2016-07-20
El país,
desde cualquier ángulo que lo consideremos, está contaminado de una
espantosa falta de ética. El bien solo es bueno cuando es un bien
para sí y para los otros, no es un valor buscado y vivido, sino que
lo que predomina es la habilidad, quedar bien, ser listillo,
el jeitinho y la ley de Gerson.
La falta de
ética se revela en las cosas mínimas, desde las mentirijillas que
se dicen en casa a los padres, la chuleta en la escuela o en los
concursos, el soborno de agentes de la policía de tráfico cuando
alguien es sorprendido en una infracción de tránsito, hasta hacer
pipi en la calle.
Esta falta
generalizada de ética hunde sus raíces en nuestra prehistoria. Es
una consecuencia perversa de la colonización. Esta impuso al
colonizado la sumisión, una total dependencia a la voluntad del otro
y la renuncia a tener su propia vida. Quedaba al arbitrio del
invasor. Para escapar al castigo, se obligaba a mentir, a esconder
sus intenciones y a fingir. Esto lleva a la corrupción de la mente.
La ética de la sumisión y del miedo como mostró Jean Delumeau (El
miedo en Occidente) lleva fatalmente a una ruptura con la ética, es
decir, comienza a faltar a la verdad, a nunca poder ser transparente
y, cuando puede, perjudica a su opresor. El colonizado se obligó,
como forma de supervivencia, a mentir y a encontrar la manera de
burlar la voluntad del señor. La Casa Grande y la Senzala son
un nicho productor de falta de ética por la relación desigual de
señor y de esclavo. El ethos del señor es profundamente
anti-ético: él puede disponer del otro como quiera, abusar
sexualmente de las esclavas y vender a sus hijos pequeños para que
no se apeguen a ellos. Nada más cruel y anti-ético que eso.
Este tipo
de ética deshumana crea hábitos y prácticas que, de una u otra
forma, continúan presentes en el inconsciente colectivo de nuestra
sociedad.
La
abolición de la esclavitud ocasionó una maldad ética inimaginable:
se dio libertad a los esclavos, pero sin proporcionarles un pedacito
de tierra, una casita y un instrumento de trabajo. Fueron lanzados
directamente a la favela. Y hoy por causa de su color y pobreza son
discriminados y humillados, y son las primeras víctimas de la
violencia policial y social.
La
situación, en su estructura, no cambió con la República. Los
antiguos señores coloniales fueron sustituidos por los coroneles y
señores de grandes haciendas y capitanes de la industria. Ahí las
personas eran superexplotadas y totalmente dependientes. Los
comportamientos no eran éticos, faltaba el respeto a las personas y
la garantía de sus derechos mínimos. Eran carbón para la
producción.
Las
relaciones de producción capitalista que se introdujeron en Brasil
mediante el proceso de industrialización y modernización fueron
salvajes. Nuestro capitalismo nunca fue civilizado: conservó la
voracidad de acumulación de sus orígenes en los siglos XVIII y XIX.
La explotación inmisericorde de la fuerza de trabajo, los bajos
salarios son situaciones éticamente condenables. ¿Cómo superar esa
situación que nos llena de vergüenza?
Antes de
hacer la más mínima sugerencia, es importante hacer una
auto-crítica. ¿Qué educación dieron los centenares de escuelas
católicas y cristianas y las 16 universidades católicas
(pontificias o no) a sus alumnos? Bastaba haber enseñado lo mínimo
del mensaje de Jesús de amor a los pobres y contra su pobreza para
superar los niveles de miseria actual. Ellas se transformaron en
incubadoras de opresores. Crearon un cristianismo cultural, de
creencia, pero no de una fe comprometida por la justicia. Por eso sus
alumnos raramente tienen incidencia social. El mantenimiento del
statu quo está por encima de los cambios.
Para
superar la crisis de ética no bastan llamamientos, sino una
transformación de la sociedad. Antes que ética, la cuestión es
política, pues la política está estructurada sobre relaciones
profundamente anti-éticas.
Siendo
brevísimo: todo debe comenzar en la familia. Crear carácter (uno de
los sentidos de ética) en los hijos, formarlos en la búsqueda del
bien y de la verdad, no dejarse seducir por la ley de Gerson y
evitar, sistemáticamente, el jeitinho. Principio básico:
tratar siempre humanamente al otro. Tomar absolutamente en serio la
ley áurea: “no hagas a los demás lo que no quieres que te hagan a
ti”. Sigue el precepto de Kant: el principio que te lleva a hacer
el bien, sea válido también para los otros. Oriéntate por los diez
mandamientos que son universales. Traducidos para hoy, “no matar”
significa: venera la vida, cultiva una cultura de no violencia. “No
robar”: obra con justicia y corrección y lucha por un orden
económico justo. “No cometer adulterio”: ámense y respétense,
y oblíguense a cultivar la igualdad y el compañerismo entre el
hombre y la mujer.
Esto es lo
mínimo que podemos hacer para airear la atmósfera ética de nuestro
país. Repitiendo al gran Aristóteles: “no reflexionamos para
saber lo que es la ética, sino para hacernos personas éticas”.
Leonardo Boff
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