Paz a
quienes sufren guerra, violencia y exclusión 2016
Queridos hermanos y hermanas, feliz
Navidad. Hoy la Iglesia revive el asombro de la Virgen María, de san
José y de los pastores de Belén, contemplando al Niño que ha
nacido y que está acostado en el pesebre: Jesús, el Salvador.
En este día lleno de luz, resuena el
anuncio del Profeta: «Un niño nos ha nacido, un hijo se nos ha
dado: lleva a hombros el principado, y es su nombre: Maravilla del
Consejero, Dios guerrero, Padre perpetuo, Príncipe de la paz» (Is
9, 5).
Es el poder de Dios. Este poder del
amor ha llevado a Jesucristo a despojarse de su gloria y a hacerse
hombre; y lo conducirá a dar la vida en la cruz y a resucitar de
entre los muertos. Es el poder del servicio, que instaura en el mundo
el reino de Dios, reino de justicia y de paz. Por esto el nacimiento
de Jesús está acompañado por el canto de los ángeles que
anuncian: «Gloria a Dios en el cielo, y en la tierra paz a los
hombres que Dios ama» (Lc 2,14).
Hoy este anuncio recorre toda la
tierra y quiere llegar a todos los pueblos, especialmente los
golpeados por la guerra y por conflictos violentos, y que sienten
fuertemente el deseo de la paz. Paz a los hombres y a las mujeres de
la martirizada Siria, donde demasiada sangre ha sido derramada.
Sobre todo en la ciudad de Alepo,
escenario, en las últimas semanas, de una de las batallas más
atroces, es muy urgente que se garanticen asistencia y consolación a
la extenuada población civil, respetando el derecho humanitario.
Es hora de que las armas callen
definitivamente y la comunidad internacional se comprometa
activamente para que se logre una solución negociable y se
restablezca la convivencia civil en el País.
Paz para las mujeres y para los
hombres de la amada Tierra Santa, elegida y predilecta por Dios. Que
los Israelíes y los Palestinos tengan la valentía y la
determinación de escribir una nueva página de la historia, en la
que el odio y la venganza cedan el lugar a la voluntad de construir
conjuntamente un futuro de recíproca comprensión y armonía.
Que puedan recobrar unidad y
concordia Irak, Libia y Yemen, donde las poblaciones sufren la guerra
y brutales acciones terroristas. Paz a los hombres y mujeres en las
diferentes regiones de África, particularmente en Nigeria, donde el
terrorismo fundamentalista explota también a los niños para
perpetrar el horror y la muerte.
Paz en Sudán del Sur y en la
República Democrática del Congo, para que se curen las divisiones y
para que todos las personas de buena voluntad se esfuercen para
iniciar nuevos caminos de desarrollo y de compartir, prefiriendo la
cultura del diálogo a la lógica del enfrentamiento.
Paz a las mujeres y hombres que
todavía padecen las consecuencias del conflicto en Ucrania oriental,
donde es urgente una voluntad común para llevar alivio a la
población y poner en práctica los compromisos asumidos.
Pedimos concordia para el querido
pueblo colombiano, que desea cumplir un nuevo y valiente camino de
diálogo y de reconciliación. Dicha valentía anime también la
amada Venezuela para dar los pasos necesarios con vistas a poner fin
a las tensiones actuales y a edificar conjuntamente un futuro de
esperanza para la población entera.
Paz a todos los que, en varias zonas,
están afrontando sufrimiento a causa de peligros constantes e
injusticias persistentes. Que Myanmar pueda consolidar los esfuerzos
para favorecer la convivencia pacífica y, con la ayuda de la
comunidad internacional, pueda dar la necesaria protección y
asistencia humanitaria a los que tienen necesidad extrema y urgente.
Que pueda la península coreana ver
superadas las tensiones que atraviesan en un renovado espíritu de
colaboración. Paz a los que han perdido a un ser querido debido a
viles actos de terrorismo que han sembrado miedo y muerte en el
corazón de tantos países y ciudades.
Paz —no de palabra, sino eficaz y
concreta— a nuestros hermanos y hermanas que están abandonados y
excluidos, a los que sufren hambre y los que son víctimas de
violencia. Paz a los prófugos, a los emigrantes y refugiados, a los
que hoy son objeto de la trata de personas. Paz a los pueblos que
sufren por las ambiciones económicas de unos pocos y la avaricia
voraz del dios dinero que lleva a la esclavitud.
Paz a los que están marcados por el
malestar social y económico, y a los que sufren las consecuencias de
los terremotos u otras catástrofes naturales. Paz a los niños, en
este día especial en el que Dios se hace niño, sobre todo a los
privados de la alegría de la infancia a causa del hambre, de las
guerras y del egoísmo de los adultos.
Paz sobre la tierra a todos los
hombres de buena voluntad, que cada día trabajan, con discreción y
paciencia, en la familia y en la sociedad para construir un mundo más
humano y más justo, sostenidos por la convicción de que sólo con
la paz es posible un futuro más próspero para todos. Queridos
hermanos y hermanas: «Un niño nos ha nacido, un hijo se nos ha
dado»: es el «Príncipe de la paz».
Acojámoslo.
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