"Los procesos restaurativos
mismos y la vida restaurativa están llenos de muchos retos
interesantes. Uno de ellos es el lenguaje.
Al observar la sociedad en general,
el lenguaje que utilizamos está lleno de adjetivos y,
desafortunadamente, de adjetivos perjudiciales a los demás.
Empezamos en el hogar cuando de niños cometemos las típicas
travesuras de no comer la comida o romper objetos. Los adultos
usualmente nos dicen: “Ah, eres un niña/o mala/o.”
La verdad es que no existen seres
humanos buenos ni malos, existen seres humanos que cometen acciones
que causan dolor a los demás o que causan felicidad a los demás.
En el vivir restaurativo, estamos
invitados a no confundir las acciones con lo que es la persona.
En el vivir restaurativo se separa la persona de la acción. Se evita crear adjetivos en base a las acciones, pues esos adjetivos no son puntos de partida que contribuyen a crecer sino a estancarse. No hay “ladrones” hay personas que cometieron el acto de robar. Es una persona, es un ser humano con dignidad la/el que ha realizado una acción.
En el vivir restaurativo se separa la persona de la acción. Se evita crear adjetivos en base a las acciones, pues esos adjetivos no son puntos de partida que contribuyen a crecer sino a estancarse. No hay “ladrones” hay personas que cometieron el acto de robar. Es una persona, es un ser humano con dignidad la/el que ha realizado una acción.
El vivir restaurativo es libre de
membretes gravados sobre las personas. Libre de membretes
perniciosos, la persona que cometió el acto puede abrirse a entender
los efectos de la acción. Puede hablar sobre ello, aprender de esa
acción, crecer gracias a esa acción y transformar la vida debido a
esa sabiduría captada. Es común usar en el lenguaje restaurativo
esta frase: “la persona que fue ofendida,” “la persona que
ofendió,” “las personas afectadas de la comunidad,” etc."
Fragmento de Entrevista a Charito
Calvachi-Mateyko
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