«La no violencia: es el estilo de la
política para la paz»
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Al comienzo de este nuevo año formulo mis más sinceros deseos de paz para los pueblos y para las naciones del mundo, para los Jefes de Estado y de Gobierno, así como para los responsables de las comunidades religiosas y de los diversos sectores de la sociedad civil. Deseo la paz a cada hombre, mujer, niño y niña, a la vez que rezo para que la imagen y semejanza de Dios en cada persona nos permita reconocernos unos a otros como dones sagrados dotados de una inmensa dignidad. Especialmente en las situaciones de conflicto, respetemos su «dignidad más profunda» y hagamos de la no violencia activa nuestro estilo de vida.
En esta ocasión deseo reflexionar
sobre la no violencia como un estilo de política para la paz, y pido
a Dios que se conformen a la no violencia nuestros sentimientos y
valores personales más profun-dos. Que la caridad y la no violencia
guíen el modo de tratarnos en las relaciones interpersonales,
sociales e internacionales. Cuando las víctimas de la violencia
vencen la tentación de la venganza, se convierten en los
protagonistas más creíbles en los procesos no violentos de
construcción de la paz. Que la no violencia se trasforme, desde el
nivel local y cotidiano hasta el orden mundial, en el estilo
característico de nuestras decisiones, de nuestras relaciones, de
nuestras acciones y de la política en todas sus formas.
Un mundo fragmentado
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El siglo pasado fue devastado por dos horribles guerras mundiales, conoció la amenaza de la guerra nuclear y un gran número de nuevos conflictos, pero hoy lamentablemente estamos ante una terrible guerra mundial por partes. No es fácil saber si el mundo actualmente es más o menos violento de lo que fue en el pasado, ni si los modernos medios de comunicación y la movilidad que caracteriza nuestra época nos hace más conscientes de la violencia o más habituados a ella. En cualquier caso, esta violencia que se comete «por partes», en modos y niveles diversos, provoca un enorme sufrimiento que conocemos bien: guerras en diferentes países y continentes; terrorismo, criminalidad y ataques armados impredecibles; abusos contra los emigrantes y las víctimas de la trata; devastación del medio ambiente.
¿Con qué fin? La violencia,
¿permite alcanzar objetivos de valor duradero? Todo lo que obtiene,
¿no se reduce a desencadenar represalias y espirales de conflicto
letales que benefician sólo a algunos «señores de la guerra»?
La violencia no es la solución para
nuestro mundo fragmentado. Responder con violencia a la vio-lencia
lleva, en el mejor de los casos, a la emigración forzada y a un
enorme sufrimiento, ya que las grandes cantidades de recursos que se
destinan a fines militares son sustraídas de las necesidades
cotidianas de los jóvenes, de las familias en dificultad, de los
ancianos, de los enfermos, de la gran mayoría de los habitantes del
mundo. En el peor de los casos, lleva a la muerte física y
espiritual de muchos, si no es de todos.
La Buena Noticia
3. También Jesús vivió en tiempos
de violencia. Él enseñó que el verdadero campo de batalla, en el
que se enfrentan la violencia y la paz, es el corazón humano:
«Porque de dentro, del corazón del hombre, salen los pensamientos
perversos» (Mc 7,21). Pero el mensaje de Cristo, ante esta realidad,
ofrece una respuesta radicalmente positiva: él predicó
incansablemente el amor incondicional de Dios que acoge y perdona, y
enseñó a sus discípulos a amar a los enemigos (cf. Mt 5,44) y a
poner la otra mejilla (cf. Mt 5,39). Cuando impidió que la adúltera
fuera lapidada por sus acusadores (cf. Jn 8,1-11) y cuando, la noche
antes de morir, dijo a Pedro que envainara la espada (cf. Mt 26,52),
Jesús trazó el camino de la no violencia, que siguió hasta el
final, hasta la cruz, mediante la cual construyó la paz y destruyó
la enemistad (cf. Ef 2,14-16). Por esto, quien acoge la Buena Noticia
de Jesús reconoce su propia violencia y se deja curar por la
misericordia de Dios, convirtiéndose a su vez en instrumento de
reconciliación, según la exhortación de san Francisco de Asís:
«Que la paz que anunciáis de palabra la tengáis, y en mayor
medida, en vuestros corazones».
