Palabras del
papa Francisco a los jóvenes en el parque Blonia, en Cracovia
(ZENIT – Roma).- ¡Finalmente nos
encontramos! exclamó el papa Francisco al dirigir sus palabras a los
cientos de miles de jóvenes que le esperaban en el Parque Blonia, a
pocos kilómetros del centro de Cracovia. De hecho el Santo Padre
había tenido ayer miércoles dos encuentros parciales con los
jóvenes: en video con ‘La fiesta de los italianos’, y desde el
balcón del Palacio Arzobispal.
Queridos jóvenes, muy buenas tardes.
Finalmente nos encontramos. Gracias
por esta calurosa bienvenida. Gracias al Cardenal Dziwisz, a los
Obispos, sacerdotes, religiosos y religiosas, seminaristas y a todos
aquellos que los acompañan. Gracias a los que han hecho posible que
hoy estemos aquí, que se la «han jugado» para que pudiéramos
celebrar la fe. O sea, celebrar la fe. Hoy nosotros aquí todos
juntos estamos celebrando la fe.
En esta, su tierra natal, quisiera
agradecer especialmente a san Juan Pablo II, que soñó e impulsó
estos encuentros. Desde el cielo nos está acompañando viendo a
tantos jóvenes pertenecientes a pueblos, culturas, lenguas tan
diferentes con un solo motivo: celebrar a Jesús que está vivo en
medio de nosotros. ¿Lo han entendido? Celebrar a Jesús que está
vivo en medio de nosotros. Y decir que está vivo, es querer renovar
nuestras ganas de seguirlo, nuestras ganas de vivir con pasión su
seguimiento.
¡Qué mejor oportunidad para renovar
la amistad con Jesús que afianzando la amistad entre ustedes! ¡Qué
mejor manera de afianzar nuestra amistad con Jesús que compartirla
con los demás! ¡Qué mejor manera de vivir la alegría del
Evangelio que queriendo «contagiar» su Buena Noticia en tantas
situaciones dolorosas y difíciles!
Jesús es quien nos ha convocado a
esta 31 Jornada Mundial de la Juventud; es Jesús quien nos dice:
«Felices los misericordiosos, porque encontrarán misericordia» (Mt
5,7). Felices aquellos que saben perdonar, que saben tener un corazón
compasivo, que saben dar lo mejor de sí a los demás. Lo mejor, no
lo que le sobra, lo mejor.
Queridos jóvenes, en estos días
Polonia, esta noble tierra se viste de fiesta; en estos días
Polonia, quiere ser el rostro siempre joven de la Misericordia. Desde
esta tierras con ustedes y también unidos a tantos jóvenes que hoy
no pueden estar aquí, pero que nos acompañan a través de los
diversos medios de comunicación, todos juntos vamos a hacer de esta
jornada una auténtica fiesta Jubilar, en este jubileo de la
Misericordia.
En los años que llevo como obispo he
aprendido una cosa, he aprendido tantas pero una quiero decirla
ahora: no hay nada más hermoso que contemplar las ganas, la entrega,
la pasión y la energía con que muchos jóvenes viven la vida. Esto
es hermoso.
¿Y de dónde viene esta
belleza? Cuando Jesús toca el corazón de un joven, de una
joven, estos son capaces de actos verdaderamente grandiosos. Es
estimulante escucharlos, compartir sus sueños, sus interrogantes y
sus deseos y sus ganas de rebelarse contra todos aquellos que dicen
que las cosas no pueden cambiar. A quienes llamo los ‘quietistas’,
nada se puede cambiar. No, los jóvenes tienen esa fuerza para
oponerse a estos. Pero algunos no están seguro de esto. Y les
pregunto ¿Yo les pregunto, las cosas se pueden cambiar?
