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viernes, 18 de noviembre de 2016

PRÓLOGO DEL NÚMERO 200

DE CUADERNOS CRISTIANISME I JUSTICIA
Xavier Casanovas
Director
Durante todo este tiempo nuestro mundo ha vivido cambios inimaginables. Nuestra intención ha sido siempre la de acompañar el caminar de tantos hombres y mujeres de «buena voluntad» con un relato esperanzador que alimente la aspiración de un mundo más justo y fraterno.
Un repaso rápido a las heridas abiertas hoy en nuestro mundo, nos deja una sensación claramente agridulce. Aunque se han producido grandes avances en la lucha contra la pobreza y disponemos de los medios a nuestro alcance para acabar con el hambre o las enfermedades, en el mundo hay aún demasiado sufrimiento. Recordemos que siguen muriendo 10.000 niños cada día por causas evitables o más de 60 millones de personas, máximo histórico desde la Segunda Guerra Mundial, huyen de la guerra y del horror buscando un refugio que no encuentran. La desigualdad se ha convertido en terrible enfermedad que ataca nuestras sociedades: 62 personas acumulan tanta riqueza como la mitad de la población mundial y su riqueza ha aumentado un 44% en los últimos cinco años, mientras que la mitad más pobre de la población mundial la ha visto disminuir un 41%.
A pesar de la esperanza que generan nuevas realidades económicas alternativas que van germinando, o de vivir un momento de repolitización prácticamente global, nos sentimos aún huérfanos de un relato alternativo ante una cierta crisis de utopías emancipadoras. El pensamiento único se impone a caballo de una globalización dominante y uniformizadora con el modelo de vida occidental (consumista, depredador e individualista) como único real para la mayoría.
El poder financiero ha tomado las riendas políticas de nuestro mundo. Las democracias, allí donde las hay, han ido evolucionando hacia una pura formalidad procedimental. Escogemos a nuestros representantes pero no mandan ni deciden sobre el futuro real de nuestras sociedades. Mientras tanto, no cesan los casos de corrupción política y económica, las prácticas empresariales de fraude y elusión fiscal, los acuerdos económicos en la sombra… todo ello dando lugar a una clara desafección ciudadana.
La revolución digital ha acortado tanto las distancias que ha hecho el mundo más pequeño. No podemos dejar de tener en cuenta que vivimos en un mundo común donde aquello que yo hago, cada uno de mis gestos, tiene una gran repercusión en la vida de miles de personas. Somos, en definitiva, más independientes. A pesar de ello, el bienestar al que aspiramos no parece universable. La capacidad de exclusión y de precarizar la vida de millones de seres humanos es intrínseca al sistema. Se nos hace imposible ver la cara amable de un sistema que consiste esencialmente en la dominación impersonal que ejercen la mercancía y el dinero.
La sociedad se ha vuelto más sensible a las cuestiones ecológicas y medioambientales, a la discriminación por razones de sexo, raza o religión. Pero reaccionamos ante las injusticias con «ansiedad solidaria», sin el convencimiento real que para activar tal rumbo abra que activar un resorte clave: el del cambio personal, el del compromiso vital hacia una vida más sobria, coherente y entregada a los últimos.
A nivel eclesial después de años de invierno, vivimos con alegría la llegada de Francisco y sus vientos de cambio. La Iglesia se enfrenta a la necesidad de volver a ponerse al día. Debe ser, en palabras del Papa Francisco, hospital de campaña para curar heridas y no una institución rígida generadora de más exclusión, que llene los márgenes de gente expulsada del centro por no cumplir los estándares de pureza exigidos.

La realidad nos interpela y nos lanza a trabajar en cada frontera que se abre y pide a gritos humanizar tanto sufrimiento. si en el pasado pusimos el foco en las razones socioeconómicas de la injusticia en el mundo, ahora queremos abrirnos a analizar las injusticias también desde nuevas perspectivas.

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