Ser hoy verdaderos discípulos de
Jesús significa también aceptar su propuesta de la no violencia.
Esta —como ha afirmado mi predecesor Benedicto XVI— «es
realista, porque tiene en cuenta que en el mundo hay demasiada
violencia, demasiada injusticia y, por tanto, sólo se puede superar
esta situación contraponiendo un plus de amor, un plus de bondad.
Este “plus” viene de Dios».
Y añadía con fuerza: «para los
cristianos la no violencia no es un mero comportamiento táctico,
sino más bien un modo de ser de la persona, la actitud de quien está
tan convencido del amor de Dios y de su poder, que no tiene miedo de
afrontar el mal únicamente con las armas del amor y de la verdad. El
amor a los enemigos constituye el núcleo de la “revolución
cristiana”».
Precisamente, el evangelio del amad a
vuestros enemigos (cf. Lc 6,27) es considerado como «la charta magna
de la no violencia cristiana», que no se debe entender como un
«rendirse ante el mal […], sino en responder al mal con el bien
(cf. Rm 12,17-21), rompiendo de este modo la cadena de la
injusticia».
Más fuerte que la violencia
4. Muchas veces la no violencia se
entiende como rendición, desinterés y pasividad, pero en realidad
no es así. Cuando la Madre Teresa recibió el premio Nobel de la
Paz, en 1979, declaró claramente su mensaje de la no violencia
activa: «En nuestras familias no tenemos necesidad de bombas y
armas, de destruir para traer la paz, sino de vivir unidos, amándonos
unos a otros […]. Y entonces seremos capaces de superar todo el mal
que hay en el mundo».
Porque la fuerza de las armas es engañosa. «Mientras los traficantes de armas hacen su trabajo, hay pobres constructores de paz que dan la vida sólo por ayudar a una persona, a otra, a otra»; para estos constructores de la paz, Madre Teresa es «un símbolo, un icono de nuestros tiempos». En el pasado mes de septiembre tuve la gran alegría de proclamarla santa. He elogiado su disponibilidad hacia todos por medio de «la acogida y la defensa de la vida humana, tanto de la no nacida como de la abandonada y descartada […]. Se ha inclinado sobre las personas desfallecidas, que mueren abandonadas al borde de las calles, reconociendo la dignidad que Dios les había dado; ha hecho sentir su voz a los poderosos de la tierra, para que reconocieran sus culpas ante los crímenes -¡ante los crímenes!- de la pobreza creada por ellos mismos». Como respuesta -y en esto representa a miles, más aún, a millones de personas-, su misión es salir al encuentro de las víctimas con gene-rosidad y dedicación, tocando y vendando los cuerpos heridos, curando las vidas rotas.
Porque la fuerza de las armas es engañosa. «Mientras los traficantes de armas hacen su trabajo, hay pobres constructores de paz que dan la vida sólo por ayudar a una persona, a otra, a otra»; para estos constructores de la paz, Madre Teresa es «un símbolo, un icono de nuestros tiempos». En el pasado mes de septiembre tuve la gran alegría de proclamarla santa. He elogiado su disponibilidad hacia todos por medio de «la acogida y la defensa de la vida humana, tanto de la no nacida como de la abandonada y descartada […]. Se ha inclinado sobre las personas desfallecidas, que mueren abandonadas al borde de las calles, reconociendo la dignidad que Dios les había dado; ha hecho sentir su voz a los poderosos de la tierra, para que reconocieran sus culpas ante los crímenes -¡ante los crímenes!- de la pobreza creada por ellos mismos». Como respuesta -y en esto representa a miles, más aún, a millones de personas-, su misión es salir al encuentro de las víctimas con gene-rosidad y dedicación, tocando y vendando los cuerpos heridos, curando las vidas rotas.
