No tendrás otros dioses fuera de mí.
No te harás estatua ni imagen alguna de lo que hay arriba, en el
cielo, abajo, en la tierra, y en las aguas debajo de la tierra. No te
postres ante esos dioses, ni les sirvas, porque yo, Yavé, tu Dios,
soy un Dios celoso. (Éxodo 20:3-5)
Desde el inicio de su comunicación
con el hombre, Dios manifestó su totalidad, así como el deseo de
ser el único digno de adoración por parte de sus criaturas,
especialmente de su pueblo –es decir, del pueblo qué Él eligió
de entre las naciones–, así como de sus descendientes, o de los
coherederos de la gracia a través de Jesucristo.
La idolatría es una tendencia
humana. Desde siempre, el ser humano se ha hecho dioses falsos para
adorarlos y postrarse ante ellos, sin darse a la tarea de conocer al
único y verdadero Dios, creador de todo lo que existe. Todos sabemos
que, por ejemplo, en la antigüedad, los romanos tenían cientos de
dioses, así como los griegos y muchas otras razas o pueblos.
En la actualidad, la idolatría se
manifiesta en diferentes formas, pero todo sigue siendo la
manifestación de un amor desmedido hacia algo que ocupa un lugar más
importante que Dios en nuestra vida. Por ejemplo: el dinero, la
tecnología, las drogas (tanto las prohibidas como las socialmente
aceptadas), la comida, la profesión, el trabajo, la pareja, el
conocimiento, etcétera.
Los avances en el desarrollo de la
ciencia y la vida humana en general han hecho que el intelectualismo
se haya ido exacerbando, hasta el límite de no reconocer la
existencia de un Creador. El individualismo, el humanismo (donde todo
se centra en el hombre), y el intelectualismo son en la época
contemporánea poderosos ídolos a los que, en muchas ocasiones aun
sin tener conciencia, miles de personas rinden su vida, su devoción
y sus esfuerzos.
En general, muchas personas creen
profundamente que la inteligencia humana es el máximo poder sobre la
tierra, y que no existe un poder superior. Los científicos, médicos,
literatos, músicos, profesores, y todas aquellas personas que
estudian mucho y obtienen posgrados, gozan de gran reputación en la
sociedad. Se les considera individuos admirables, y se les reconoce
incluso sin tomar en cuenta su calidad moral, su vida personal o su
comportamiento social.
La adoración hacia las ideas, la
creatividad, la genialidad, el conocimiento, la inteligencia es una
realidad de la vida contemporánea. No muchas culturas adoran hoy
piedras o estatuas, pero en forma masiva, en grandes ciudades, la
idolatría es hacia la tecnología, el intelectualismo y la ciencia.
En todo caso, la misma idolatría es
una postura alejada de la voluntad de Dios, quien espera de nosotros
una verdadera adoración: “Escucha, Israel: Yavé, nuestro Dios, es
Yavé-único. Y tú amarás a Yavé, tu Dios, con todo tu corazón,
con toda tu alma y con todas tus fuerzas”. (Deuteronomio 6:4-5) No
hay en la tierra nada que pueda sustituir la llenura del amor de
Dios. “En el corazón de todo hombre existe un vacío que tiene la
forma de Dios. Este vacío no puede ser llenado por ninguna cosa
creada. Éste puede ser llenado únicamente por Dios, hecho conocido
mediante Cristo Jesús”, según Blaise Pascal.
La idolatría es el intento inútil
por llenar ese vacío. Es también la tendencia a satisfacer nuestros
propios deseos, olvidando a Dios. Sólo el amor de Jesús en nuestro
corazón, y el otorgarle el trono de nuestra vida como Señor y
Salvador, nos dará la plenitud y la paz que buscamos. Es en su
presencia donde encontramos la razón verdadera para nuestra
adoración.
No hay comentarios:
Publicar un comentario