EL PRIMER HÁBITAT ARTIFICIAL
A propósito del encuentro
internacional Hábitat sobre las ciudades, es hora de preguntarse si
realmente se puede hablar de sostenibilidad urbana.
Cuando pasó el ser humano de cazador
recolector a una sociedad agroalfarera, todavía mantenía un hábitat
natural. En el trabajo agrícola y pastoril comunitario y en el
mantenimiento de la seguridad participaban todos, aunque ya apareció
la especialización del alfarero y las comunidades tendían a ser
mayores.
La ciudad, civitas en latín, es, en
términos paradójicos, la semilla de la civilización y el inicio de
la insostenibilidad ambiental y de la desigualdad social. No en vano
los esclavos del antiguo Egipto, que trabajaron en las ciudades del
faraón, aseguraban que fue la esposa de Caín, el primer homicida,
el fundador de la primera ciudad del mundo. Por definición, la
ciudad está separada del campo y, sin embargo, depende de él. En el
aspecto económico, el campo entrega productos agropecuarios a la
ciudad y recibe a cambio bienes y servicios, pero también
desperdicios.
La huella ecológica (cantidad de
tierra y agua que se requiere para producir los recursos que se
consumen y absorber los desechos que se generan) de una ciudad es muy
alta.
En la práctica, las ciudades
antiguas tenían un pozo de agua en su interior, sus propios huertos
y hasta ganado; por eso eran capaces de resistir un sitio prolongado.
Con ese ejemplo en mente (no para
resistir un sitio, sino para reducir la huella ecológica) se ha
experimentado en algunas partes del mundo (Japón y Francia, por
ejemplo) la creación de huertos urbanos, con resultados que no pasan
de ser interesantes, pero que no alcanzan a mitigar el impacto
ambiental. Además, los productos que hoy llegan a la ciudad vienen
de muy lejos, quemando combustibles fósiles para llegar al
consumidor. Desde luego, los hábitos y magnitudes de consumo de sus
habitantes son muy diferenciados.
Hasta hace pocos siglos, la mayoría
de productos que llegaban a una ciudad podía transportarse sin
gastar combustible fósil, a lomo de mula o en brazos de los
mercaderes.
La verdad es que es muy difícil
creer que una ciudad, peor una megaciudad como Shanghái, Nueva York
o México, DF, pueda alcanzar un verdadero nivel de sostenibilidad.
No se puede planificar con crecimientos demográficos altos,
consumismo exacerbado y poco cuidado ambiental, incluso con una fobia
a lo verde y a cualquier tipo de movilidad alternativa, como la
bicicleta. Tarde o temprano, la ciudad deberá ser repensada y
rediseñada.
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