Los creyentes están llamados a ser
defensores de la creación y de la vida
Ciudad del Vaticano- El Papa
Francisco hizo un llamado a impulsar iniciativas, "para que
entre todos tomemos conciencia del cuidado y protección de la casa
común, construyendo un mundo cada vez más humano, donde nadie sobra
y donde todos somos necesarios". Así manifestó a los
participantes del encuentro "América en diálogo. Nuestra casa
común",
Me alegra darles la bienvenida a
todos ustedes, que participan en este Primer encuentro: América en
diálogo – Nuestra casa común. Agradezco a la Organización de los
Estados Americanos y al Instituto del Diálogo Interreligioso de
Buenos Aires sus esfuerzos para hacer realidad este evento, y así
como la colaboración del Pontificio Consejo para el Diálogo
Interreligioso. Sé que están trabajando conjuntamente en el
proyecto de constituir un Instituto de Diálogo que abarque a todo el
continente americano. Trabajar juntos es una loable iniciativa y los
invito a seguir adelante para el bien no sólo de América, sino del
mundo entero.
Este primer encuentro se ha centrado
en el estudio de la Encíclica Laudato Si. En ella he
querido llamar la atención sobre la importancia de amar, respetar y
salvaguardar nuestra casa común. No podemos dejar de admirarnos por
la belleza y la armonía que existe en todo el creado; es ese regalo
que Dios nos hace para que podamos hallarlo y contemplarlo en su
obra. Es importante apostar por una «ecología integral», en el que
el respeto por las criaturas valore la riqueza que encierran en sí
mismas y ponga al ser humano como culmen de la creación.
Las religiones tienen un rol muy
importante en esta tarea de promover el cuidado y el respeto del
medio ambiente, sobre todo en esta ecología integral ¿no? La fe en
Dios nos lleva a reconocerlo en su creación, que es fruto de su Amor
hacia nosotros, y nos llama a cuidar y proteger la naturaleza. Para
esto, es necesario que las religiones promuevan una verdadera
educación, a todos los niveles, que ayude a difundir una actitud
responsable y atenta hacia las exigencias del cuidado de nuestro
mundo; y, de modo especial, proteger, promover y defender los
derechos humanos (cf. Enc. Laudato Si, 201). Por
ejemplo, una cosa interesante sería que cada uno de los
participantes se preguntara cómo en su país, en su ciudad, en su
medio ambiente, o en su creencia religiosa, en su comunidad
religiosa, las escuelas, han incorporado esto. Creo que todavía,
estamos en, a nivel de «escuela nido» en esto. Ósea incorporar, la
responsabilidad de incorporar no solo como materia sino como
conciencia, en una educación integral.
Nuestras tradiciones religiosas son
una fuente necesaria de inspiración para fomentar una cultura del
encuentro. Es fundamental la cooperación interreligiosa, basada en
la promoción de un diálogo sincero y respetuoso. Si no existe
respeto recíproco no existirá diálogo interreligioso; yo recuerdo
en mi ciudad, cuando yo era chico, algún párroco por allí andaba
mandaba a quemar las carpas de los evangélicos, y gracias a Dios se
ha superado eso ¿no? sino existe respeto recíproco no existirá un
diálogo interreligioso, es la base para poder caminar juntos y
afrontar desafíos. Este diálogo está fundado en la propia
identidad y en la confianza mutua que nace cuando soy capaz de
reconocer al otro como don de Dios y acepto que tiene algo que
decirme. El otro tiene algo que decirme. Cada encuentro con el otro
es una pequeña semilla que se deposita; si se riega con el trato
asiduo y respetuoso, basado en la verdad, crecerá un árbol
frondoso, con multitud de frutos, donde todos podrán cobijarse y
alimentarse y nadie estará excluido, y en él todos formarán parte
de un proyecto común, uniendo sus esfuerzos y aspiraciones.
En este camino de diálogo, somos
testigos de la bondad de Dios, que nos ha dado la vida; ésta es
sagrada y debe ser respetada, no menospreciada. El creyente es un
defensor de la creación y de la vida, no puede permanecer mudo o de
brazos cruzados ante tantos derechos aniquilados impunemente; el
hombre y la mujer de fe están llamados a defender la vida en todas
sus etapas, la integridad física y las libertades fundamentales,
como la libertad de conciencia, de pensamiento, de expresión y de
religión. Es un deber que tenemos, pues creemos que Dios es el
artífice de la creación y nosotros instrumentos en sus manos para
lograr que todos los hombres y mujeres sean respetados en su dignidad
y derechos, y puedan realizarse como personas.
El mundo constantemente nos observa a
nosotros, los creyentes, para comprobar cuál es nuestra actitud ante
la casa común y ante los derechos humanos; además nos pide que
colaboremos entre nosotros y con los hombres y mujeres de buena
voluntad, que no profesan ninguna religión, para que demos
respuestas efectivas a tantas plagas de nuestro mundo, como la guerra
y el hambre, la miseria que aflige a millones de personas, la crisis
ambiental, la violencia, la corrupción y el degrado moral, la crisis
de la familia, de la economía, y sobre todo, sobre todo, la falta de
esperanza. El mundo de hoy sufre y necesita nuestra ayuda conjunta,
así nos lo está pidiendo. Se dan cuenta que esto está a años luz
de cualquier concepción proselitista.
Además, constatamos con dolor que a
veces el nombre de la religión es usado para cometer atrocidades,
como el terrorismo, y sembrar miedo y violencia y, en consecuencia,
las religiones son señaladas como responsables del mal que nos
rodea. Es necesario condenar de forma conjunta y rotunda estas
acciones abominables y tomar distancias de todo lo que busca
envenenar los ánimos, dividir y destruir la convivencia; hace falta
mostrar los valores positivos inherentes a nuestras tradiciones
religiosas para lograr un sólido aporte de esperanza. Por este
motivo, son importantes los encuentros, como el presente. Es
necesario que compartamos los dolores como también las esperanzas,
para poder caminar juntos, cuidando el uno del otro, y también de la
creación, en la defensa y promoción del bien común. Qué bueno
sería dejar el mundo mejor de que como lo hemos encontrado
encontramos. Es lindo eso, en un diálogo habido hace un par de años,
un entusiasta del cuidado de la casa común decía: tenemos que dejar
para nuestros hijos un mundo mejor, ¿y habrá hijos para eso?
Contestó el otro.
Por último, este encuentro se
realiza en el año dedicado al Jubileo de la Misericordia; y ésta
tiene un valor universal que abarca tanto a los creyentes como a los
que no lo son, porque el amor misericordioso de Dios no tiene
límites: ni de cultura, ni de raza, ni de lengua, ni de religión;
abraza a todos los que sufren en el cuerpo y en el espíritu. Además,
el amor de Dios envuelve a toda su creación; y nosotros como
creyentes tenemos una responsabilidad de defender, cuidar y sanar al
que lo necesita. Que esta circunstancia del Año Jubilar sea una
ocasión para abrir posteriores espacios de diálogo, para salir al
encuentro del hermano que sufre, como también para luchar para que
nuestra casa común sea un hogar, donde todos tengamos cabida y
nadie sea excluido ni eliminado. Cada ser humano es el regalo más
grande que Dios nos puede dar.
Los invito a trabajar y a impulsar
iniciativas de forma conjunta, para que entre todos tomemos
conciencia del cuidado y protección de la casa común, construyendo
un mundo cada vez más humano, donde nadie sobra y donde todos somos
necesarios. Y pido a Dios que nos bendiga a todos nosotros.
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