Bien. Es un regalo del cielo
poder verlos a muchos de ustedes que, con sus cuestionamientos,
buscan hacer que las cosas sean diferentes. Es lindo, y me conforta
el corazón, verlos tan exhuberantes. La Iglesia hoy les mira, diré
aún más, el mundo hoy les mira y quiere aprender de ustedes para
renovar su confianza en que la Misericordia del Padre tiene rostro
siempre joven y no deja de invitarnos a ser parte de su Reino, que es
un Reino de alegría, de felicidad que siempre nos lleva adelante. Es
un Reino capaz de darnos la fuerza de cambiar las cosas. Me he
olvidado, ¿Las cosas se pueden cambiar? … De acuerdo…
Conociendo la pasión que ustedes le
ponen a la misión, me animo a repetir: la misericordia siempre tiene
rostro joven. Porque un corazón misericordioso se anima a salir de
su comodidad; un corazón misericordioso sabe ir al encuentro de los
demás, logra abrazar a todos. Un corazón misericordioso sabe ser
refugio para quienes nunca tuvieron casa o la han perdido; sabe
construir hogar y familia para aquellos que han tenido que emigrar,
sabe de ternura y compasión.
Un corazón misericordioso, sabe
compartir el pan con el que tiene hambre, un corazón misericordioso
se abre para recibir al prófugo y al migrante. Decir misericordia
junto a ustedes, es decir oportunidad, es decir mañana, es decir
compromiso, es decir confianza, apertura, hospitalidad, compasión,
es decir sueños. ¿Pero ustedes son capaces de soñar?…
Y cuando el corazón está abierto y
es capaz de soñar hay lugar para la misericordia, hay lugar para
acariciar a quienes sufren, hay lugar para ponerse al lado de
quienes no tienen paz en el corazón o les falta lo necesario para
vivir, o les falta la cosa más linda, la fe. Misericordia, digamos
juntos esta palabra, Misericordia, otra vez.., otra vez para que el
mundo sienta…
También quiero confesarles otra cosa
que aprendí en estos años. No quiero ofender a nadie. Me
genera dolor encontrar a jóvenes que parecen haberse «jubilado»
antes de tiempo. Esto me causa dolor, jóvenes que parece se
fueron en pensión a los 23, 24 o 25 años. Me genera dolor. Me
preocupa ver a jóvenes que «tiraron la toalla» antes de empezar el
partido. Que se han rendido sin haber comenzado a jugar. Me
causa dolor ver a jóvenes que caminan con rostros tristes, como si
su vida no valiera. Son jóvenes esencialmentes aburridos… y
aburridores de los otros, y esto me causa dolor.
Es difícil, y a su vez cuestionador,
por otro lado, ver a jóvenes que dejan la vida buscando el
«vértigo», o de sensación de sentirse vivos por caminos oscuros,
que al final terminan «pagando»…y lo pagan caro. Piensen a
muchos jóvenes que ustedes conocen y eligieron este camino. Hace
pensar cuando se ve que hay jóvenes que pierden hermosos
años de su vida y sus energías corriendo detrás de vendedores de
falsas ilusiones, y los hay ¿verdad? vendedores de falsas ilusiones.
(En mi tierra natal diríamos «vendedores de humo»), que les roban
lo mejor de ustedes mismos, y esto me causa dolor. Estoy seguro que
entre ustedes no los hay, pero quiero decirles que hay jóvenes
pensionados, que tiran la toalla antes del partido y los que entran
con los vértigos de las falsas ilusiones y acaban en la nada.
Por eso, queridos amigos, nos hemos
reunidos para ayudarnos mutuamente, porque no queremos dejarnos
robar lo mejor de nosotros mismos, no queremos permitir que nos roben
las energías, la alegría, los sueños con falsas ilusiones.
Queridos amigos, les pregunto:
¿Quieren para sus vidas ese vértigo alienante o quieren sentir esa
fuerza que los haga sentirse vivos, plenos? ¿Vértigo alienante o
fuerza de la gracia?, qué quieren, ¿vértigo alienante o fuerza de
plenitud? No se escucha bien…
Para ser plenos, para tener fuerza
renovada, hay una respuesta, que no se vende, que no se compra, una
respuesta que no es una cosa, que no es un objeto: es una persona y
se llama Jesucristo. Un aplauso…
Me pregunto, ¿Jesucristo se puede
comprar?… ¿Se vende en los negocios?… Jesucristo es
un don, un regalo del Padre, el don de Nuestro Padre. Todos:
Jesucristo es un don… Es un regalo del Padre…
Jesucristo es quien sabe darle
verdadera pasión a la vida, Jesucristo es quien nos mueve a no
conformarnos con poco y a dar lo mejor de nosotros mismos; es
Jesucristo quien nos cuestiona, nos invita y nos ayuda a levantarnos
cada vez que nos damos por vencidos. Es Jesucristo quien nos impulsa
a levantar la mirada y a soñar alto.
