Papa Francisco en la catedral luterana de Lund
En el primer acto público del papa
Francisco en su viaje de dos días a Suecia que inició hoy lunes, en
la catedral de Lund, después de la oración ecuménica pronunció
las siguientes palabras:
«Permaneced en mí, y yo en
vosotros» (Jn 15,4). Estas palabras, pronunciadas por Jesús en el
contexto de la Última Cena, nos permiten asomarnos al corazón de
Cristo poco antes de su entrega definitiva en la cruz. Podemos sentir
sus latidos de amor por nosotros y su deseo de unidad para todos los
que creen en él. Nos dice que él es la vid verdadera y nosotros los
sarmientos; y que, como él está unido al Padre, así nosotros
debemos estar unidos a él, si queremos dar fruto.
Católicos y luteranos hemos empezado
a caminar juntos por el camino de la reconciliación. Ahora, en el
contexto de la conmemoración común de la Reforma de 1517, tenemos
una nueva oportunidad para acoger un camino común, que ha ido
conformándose durante los últimos 50 años en el diálogo ecuménico
entre la Federación Luterana Mundial y la Iglesia Católica. No
podemos resignarnos a la división y al distanciamiento que la
separación ha producido entre nosotros. Tenemos la oportunidad de
reparar un momento crucial de nuestra historia, superando
controversias y malentendidos que a menudo han impedido que nos
comprendiéramos unos a otros.
Jesús nos dice que el Padre es el
dueño de la vid (cf. v. 1), que la cuida y la poda para que dé más
fruto (cf. v. 2). El Padre se preocupa constantemente de nuestra
relación con Jesús, para ver si estamos verdaderamente unidos a él
(cf. v. 4). Nos mira, y su mirada de amor nos anima a purificar
nuestro pasado y a trabajar en el presente para hacer realidad ese
futuro de unidad que tanto anhela.
También nosotros debemos mirar con
amor y honestidad a nuestro pasado y reconocer el error y pedir
perdón: solamente Dios es el juez. Se tiene que reconocer con la
misma honestidad y amor que nuestra división se alejaba de la
intuición originaria del pueblo de Dios, que anhela naturalmente
estar unido, y ha sido perpetuada históricamente por hombres de
poder de este mundo más que por la voluntad del pueblo fiel, que
siempre y en todo lugar necesita estar guiado con seguridad y ternura
por su Buen Pastor.
Sin embargo, había una voluntad
sincera por ambas partes de profesar y defender la verdadera fe, pero
también somos conscientes que nos hemos encerrado en nosotros mismos
por temor o prejuicios a la fe que los demás profesan con un acento
y un lenguaje diferente. El Papa Juan Pablo II decía: «No podemos
dejarnos guiar por el deseo de erigirnos en jueces de la historia,
sino únicamente por el de comprender mejor los acontecimientos y
llegar a ser portadores de la verdad» (Mensaje al cardenal Johannes
Willebrands, Presidente del Secretariado para la Unidad de los
cristianos, 31 octubre 1983).
Dios es el dueño de la viña, que
con amor inmenso la cuida y protege; dejémonos conmover por la
mirada de Dios; lo único que desea es que permanezcamos como
sarmientos vivos unidos a su Hijo Jesús. Con esta nueva mirada al
pasado no pretendemos realizar una inviable corrección de lo que
pasó, sino «contar esa historia de manera diferente» (COMISIÓN
LUTERANO- CATÓLICO ROMANA SOBRE LA UNIDAD, Del conflicto a la
comunión, 17 junio 2013, 16).
Jesús nos recuerda: «Sin mí no
podéis hacer nada» (Jn 15,5). Él es quien nos sostiene y nos anima
a buscar los modos para que la unidad sea una realidad cada vez más
evidente. Sin duda la separación ha sido una fuente inmensa de
sufrimientos e incomprensiones; pero también nos ha llevado a caer
sinceramente en la cuenta de que sin él no podemos hacer nada,
dándonos la posibilidad de entender mejor algunos aspectos de
nuestra fe.
Con gratitud reconocemos que la
Reforma ha contribuido a dar mayor centralidad a la Sagrada Escritura
en la vida de la Iglesia. A través de la escucha común de la
Palabra de Dios en las Escrituras, el diálogo entre la Iglesia
Católica y la Federación Luterana Mundial, del que celebramos el 50
aniversario, ha dado pasos importantes. Pidamos al Señor que su
Palabra nos mantenga unidos, porque ella es fuente de alimento y
vida; sin su inspiración no podemos hacer nada.
La experiencia espiritual de Martín
Lutero nos interpela y nos recuerda que no podemos hacer nada sin
Dios. «¿Cómo puedo tener un Dios misericordioso?». Esta es la
pregunta que perseguía constantemente a Lutero. En efecto, la
cuestión de la justa relación con Dios es la cuestión decisiva de
la vida. Como se sabe, Lutero encontró a ese Dios misericordioso en
la Buena Nueva de Jesucristo encarnado, muerto y resucitado. C
on el concepto de «sólo por la
gracia divina», se nos recuerda que Dios tiene siempre la iniciativa
y que precede cualquier respuesta humana, al mismo tiempo que busca
suscitar esa respuesta. La doctrina de la justificación, por tanto,
expresa la esencia de la existencia humana delante de Dios.
Jesús intercede por nosotros como
mediador ante el Padre, y le pide por la unidad de sus discípulos
«para que el mundo crea» (Jn 17,21). Esto es lo que nos conforta, y
nos mueve a unirnos a Jesús para pedirlo con insistencia: «Danos el
don de la unidad para que el mundo crea en el poder de tu
misericordia».
Este es el testimonio que el mundo
está esperando de nosotros. Los cristianos seremos testimonio
creíble de la misericordia en la medida en que el perdón, la
renovación y reconciliación sean una experiencia cotidiana entre
nosotros. Juntos podemos anunciar y manifestar de manera concreta y
con alegría la misericordia de Dios, defendiendo y sirviendo la
dignidad de cada persona. Sin este servicio al mundo y en el mundo,
la fe cristiana es incompleta.
Luteranos y católicos rezamos juntos
en esta Catedral y somos conscientes de que sin Dios no podemos hacer
nada; pedimos su auxilio para que seamos miembros vivos unidos a él,
siempre necesitados de su gracia para poder llevar juntos su Palabra
al mundo, que está necesitado de su ternura y su misericordia.
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