Leonardo Boff
Sigo con atención los análisis
económicos que se realizan en Brasil y en todo el mundo. Con raras y
buenas excepciones, la gran mayoría de los analistas son rehenes del
pensamiento único neoliberal mundializado. Es raro que hagan una
autocrítica que rompa la lógica del sistema productivista,
consumista, individualista y anti-ecológico. Y aquí veo un gran
riesgo ya sea para la bíocapacidad del planeta Tierra o para la
supervivencia de nuestra especie.
Mi sentido del mundo me dice que
podemos conocer cataclismos ecológicos y sociales de dimensiones
dantescas si no tomamos absolutamente en serio dos factores
fundamentales: el factor ecológico, de carácter más objetivo, y la
recuperación de la razón sensible, de sesgo más subjetivo. En
cuanto al factor ecológico: la mayoría de la macroeconomía todavía
alimenta la falsa ilusión de un crecimiento ilimitado, en el
supuesto ilusorio de que la Tierra dispone igualmente de recursos
ilimitados y tiene una capacidad de recuperación ilimitada para
soportar la explotación sistemática a que es sometida. La maldición
del pensamiento único muestra un soberano desprecio por los efectos
negativos en términos de calentamiento global, la devastación de
los ecosistemas, la escasez de agua potable y otros considerados como
externalidades, es decir, datos que no entran en la contabilidad de
las empresas. Este pasivo se deja para que lo resuelva el estado. Lo
que debe ser garantizado en cualquier forma son las ganancias de los
accionistas y la acumulación de riqueza a niveles tan inimaginables
que dejarían loco a Karl Marx.
La gravedad radica en el hecho de que
los órganos que se ocupan del estado de la Tierra, desde las
organizaciones mundiales como la ONU, a los nacionales que denuncian
la creciente erosión de casi todos los elementos esenciales para la
continuidad de la vida (alrededor de 13), no se tienen en cuenta. La
razón es que son antisistémicos, perjudican el crecimiento del PIB
y los grandes beneficios de las empresas.
Los escenarios proyectados por
centros de investigación serios son cada vez más perturbadores. El
calentamiento, por ejemplo, no para de aumentar como se afirmó ahora
en la COP 22 de Marrakesch. La temperatura global en 2016 ha sido
1,35º C por encima de lo normal para el mes de febrero, la más alta
de los últimos 40 años. Los propios científicos como David
Carlson, de la Organización Meteorológica Mundial, un organismo de
la ONU, declaró: “Esto es increíble... la Tierra es ciertamente
un planeta alterado”.
Tanto la Carta de la Tierra como la
encíclica de Francisco Laudato Si: cómo cuidar de la Casa
Comúnadvierten de los riesgos que corre la vida sobre el planeta. La
Carta de la Tierra (grupo animado por M. Gorbachov, en el que he
participado) es contundente: «o formamos una alianza global para
cuidar la Tierra y unos de otros o corremos el riesgo de destruirnos
y destruir diversidad de la vida».
En los debates sobre economía, en
casi todas las instancias, los riesgos y los factores ecológicos ni
siquiera se nombran. La ecología no existe, incluso en las
declaraciones del PT, en las que no aparece siquiera la palabra
ecología. Y así, inconscientemente, hacemos un camino de no
retorno, a causa de la ignorancia, irresponsabilidad y ceguera
producidas por el deseo de acumulación de bienes materiales.
Donald Trump ha dicho que el
calentamiento global es un engaño y que cancelará el acuerdo de
París, ya firmado por Obama. Paul Krugman, Nobel de Economía, ha
advertido de que tal decisión significaría un daño grave para
EE.UU. y para todo el planeta.
Conclusión: o incorporamos los datos
ecológicos en todo lo que hacemos, o nuestro futuro no estará
garantizado. La estupidez de la economía sólo nos ciega y nos
perjudica.
Pero este dato científico, resultado
de la razón instrumental analítica, no es suficiente, ya que
analiza y calcula fríamente y entiende al ser humano fuera y por
encima de la naturaleza. A la que puede explotar a su voluntad.
Tenemos que completarla con el rescate de la razón sensible, la más
antigua en nosotros. En ella se encuentra la sensibilidad, el mundo
de los valores, la dimensión ética y espiritual. Ahí residen las
motivaciones para el cuidado de la Tierra y para comprometernos en un
nuevo tipo de relación amistosa con la naturaleza, sintiéndonos
parte de ella y sus cuidadores, reconociendo el valor intrínseco de
cada ser e inventando otra manera de satisfacer nuestras necesidades
y el consumo con una sobriedad compartida y solidaria.
Tenemos que articular los dos
factores, el ecológico (objetivo) y el sensible (subjetivo): de otro
modo difícilmente escaparemos, tarde o temprano, de la amenaza de un
colapso del sistema-vida.
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