Pero padre, alguien podrá decirme
que es tan difícil y soñar alto, que están difícil estar siempre
en subida. Padre soy débil, caigo, me esfuerzo pero acabo abajo. Los
alpinos cuantos unen las montañas cantan una canción hermosa que
dice así: en el arte de subir lo importante no es no caer, sino no
quedarse caído. Si tú eres débil o caes, mira un poco hacia lo
alto y está la mano tendida de Jesús que te dice levántate y ven
conmigo. Y si sucede otra vez, también. Y si sucede otra vez,
también. Pedro una vez le preguntó al Señor, ¿Señor pero cuantas
veces? y le dijo setenta veces siete. La mano de Jesús está siempre
tendida para levantarnos cuando caemos. ¿Lo han entendido?
En el Evangelio hemos escuchado que
Jesús, mientras se dirige a Jerusalén, se detiene en una casa –la
de Marta, María y Lázaro– que lo acoge. De camino, entra en su
casa para estar con ellos; las dos mujeres reciben al que saben que
es capaz de conmoverse. Las múltiples ocupaciones nos hacen ser como
Marta: activos, distraídos, constantemente yendo de acá para allá…;
pero también solemos ser como María: ante un buen paisaje, o un
video que nos manda un amigo al móvil, nos quedamos pensativos, en
escucha.
En estos días de la JMJ, Jesús
quiere entrar en nuestra casa; en tu casa, e mi casa. En el corazón
de cada uno de nosotros. Quiere entrar y verá nuestras
preocupaciones, en nuestro andar acelerado, como lo hizo con Marta…
y esperará que lo escuchemos como María; que, en medio del
trajinar, nos animemos a entregarnos a él. Que sean días para
Jesús, dedicados a escucharnos, a recibirlo en aquellos con quienes
comparto la casa, la calle, el club o el colegio.
Y quien acoge a Jesús, aprende a
amar a Jesús. Entonces él nos pregunta si queremos una vida
plena y yo en su nombre les pregunto: ¿Quieren una vida plena?…
Empieza desde ahora a dejarte conmover porque la felicidad
germina y aflora en la misericordia: esa es su respuesta, esa es su
invitación, su desafío, su aventura, la misericordia.
La misericordia tiene siempre rostro
joven; como el de María de Betania sentada a los pies de Jesús como
discípula, que se complace en escucharlo porque sabe que ahí está
la paz. Como el de María de Nazareth, lanzada con su «sí» a la
aventura de la misericordia, y que será llamada bienaventurada por
todas las generaciones, llamada por todos nosotros «la Madre de la
Misericordia». Invoquémosla todos juntos: María Madre de
misericordia. Todos: María Madre de misericordia…
Ahora cada uno repita en su
corazón en silencio: Señor, lánzanos a la aventura de la
misericordia. Lánzanos a la aventura de construir puentes y derribar
muros, sean cercos o alambrados, lánzanos a la aventura de socorrer
al pobre, al que se siente solo y abandonado, al que ya no le
encuentra sentido a su vida. Lánzanos a acompañar a aquellos que no
te conocen y decirle lentamente y con tanto respeto tú nombre y
el porqué de nuestra fe.
Impúlsanos a la escucha, como María
de Betania, de quienes no comprendemos, de los que vienen de otras
culturas, de otros pueblos, incluso de aquellos a los que tememos
porque creemos que pueden hacernos daño. Haznos volver nuestra
mirada, como María de Nazareth con Isabel, a nuestros ancianos a
nuestros abuelos para aprender de su sabiduría.
Les pregunto ¿ustedes hablan con sus
abuelos?, ¿así así?… Busquen a sus abuelos, ellos tienen
sabiduría sobre la vida y les dirán cosas que conmoverán vuestros
corazones.
Aquí estamos, Señor. Envíanos a
compartir tu Amor Misericordioso. Queremos recibirte en esta Jornada
Mundial de la Juventud, queremos afirmar que la vida es plena
cuando se la vive desde la misericordia, y que esa es la mejor parte,
es la parte más dulce, y es la parte que nunca nos será quitada.
Amén.
No hay comentarios:
Publicar un comentario