hincapié en la necesidad de gestos valientes, “que son muy
urgentes también en la vecina Venezuela”, donde las consecuencias
de la crisis política, social y económica, están pesando desde
hace tiempo sobre la población civil. Del mismo modo sucede
en otras partes del mundo, empezando por Oriente Medio, para poder
poner fin no solo al conflicto sirio, sino también para promover
una sociedad plenamente reconciliada en Irak y en Yemen. La Santa
Sede –ha aseverado el Papa– renueva también su urgente
llamamiento para que se reanude el diálogo entre israelíes y
palestinos. En esta misma línea ha mencionado los conflictos en
Libia, así como Sudán y Sudán del Sur, República
Centroafricana, República Democrática del Congo y Myanmar.
También en Europa, ha asegurado el Papa, la disponibilidad al
diálogo es la única manera de garantizar la seguridad y el
desarrollo del Continente. Por tanto, se ha alegrado de las
iniciativas destinadas “a promover el proceso de reunificación de
Chipre” mientras que espera que en Ucrania “se sigan buscando con
determinación soluciones viables para la plena aplicación de los
compromisos asumidos por las partes”. Toda Europa, ha
recordado, está atravesando un momento decisivo de su historia, en
el que está llamada a redescubrir su propia identidad. Para ello es
necesario volver a descubrir sus raíces con el fin de plasmar su
propio futuro.
Finalmente, el Santo Padre ha
indicado a los presentes que construir la paz significa también
trabajar activamente para el cuidado de la Creación. El Acuerdo de
París sobre el clima es un “signo importante de nuestro
compromiso común por dejar a los que vengan después de nosotros
un mundo hermoso y habitable”. Aunque hay fenómenos que
sobrepasan la capacidad de la acción humana. Por eso se ha referido
a los numerosos terremotos que han golpeado a algunas regiones del
mundo, en particular en Ecuador, Italia e Indonesia.
La paz –ha concluido Francisco–
es un don, un desafío y un compromiso. Un don porque brota del
corazón de Dios; un desafío, porque es un bien que no se da nunca
por descontado y debe ser conquistado continuamente; un compromiso,
ya que requiere el trabajo apasionado de toda persona de buena
voluntad para buscarla y construirla. No existe la verdadera paz si
no se parte de una visión del hombre que sepa promover su
desarrollo integral, teniendo en cuenta su dignidad trascendente.
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