La no violencia practicada con
decisión y coherencia ha producido resultados impresionantes. No se
olvidarán nunca los éxitos obtenidos por Mahatma Gandhi y Khan
Abdul Ghaffar Khan en la liberación de la India, y de Martin Luther
King Jr. contra la discriminación racial. En especial, las mujeres
son frecuentemente líderes de la no violencia, como, por ejemplo,
Leymah Gbowee y miles de mujeres liberianas, que han organizado
encuentros de oración y protesta no violenta (pray-ins), obteniendo
negociaciones de alto nivel para la conclusión de la segunda guerra
civil en Liberia.
No podemos olvidar el decenio crucial
que se concluyó con la caída de los regímenes comunistas en
Europa. Las comunidades cristianas han contribuido con su oración
insistente y su acción valiente. Ha tenido una influencia especial
el ministerio y el magisterio de san Juan Pablo II. En la encíclica
Centesimus annus (1991), mi predecesor, reflexionando sobre los
sucesos de 1989, puso en evidencia que un cambio crucial en la vida
de los pueblos, de las naciones y de los estados se realiza «a
través de una lucha pacífica, que emplea solamente las armas de la
verdad y de la justicia».
Este itinerario de transición
política hacia la paz ha sido posible, en parte, «por el compromiso
no violento de hombres que, resistiéndose siempre a ceder al poder
de la fuerza, han sabido encontrar, una y otra vez, formas eficaces
para dar testimonio de la verdad». Y concluía: «Ojalá los hombres
aprendan a luchar por la justicia sin violencia, renunciando a la
lucha de clases en las controversias internas, así como a la guerra
en las internacionales».
La Iglesia se ha comprometido en el
desarrollo de estrategias no violentas para la promoción de la paz
en muchos países, implicando incluso a los actores más violentos en
un mayor esfuerzo para construir una paz justa y duradera.
Este compromiso en favor de las
víctimas de la injusticia y de la violencia no es un patrimonio
exclusivo de la Iglesia Católica, sino que es propio de muchas
tradiciones religiosas, para las que «la compasión y la no
violencia son esenciales e indican el camino de la vida
Lo reafirmo con fuerza: «Ninguna
religión es terrorista».
La violencia es una profanación del
nombre de Dios.
No nos cansemos nunca de repetirlo:
«Nunca se puede usar el nombre de Dios para justificar la violencia.
Sólo la paz es santa. Sólo la paz es santa, no la guerra».
La raíz doméstica de una política
no violenta
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Si el origen del que brota la violencia está en el corazón de los hombres, entonces es fundamental recorrer el sendero de la no violencia en primer lugar en el seno de la familia. Es parte de aquella alegría que presenté, en marzo pasado, en la Exhortación apostólica Amoris laetitia, como conclu sión de los dos años de reflexión de la Iglesia sobre el matrimonio y la familia. La familia es el espacio indispensable en el que los cónyuges, padres e hijos, hermanos y hermanas aprenden a comunicarse y a cuidarse unos a otros de modo desinteresado, y donde los desacuerdos o incluso los conflictos deben ser superados no con la fuerza, sino con el diálogo, el respeto, la búsqueda del bien del otro, la misericordia y el perdón.16 Desde el seno de la familia, la alegría se propaga al mundo y se irradia a toda la sociedad.
Por otra parte, una ética de
fraternidad y de coexistencia pacífica entre las personas y entre
los pueblos no puede basarse sobre la lógica del miedo, de la
violencia y de la cerrazón, sino sobre la responsabilidad, el
respeto y el diálogo sincero. En este sentido, hago un llamamiento a
favor del desarme, como también de la prohibición y abolición de
las armas nucleares: la disuasión nuclear y la amenaza cierta de la
destrucción recíproca, no pueden servir de base a este tipo de
ética.
Con la misma urgencia suplico que se
detenga la violencia doméstica y los abusos a mujeres y niños.
El Jubileo de la Misericordia,
concluido el pasado mes de noviembre, nos ha invitado a mirar dentro
de nuestro corazón y a dejar que entre en él la misericordia de
Dios. El año jubilar nos ha hecho tomar conciencia del gran número
y variedad de personas y de grupos sociales que son tratados con
indiferencia, que son víctimas de injusticia y sufren violencia.
