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jueves, 24 de noviembre de 2016

Año Santo de la Misericordia


Roberto O’Farrill
El domingo 20 de noviembre, el papa Francisco cerró la Puerta Santa de la Basílica de San Pedro del Vaticano y luego presidió la celebración eucarística con ocasión de la solemnidad de Jesucristo Rey del Universo, dando así por concluido el Año Santo de la Misericordia. Francisco se aproximó a la Puerta santa, se mantuvo en oración silente, y luego cerró ambas hojas de la misma Puerta que abrió el 8 de diciembre de 2015 acompañado por el papa Benedicto XVI.
Ya en la celebración de la santa Misa, celebrada en la Plaza de San Pedro, en la homilía Francisco dijo que “aunque se cierra la Puerta santa, permanece siempre abierta de par en par para nosotros la verdadera puerta de la misericordia, que es el Corazón de Cristo. Del costado traspasado del Resucitado brota hasta el fin de los tiempos la misericordia, la consolación y la esperanza” y agregó: “Muchos peregrinos han cruzado la Puerta santa y lejos del ruido de las noticias han gustado la gran bondad del Señor. Damos gracias por esto y recordamos que hemos sido investidos de misericordia para revestirnos de sentimientos de misericordia, para ser también instrumentos de misericordia”.
Al término de la celebración eucarística, el Papa firmó la Carta Apostólica Misericordia et misera, documento que tiene el objetivo de animar a seguir viviendo la misericordia con la misma intensidad experimentada durante todo el Año Santo.
El Documento, de 22 puntos, afirma que “Nada de cuanto un pecador arrepentido coloca delante de la misericordia de Dios queda sin el abrazo de su perdón”, explica que “en este Año Santo la Iglesia ha sabido ponerse a la escucha y ha experimentado con gran intensidad la presencia y cercanía del Padre, que mediante la obra del Espíritu Santo le ha hecho más evidente el don y el mandato de Jesús sobre el perdón” y plantea horizontes: “Ahora, concluido este Jubileo, es tiempo de mirar hacia adelante y de comprender cómo seguir viviendo con fidelidad, alegría y entusiasmo, la riqueza de la misericordia divina”.
En el inciso 12, la Carta informa, en referencia a la absolución del grave pecado del aborto, lo siguiente: “Para que ningún obstáculo se interponga entre la petición de reconciliación y el perdón de Dios, de ahora en adelante concedo a todos los sacerdotes, en razón de su ministerio, la facultad de absolver a quienes hayan procurado el pecado del aborto. Cuanto había concedido de modo limitado para el período jubilar, lo extiendo ahora en el tiempo, no obstante cualquier cosa en contrario. Quiero enfatizar con todas mis fuerzas que el aborto es un pecado grave, porque pone fin a una vida humana inocente. Con la misma fuerza, sin embargo, puedo y debo afirmar que no existe ningún pecado que la misericordia de Dios no pueda alcanzar y destruir, allí donde encuentra un corazón arrepentido que pide reconciliarse con el Padre”. Es preciso resaltar que este texto no pretende pasar por encima de las condiciones habituales para recibir la absolución, condiciones que consisten en el propósito de enmienda de las realidades que indujeron a caer en ese pecado y en la firmeza de nunca volver a cometerlo. Si estas condiciones no se reúnen, la absolución no es efectiva. Preciso es también resaltar las enérgicas palabras de Francisco: “Quiero enfatizar con todas mis fuerzas que el aborto es un pecado grave porque pone fin a una vida humana”. El Papa sabe que la medicina contra el pecado es la misericordia: “Una vez que se la ha experimentado en su verdad, no se puede volver atrás: crece continuamente y transforma la vida”.
Hacia la parte final de Misericordia et misera, Francisco anuncia el establecimiento de la  “Jornada mundial de los pobres” a celebrarse cada año el XXXIII Domingo del Tiempo Ordinario, como una “preparación más adecuada para vivir la solemnidad de Jesucristo, Rey del Universo, el cual se ha identificado con los pequeños y los pobres, y nos juzgará a partir de las obras de misericordia. Será una Jornada que ayudará a las comunidades y a cada bautizado a reflexionar cómo la pobreza está en el corazón del Evangelio y sobre el hecho que, mientras Lázaro esté echado a la puerta de nuestra casa (cf. Lc16,19-21), no podrá haber justicia ni paz social. Esta Jornada constituirá también una genuina forma de nueva evangelización”.
Finalmente, como es tradición en los documentos apostólicos, la Carta invoca la maternal protección de nuestra Madre del Cielo: “Que los ojos misericordiosos de la Santa Madre de Dios estén siempre vueltos hacia nosotros. Ella es la primera en abrir camino y nos acompaña cuando damos testimonio del amor”.

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