¿Por qué no calmaste el huracán Matthew?
Leonardo BOFF
Cuando vemos en las primeras páginas
de los periódicos la devastación que ha producido ahora en octubre
el huracán Matthew en Haití y en Estados Unidos destruyendo
ciudades, derribando árboles arrastrando automóviles y matando a
cientos de personas, los que creemos, nos preguntamos angustiados:
«Dios, ¿dónde estabas en el
momento en que la furia asesina del huracán Matthew se abatió sobre
Haití y los Estados Unidos? ¿Por qué no usaste tu poder para
amainar la virulencia destructora de aquellos vientos y de aquellas
aguas enemigas de la vida? ¿Por qué no interviniste, si podías
hacerlo?».
«Tu bien sabes, Señor, que el
pueblo haitiano es uno de los más pobres del mundo. Los negros,
conocieron todo tipo de discriminación. Fueron oprimidos por
dictadores feroces que hacían de las matanzas política de Estado.
Todo lo sufrieron, todo lo soportaron. No desistieron. Caídos, en
medio del polvo y las ruinas se estaban levantando. Y ahora han sido
azotados de nuevo por la naturaleza rebelada. ¿Dónde está tu
piedad? ¿No son tus hijos e hijas especialmente queridos porque
representan al Cristo crucificado?».
No entendemos los designios de Aquel
que se reveló como Padre de infinita bondad. Él puede ser Padre de
una forma misteriosa que no conseguimos comprender. Bien dicen las
Escrituras: “Él es demasiado grande para que lo podamos conocer”
(Job 36,26).
Mucho menos pretendemos ser jueces de
Dios. Pero podemos gritar como Job, Jeremías, y el Hijo del Hombre
en el Huerto de los Olivos y en lo alto de la cruz. Jesús,
quejándose, exclamó: “Dios mío, Dios mío, por qué me has
abandonado?” (Mc 15,34)”?
Nuestros lamentos no son blasfemias,
sino un grito humilde e insistente a Dios: «¡Despierta! No te
olvides de la pasión de aquellos que actualizan la Pasión de tu
Hijo bienamado».
Seguramente las invectivas de Job
contra Dios por causa del sufrimiento incomprensible y las
lamentaciones de Jeremías viendo a Jerusalén conquistada, el templo
destruido y el pueblo, marchando esclavo hacia el exilio en
Babilonia, fueron incluidas entre las Escrituras judeocristianas para
que nos sirviesen de ejemplo.
Podemos gritar como Job y lamentarnos
como Jeremías. Más aún, podemos, al límite de la desesperación,
gritar como Jesús en la cruz, experimentando el infierno de la
ausencia de Dios, al que siempre llamaba “Abba”, Papá. Y Él
guardó silencio y no lo libró de la muerte en la cruz.
Semejante lamentación, como la
nuestra, la expresó conmovedoramente el Papa Benedicto XVI cuando
visitó el 28 de mayo de 2006 el campo de exterminio nazi de
Auschwitz-Birkenau donde más de un millón de judíos y otras
personas fueron enviados a las cámaras de gas:
«Cuantas preguntas surgen en este
lugar. ¿Dónde estaba Dios en aquellos días? ¿Por qué guardó
silencio? ¿Cómo pudo tolerar este exceso de destrucción, este
triunfo del mal? Nos viene a la mente el Salmo 44 que dice: “nos
has aplastado en la región de los chacales y nos has envuelto en la
mortaja de las tinieblas. Por tu causa estamos en peligro de muerte
cada día, nos tratan como ovejas destinadas al matadero. ¡Despierta.
Señor! ¿Por qué duermes? ¡Levántate!
Como nunca antes, el Papa Benedicto
XVI se mostró un finísimo teólogo que, como hombre de fe y
sensible, osó quejarse ante Dios.
Aunque guardemos un noble silencio
delante de tanto dolor, perseveramos en la fe como Job, Jeremías y
Jesús. Job llegó a decir: “Aunque que me mates, Señor, aun así
sigo confiando en ti. Antes te conocía solo de oídas, pero ahora te
han visto mis ojos” (42,5). La última palabra de Jesús fue:
“Padre, en tus manos entrego mi espíritu” (Lucas 23,46). Y Dios
lo resucitó para mostrar que el dolor, aun siendo misterioso, no
escribe el último capítulo de la historia sino la vida en su
esplendor
En la esperanza, ansiamos aquel día
en que “Dios enjugará las lágrimas de nuestros ojos y ya no habrá
muerte, ni luto, ni llanto, ni dolor, porque todo eso ya pasó” (Ap
21,4).
Y nunca más habrá tsunamis, ni
Katrinas, ni Matthews, porque surgirá una nueva Tierra, donde el ser
humano aprendió a cuidar de la naturaleza y esta nunca más se
rebelará contra él.
No hay comentarios:
Publicar un comentario