Roberto O’Farrill
El domingo 20 de noviembre, el papa
Francisco cerró la Puerta Santa de la Basílica de San Pedro del
Vaticano y luego presidió la celebración eucarística con ocasión
de la solemnidad de Jesucristo Rey del Universo, dando así por
concluido el Año Santo de la Misericordia. Francisco se aproximó a
la Puerta santa, se mantuvo en oración silente, y luego cerró ambas
hojas de la misma Puerta que abrió el 8 de diciembre de 2015
acompañado por el papa Benedicto XVI.
Al término de la celebración
eucarística, el Papa firmó la Carta Apostólica Misericordia
et misera, documento que tiene el objetivo de animar a seguir
viviendo la misericordia con la misma intensidad experimentada
durante todo el Año Santo.
El Documento, de 22 puntos, afirma
que “Nada de cuanto un pecador arrepentido coloca delante de la
misericordia de Dios queda sin el abrazo de su perdón”, explica
que “en este Año Santo la Iglesia ha sabido ponerse a la escucha y
ha experimentado con gran intensidad la presencia y cercanía del
Padre, que mediante la obra del Espíritu Santo le ha hecho más
evidente el don y el mandato de Jesús sobre el perdón” y plantea
horizontes: “Ahora, concluido este Jubileo, es tiempo de mirar
hacia adelante y de comprender cómo seguir viviendo con fidelidad,
alegría y entusiasmo, la riqueza de la misericordia divina”.
En el inciso 12, la Carta informa, en
referencia a la absolución del grave pecado del aborto, lo
siguiente: “Para que ningún obstáculo se interponga entre la
petición de reconciliación y el perdón de Dios, de ahora en
adelante concedo a todos los sacerdotes, en razón de su ministerio,
la facultad de absolver a quienes hayan procurado el pecado del
aborto. Cuanto había concedido de modo limitado para el período
jubilar, lo extiendo ahora en el tiempo, no obstante cualquier cosa
en contrario. Quiero enfatizar con todas mis fuerzas que el aborto es
un pecado grave, porque pone fin a una vida humana inocente. Con la
misma fuerza, sin embargo, puedo y debo afirmar que no existe ningún
pecado que la misericordia de Dios no pueda alcanzar y destruir, allí
donde encuentra un corazón arrepentido que pide reconciliarse con el
Padre”. Es preciso resaltar que este texto no pretende pasar por
encima de las condiciones habituales para recibir la absolución,
condiciones que consisten en el propósito de enmienda de las
realidades que indujeron a caer en ese pecado y en la firmeza de
nunca volver a cometerlo. Si estas condiciones no se reúnen, la
absolución no es efectiva. Preciso es también resaltar las
enérgicas palabras de Francisco: “Quiero enfatizar con todas mis
fuerzas que el aborto es un pecado grave porque pone fin a una vida
humana”. El Papa sabe que la medicina contra el pecado es la
misericordia: “Una vez que se la ha experimentado en su verdad, no
se puede volver atrás: crece continuamente y transforma la vida”.
Hacia la parte final de Misericordia
et misera, Francisco anuncia el establecimiento de la
“Jornada mundial de los pobres” a celebrarse cada año el XXXIII
Domingo del Tiempo Ordinario, como una “preparación más adecuada
para vivir la solemnidad de Jesucristo, Rey del Universo, el cual se
ha identificado con los pequeños y los pobres, y nos juzgará a
partir de las obras de misericordia. Será una Jornada que ayudará a
las comunidades y a cada bautizado a reflexionar cómo la pobreza
está en el corazón del Evangelio y sobre el hecho que, mientras
Lázaro esté echado a la puerta de nuestra casa (cf. Lc16,19-21),
no podrá haber justicia ni paz social. Esta Jornada constituirá
también una genuina forma de nueva evangelización”.
Finalmente, como es tradición en los
documentos apostólicos, la Carta invoca la maternal protección de
nuestra Madre del Cielo: “Que los ojos misericordiosos de la Santa
Madre de Dios estén siempre vueltos hacia nosotros. Ella
es la primera en abrir camino y nos acompaña cuando damos testimonio
del amor”.
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