Ellos forman parte de nuestra «familia», son nuestros hermanos y
hermanas. Por esto, las políticas de no violencia deben comenzar
dentro de los muros de casa para después extenderse a toda la
familia humana. «El ejemplo de santa Teresa de Lisieux nos invita a
la práctica del pequeño camino del amor, a no perder la oportunidad
de una palabra amable, de una sonrisa, de cualquier pequeño gesto
que siembre paz y amistad. Una ecología integral también está
hecha de simples gestos cotidianos donde rompemos la lógica de la
violencia, del aprovechamiento, del egoísmo».
Mi llamamiento
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La construcción de la paz mediante la no violencia activa es un elemento necesario y coherente del continuo esfuerzo de la Iglesia para limitar el uso de la fuerza por medio de las normas morales, a través de su participación en las instituciones internacionales y gracias también a la aportación competente de tantos cristianos en la elaboración de normativas a todos los niveles. Jesús mismo nos ofrece un «manual» de esta estrategia de construcción de la paz en el así llamado Discurso de la montaña. Las ocho bienaventuranzas (cf. Mt 5,3-10) trazan el perfil de la persona que podemos definir bienaventurada, buena y auténtica.
Bienaventurados los mansos —dice
Jesús—, los misericordiosos, los que trabajan por la paz, y los
puros de corazón, los que tienen hambre y sed de la justicia. Esto
es también un programa y un desafío para los líderes políticos y
religiosos, para los responsables de las instituciones
internacio-nales y los dirigentes de las empresas y de los medios de
comunicación de todo el mundo: aplicar las bienaventuranzas en el
desempeño de sus propias responsabilidades.
Es el desafío de construir la
sociedad, la comunidad o la empresa, de la que son responsables, con
el estilo de los trabajadores por la paz; de dar muestras de
misericordia, rechazando descartar a las personas, dañar el ambiente
y querer vencer a cualquier precio. Esto exige estar dispuestos a
«aceptar sufrir el conflicto, resolverlo y transformarlo en el
eslabón de un nuevo proceso».
Trabajar de este modo significa
elegir la solidaridad como estilo para realizar la historia y
construir la amistad social. La no violencia activa es una manera de
mostrar verdaderamente cómo, de verdad, la unidad es más importante
y fecunda que el conflicto. Todo en el mundo está íntimamente
interconectado.
Puede suceder que las diferencias
generen choques: afrontémoslos de forma constructiva y no violenta,
de manera que «las tensiones y los opuestos [puedan] alcanzar una
unidad pluriforme que engendra nueva vida», conservando «las
virtualidades valiosas de las polaridades en pugna».
La Iglesia Católica acompañará
todo tentativo de construcción de la paz también con la no
violencia activa y creativa. El 1 de enero de 2017 comenzará su
andadura el nuevo Dicasterio para el Servicio del Desarrollo Humano
Integral, que ayudará a la Iglesia a promover, con creciente
eficacia, «los inconmensurables bienes de la justicia, la paz y la
protección de la creación» y de la solicitud hacia los emigrantes,
«los necesitados, los enfermos y los excluidos, los marginados y las
víctimas de los conflictos armados y de las catástrofes naturales,
los encarcelados, los desempleados y las víctimas de cualquier forma
de esclavitud y de tortura».
En conclusión
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Como es tradición, firmo este Mensaje el 8 de diciembre, fiesta de la Inmaculada Concepción de la Santísima Virgen María. María es Reina de la Paz. En el Nacimiento de su Hijo, los ángeles glorificaban a Dios deseando paz en la tierra a los hombres y mujeres de buena voluntad (Lc 2,14). Pidamos a la Virgen que sea ella quien nos guíe.
«Todos deseamos la paz; muchas
personas la construyen cada día con pequeños gestos; muchos sufren
y soportan pacientemente la fatiga de intentar edificarla». En el
2017, comprometámonos con nuestra oración y acción a ser personas
que aparten de su corazón, de sus palabras y de sus gestos la
violencia, y a construir comunidades no violentas, que cuiden de la
casa común. «Nada es imposible si nos dirigimos a Dios con nuestra
oración. Todos podemos ser artesanos de la paz».
Vaticano, 8 de diciembre de 2016
Francisco
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